Afganistán retrocede dos décadas en apenas unos días y mucho de lo que allí sucede retrata lo que sucede aquí. Occidente lleva ya demasiado tiempo sumido en un buenismo tan demencial como suicida. La progresía que representa la izquierda supo adueñarse de todos los medios y canales de comunicación antaño libres y durante años vienen propagando e imponiendo una ideología sectaria que es puro absurdo, demagogia y autodestrucción. El resultado a la vista está: sociedades narcotizadas que tragan con mensajes delirantes. Porque ya se han encargado de señalar a quien no trague. Y porque con ese supremacismo moral tan propio de la izquierda, al disidente le ponen la marca. La de fascista, la de machista, la de racista… La que convenga para aplastar al divergente, qué más da. Los carnets de lo que sea los reparten ellos.
Nadie ama la guerra salvo los traficantes de armas. Creo que todos podemos estar de acuerdo en eso. Pero el conflicto bélico a veces es la única alternativa a una realidad mucho peor. Y casi siempre se comprende tarde. No hace falta ir demasiado lejos en la historia para imaginarse cómo sería el mundo si no se hubiera plantado cara a la expansión del nazismo con una guerra mundial. Y ya entonces se llegó tarde. Ya entonces se hizo gala con Adolf Hitler de un buenismo inútil que a la postre costó millones de vidas humanas.
Afganistán y feminismo
«No a la guerra» o «Lo primero que haré si soy presidente será ordenar que nuestras tropas vuelvan a casa» son eslóganes maravillosos para ganar unas elecciones. Pero estos días nos han mostrado una cruda realidad invisible para esa mayoría que ya no se cuestiona nada. Esa mayoría que a fuerza de ser adoctrinada ya no piensa por sí misma y, lo que es peor, ningún interés tiene en hacerlo. Mecidos como están en la dulce comodidad de la ignorancia o la estulticia. Sin embargo la realidad no cambia un ápice porque se mire hacia otro lado. Ahí está y es dura: los derechos humanos más elementales de las mujeres afganas no venían caídos del cielo, no. Los tenían únicamente porque allí estaban para garantizarlos soldados armados. Soldados armados que en su inmensa mayoría eran hombres occidentales.
Y he aquí la brutal paradoja. Esos mismos partidos de izquierda y sus palmeros que han alentado la desmilitarización de Afganistán y con ello el abandono de cientos de miles de mujeres y niñas a la mayor y más aterradora de las barbaries que uno pueda imaginar, plantean aquí en Occidente encarnizadas batallas para que un piropo callejero termine con los huesos de un hombre en prisión por la inaceptable violencia contra la mujer que eso supone. Y al mismo tiempo que analizan hasta el absurdo cualquier situación, circunstancia, contexto o vocablo que pueda alumbrar algún oculto vestigio de machismo, micromachismo o minimachismo que provenga, eso sí, de los hombres occidentales, nos llaman a la tolerancia y a la integración de todos, todas y todes los musulmanes que lleguen aquí, porque tienen su cultura y sus tradiciones y han de ser respetadas…
Occidente y el peligro de la tolerancia
Solo daré un dato objetivo y que cada cual saque sus propias conclusiones: hay 45 países en el mundo de mayoría musulmana. Busquen la lista. Y ahora pregúntense conmigo: ¿quién diría que lleva una vida mejor, cualquier mujer en uno de esos países o un perro doméstico en Occidente? Si tuviera que escoger entre ser mujer en Afganistán o mi perro aquí, me llevaría menos de un segundo elegir.
Amo profundamente todo lo que representa la mujer. Me he pasado media vida fotografiándolas por el mundo con mi cámara y defendiéndolas por los Juzgados con mi toga. Las amo libres, poderosas, independientes, fuertes. Creo firmemente que hombres y mujeres debemos ser iguales en derechos, obligaciones y oportunidades. Y como yo, la inmensa mayoría de hombres y mujeres occidentales.
Ahora bien la guerra, no se engañen, ya nos ha sido declarada. Y no es que no queramos enterarnos. Es que la estamos perdiendo. La estamos perdiendo porque allí enseñan sin fisuras a sus hombres que una mujer es menos que un perro, que se las puede violar, se las puede mutilar, se las puede desfigurar, se las puede anular, silenciar, invisibilizar, deshumanizar. Se las puede usar y romper y tirar a la basura…
Y mientras tanto, con políticas absolutamente delirantes, a nuestros hombres, los de aquí que se demuestran incluso dispuestos a enfundarse un uniforme, coger un arma e ir al infierno para defender a las mujeres de allí, les tratamos precisamente como si ellos fueran esos otros de allí, al tiempo que a aquéllos les abrimos las puertas de casa y les acogemos en nombre de la tolerancia y el respeto al diferente. ¿Acaso no lo ven? El suicidio de Occidente está en marcha.
Muy bien explicado. Totalmente de acuerdo.
Totalmente de acuerdo, Mario. Occidente, y más aún, Europa llevan años suicidándose, tanto en el plano económico como social. Para mi, por culpa de la ideología «progre» y su buenismo absurdo. Esta ideología que impera en los medios de comunicación y en la educación va destrozando la economía, la convivencia, la energía, la moral, el esfuerzo. Todo lo trastorna y,en vez de preocuparse del progreso de los países en los que impera, va facilitando el crecimiento y desarrollo de los países ajenos a la democracia y a nuestra moral. Que paradoja!! facilitan el desarrollo de aquellos cuya ideología supuestamente combaten, dictaduras como la China o regímenes teocráticos como Irán.