La estupidez es el virus más letal que ha conocido la humanidad. Es altamente contagiosa. Se propaga por múltiples medios. Entre los virtuales la televisión es su medio favorito, aunque también puedes contagiarte de estupidez en facebook, en twitter y en Youtube. Presencialmente su caldo de cultivo es especialmente virulento en reuniones de comunidades de vecinos, aunque también abunda en bares y supermercados. Nos acompaña desde el principio de los tiempos y no hay forma de erradicarla. No hay vacuna. Ni la va a haber…
Si no sabes muy bien de qué hablo, mucho me temo que ya es tarde para ti. Ya eres estúpido. Y una vez que te infectas, muy pocos son los que superan la enfermedad. La estupidez es el virus más inteligente jamás conocido. Ataca con despiadada rapidez la capacidad de discernimiento y el espíritu crítico. De este modo, se protege a un doble nivel: a) el estúpido no puede saber por sí mismo que lo es; y b) tampoco le importa serlo aunque esté en fase terminal de la enfermedad.
Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.
Albert Einstein
La estupidez y el Gobierno
El ser humano es la única criatura que necesita ser gobernada para vivir. Curioso, ¿no crees? ¿Te preguntas por qué? Yo te lo digo. Por la estupidez. El Gobierno es su consecuencia. Tiene que haber un Gobierno que controle y ponga límites a los estúpidos, que sería de nosotros si no. Pero esto nos conduce directamente al siguiente y más grave problema: son los estúpidos los que eligen al Gobierno…
Aunque para ser justos, es un grave problema sólo para una reducida minoría: quienes no están infectados o son de los pocos que han conseguido recuperarse plenamente del virus de la estupidez. Porque los estúpidos, recordemos, ni saben que lo son, ni les importa serlo.
Ya sé, ya sé… Mientras procesas esto, querido lector te estás preguntando: ¡Oh, Dios! ¿estaré infectado? No te sientes especialmente tonto, pero… Vamos con la prueba del algodón que te desvelará si eres estúpido asintomático. Te expondré dos situaciones, pero hay cientos que te pueden servir como test.
La prueba del algodón
- Un buen día un tipo dijo que había que votarle porque los políticos eran todos una casta y que no te podías fiar de alguien que se dedica a la política y vive en un súper chalet alejado de los problemas de los ciudadanos. Y prometió que si era votado, él acabaría con esa casta. Hoy es Vicepresidente del Gobierno y vive en un casoplón que te mueres en Galapagar.
- Otro buen día un tipo dice que el clorito de sodio (CDS) puede curar un montón de cosas, entre ellas el CoVid-19. El Gobierno lo prohíbe y a través de la Fiscalía General del Estado (¿de quién depende la Fiscalía? – Pedro Sánchez, dixit) se pone manos a la obra para calificar su venta de trama contra la salud pública. Mientras esto ocurre, puedo ir tranquilamente a cualquier estanco o supermercado y, con la bendición del Gobierno y unos jugosos impuestos, comprar cuanto tabaco o alcohol me salga de las narices y consumirlo un día tras otro hasta reventarme la vida, notable gasto sanitario mediante, todo hay que decirlo. Ah, y por supuesto nadie va a decir: «a ese hijo puta alcohólico/fumador que no se le atienda en la Sanidad Pública por subnormal…»
Si esas dos situaciones que te he planteado te han dejado indiferente, o si has sentido el impulso de defender a Pablo Iglesias, o de condenar el clorito de sodio, o de atacarme a mí… Mejor no sigas leyendo. Total, no sabes lo que tienes y tampoco te importa.