Playboy y su icónico conejito con pajarita han sido sin duda una de las marcas más influyentes del siglo XX. Cuando allá por diciembre de 1953, Hugh Hefner sacó el primer ejemplar de la revista con Marilyn Monroe en portada, seguramente ni él mismo imaginaba el glorioso recorrido que la publicación tendría. Pronto los contenidos elegantes y las entrevistas a personalidades del momento, combinados con el desnudo de una mujer hermosa -la Playmate del mes- se convirtieron en el sello de identidad de la marca. La cima de la revista en papel llegó en noviembre de 1972, cuando el número de ese mes con una sueca menuda, de rasgos dulces y cuerpo de formas delicadas, Lenna Sjooblom, se vendió por encima de los 7 millones de ejemplares.
Playboy popularizó rápidamente el concepto de la «girl next door», la chica de la puerta del al lado. El mensaje era simple: entre las páginas de Playboy te podías encontrar cualquier chica que represente los valores de elegancia, sofisticación y belleza que pretendían ser el santo y seña de la marca. Tranquilamente tu vecina atractiva del quinto podía ser la Playmate del siguiente mes. Y esa idea resultó un reclamo irresistible tanto para los hombres lectores de la revista como para las mujeres aspirantes a ser la conejita del siguiente número. Un éxito creciente que se prolongó durante décadas.
Playboy y el ocaso del papel
La llegada de internet fue el principio del fin de la mayoría de cabeceras editoriales en papel. El carácter instantáneo del consumo potencialmente infinito de contenidos en la red llevó a una lenta pero inexorable decadencia a las revistas tradicionales. Y Playboy no fue una excepción. La llegada del CoVid 19 ha sido el golpe de gracia para una revista que se arrastraba como el resto y que acaba de anunciar que no volverá a salir a los kioscos. Una muerte anunciada, que ha pasado totalmente desapercibida y que a nadie ha parecido importarle.
Muchos han querido ver en el fin de la revista Playboy una evolución. Aquella sociedad del siglo XX que, con la excusa de los artículos y las firmas de notables personalidades, compraba una publicación para realmente ver mujeres hermosas desnudas, ya no es tan primaria. ¿De veras lo creen? Observen el poster de Lenna Sjooblom, la Playmate de la edición más vendida de la historia de Playboy en 1972, hace casi 50 años.
Una jovencita sueca de 21 años, 1,68 metros de estatura y 49 kilos. ¿Qué es lo primero que se les viene a la cabeza viendo esa fotografía? A ustedes no sé, pero a mí que decenas de miles de jovencitas actuales con perfil en Instagram podrían haber sido en 1972 la Playmate de la edición más vendida de la historia de la revista Playboy.
¿Evolución o involución?
¿Y saben qué? Que quizás por eso Playboy se ha ido al garete. Porque llegó Instagram. Y ahora allí hay miles y miles de «chicas de la puerta de al lado», posando semidesnudas porque les gusta, al modo de las inalcanzables conejitas de Hugh Hefner, no una vez al mes sino todo el tiempo. Con la ventaja, pensarán ellos respecto a la revista, de que Instagram es gratis y además te permite interactuar (o intentar interactuar) con ellas. Ya no se compite por vender millones de revistas, sino por obtener millones de likes.
Hoy toda mujer que tiene un perfil de Instagram sabe (lo ponga en práctica o no) que el número de likes a sus fotografías crecerá exponencialmente de forma inversamente proporcional a la cantidad de ropa que cubra su anatomía. A menos ropa, más likes. Es así. Triste (dirán algunos) o no. Estadística pura.
De modo que todos aquellos fieles suscriptores de Playboy que en la segunda mitad del siglo XX se maravillaban con la belleza femenina que se exhibía en sus páginas, hoy multiplicados por mil, bucean en Instagram de una «chica de la puerta de al lado» a otra. Y todas aquellas Playmates objeto de deseo, hoy multiplicadas por un millón, sin necesitar de Playboy, experimentan libremente su belleza capitalizando el seguimiento y atención que despierta su desnudez en la red social por excelencia.
¿Nada ha cambiado entonces? Ya lo creo que sí. Ahora en Instagram los pezones de la mujer son el anticristo. Y allí nadie puede leer a Vladimir Nabokov, Gabriel García Marquez, Jorge Luis Borges o tantos otros ilustres literatos que publicaron en Playboy. ¿De verdad ven evolución? ¿O involución?