MUÉRETE PARA QUE TU VIDA CAMBIE

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¡Espera, espera! Deja ese bote de pastillas. Suelta esa cuchilla, hombre. No hay que tomárselo tan al pie de la letra. Bastará con que hagas un ejercicio. Un ejercicio de visualización. Es suficiente con esto: muérete … imaginariamente.

Bien, ¿ya has palmado? Ok. Estás muerto. En la sala del tanatorio. Solo. En unos minutos las apenas tres o cuatro personas autorizadas a acompañarte por esto del confinamiento comenzarán a llegar para velarte, así que no tenemos mucho tiempo. Piensa en todo lo que te hubiera gustado hacer en la vida y en cómo quisieras que ellos te recordaran.

Escribe tu epitafio como si pudieras reescribir toda tu existencia a posteriori: “Aquí yace … , vivió su vida de tal o cual manera, consiguió tales o cuales logros, murió de esta forma o aquella, y aquellos que le querían, le recuerdan de este o ese modo”.

¡No te quedes en la mera lectura de esto! Estás muerto, así que pon por escrito tu epitafio a tu antojo. ¿Qué es importante para ti? Y te recuerdo que ocupas apenas el espacio de una caja de madera de dos metros por setenta centímetros, así que ya  da igual el dinero, da igual el coche, la casa… Dan igual las discusiones absurdas, los enfados por naderías, dan igual las ofensas de las que siempre te sentías víctima…


Muérete y diseña tu legado

Solo piensa cómo te gustaría ser recordado por las tres personas más importantes de tu vida si pudieras reescribir toda tu existencia y plásmalo en un papel. No hacen falta grandes discursos. Cinco o seis líneas de ideas básicas son más que suficientes. Limítate a lo esencial.

Apresúrate. Ya van a entrar. Ok. ¡Epitafio redactado! Dime, ¿cómo se sienten? ¿Tu muerte deja un gran vacío entre ellos? ¿Has marcado cada una de sus vidas con la tuya de un modo importante? ¿Lo que resulta valioso para ti ahora que estás muerto es lo mismo que valorabas ayer?

Acabas de elaborar la hoja de ruta de tu vida, tu epitafio. Es tu destino, el lugar a donde quieres llegar. Ahora solo tienes que tenerlo cerca siempre, consultarlo de vez en cuando y cada noche antes de dormirte, preguntarte: “el día de hoy y lo que he hecho con él, ¿me ha situado más cerca o más lejos de lo que describe mi epitafio?”.

Créeme que nada ni nadie podrá hacer tanto por indicarte el camino correcto, como la sincera visualización de tu muerte. Así que te propongo: muérete y me cuentas lo que dice tu epitafio.


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