Si aún no has visto Joker y estás indignado por la hipocresía, la corrupción, la ineptitud, la ambición, la desvergüenza y la absoluta falta de ética de nuestros políticos y el sistema que sostienen, créeme, lo mejor que puedes hacer es buscar una sala de cine, apagar tu móvil durante algo más de dos horas y empatizar de un modo que te llegará a dar miedo con el loco maravilloso de Arthur Fleck, el personaje con el que Joaquin Phoenix, salvo sorpresa mayúscula se alzará con el próximo Oscar de Hollywood al mejor actor protagonista por una interpretación francamente memorable.
Toda la acción de este Joker se desarrolla en Gotham City, la ciudad ficticia del universo DC Comics en la que transcurren la mayor parte de las aventuras de Batman y que aquí ejerce de eficaz co-protagonista de Arthur Fleck. Todos los escenarios sombríos en los que se desarrolla la acción son el complemento perfecto a la existencia torturada de este aspirante a cómico que nos lleva de la mano, a veces de forma sutil, otras de un modo totalmente descarnado, a través de un sistema decadente y cruel.
El gigantesco mérito de Joker consiste en situarnos mediante el esperpento frente a nuestra realidad más hiriente, ésa a la que cobardemente le damos la espalda cada día, quizás porque asusta demasiado cargar con ella todo el tiempo si no estás dispuesto a hacer nada: que somos marionetas dirigidas a su antojo por el sistema; un sistema que exprime a una gran mayoría para colmar de privilegios a una escueta minoría.
Tal vez el extraordinario éxito que está cosechando esta cinta tenga que ver con que ese hombre desquiciado, ese ser humano atormentado, golpeado por la injusticia, traumatizado por el pasado y que parece no importarle a nadie… podríamos ser cualquiera de nosotros. Quizás nos encanta el Joker porque le comprendemos muy bien. Porque vemos eso mismo que ve él. Porque sentimos tal y como siente él. Y porque, maldita sea, por un instante quisiéramos tener ese mismo coraje y esa misma locura, para hacer lo que hace él.
Buff por un instante de esa locura q se llama esquizofrenia y q tiene tan mal pronóstico.
Si algo he aprendido, en esa peli, es sobre la frontera entre la enfermedad y la rareza.
Y eso q hasta la muerte, de los acosadores del metro, me pareció digna defensa, de una justicia poética mayúscula.
Aunque después, en su delirio de abstinente forzado, se erige en el Dios de la vida y la muerte, impartiendo una justicia extrema , q erradica de raíz el mal, para salvaguarda la bondad.
Una bomba metafórica q explota en la misma entraña de un sistema impío y eugenésico.
Al final, los únicos q no salen malparados, son los psiquiatras y sus pastis antipsicóticas.