AFGANISTÁN: ATENTADOS EN KABUL

La segunda quincena de agosto ha sido de todo menos tranquila para la diplomacia internacional. Afganistán se volvió a ver sacudida por un cambio de gobierno. Con la retirada del ejército estadounidense de Afganistán, resurgió el gobierno talibán mas comedido, dijeron. También más respetuoso, aseguraron. Pero a la vez y en consecuencia, miles de ciudadanos se agolparon en el aeropuerto afgano tratando de escapar del que a todas luces, es y será un régimen sancionador. Un régimen maltratador y cruel que impone de forma ultrarrigurosa la sharia en cada rincón y que relega a las mujeres a la desaparición, a la oscuridad y al sometimiento más extremo.

Dos atentados en el aeropuerto de Kabul y cientos de señales que muestran ya en septiembre, que la nueva normalidad para los afganos era la que dejaron ya hace veinte años. Esto nos hace pensar que en los próximos meses tendremos más de una noticia nada halagueña del país y su nueva forma de gobierno.

La sharia es una ley islámica que el talibán impone de manera radical. Una ley que restringe y pone en peligro los derechos humanos. Con la llegada al poder de los talibanes se restablece esta ley y con ella, unas normas que regirán el código de conducta de los ciudadanos. Es la base del derecho islámico: unas normas que rigen el código de conducta y la moral de los ciudadanos. Un conjunto de reglas fundamentadas en el Corán, el libro religioso del Islam. En él se establecen qué cosas están permitidas o no, desde el punto de vista de la moral religiosa. Es decir, es una guía que deben seguir musulmanes durante su vida. En ella están incluidas las rutinas diarias, las obligaciones familiares y religiosas y los negocios financieros, pero no todos los países la aplican en la misma medida.

Los primeros talibanes surgieron del movimiento de los muyahidines que combatieron a finales de la década de los 80 contra la antigua Unión Soviética. A mediados de los años 90, poco a poco consiguieron hacerse con el país. En la mitad de los años 90 el ejército talibán salió victorioso de la guerra civil afgana y obligó a las mujeres a abandonar sus estudios y a quedar bajo la sombra de sus maridos, padres o hermanos mayores. Sin más voz que la que se escondía tras su burka. 


Los talibanes crean un silencio oscuro

Finalizada la guerra civil Afganistán recuperaba la paz a costa de la pérdida de libertad. No solo a nivel social, sino también a nivel político e incluso religioso. Paz a costa de la libertad de sus ciudadanos sometidos al miedo. Y a la incertidumbre de que su estabilidad era como una castillo de naipes: en cuanto una cayera, todas las demás se vendrían abajo de manera estrepitosa. 

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el ejército estadounidense invade Afganistán y los talibanes caen. El optimismo llena las calles y muchas mujeres, creyendo en la fuerza de su valía, comienzan a resurgir. Como resurge también, en muchas de ellas, el deseo de formarse y de darse a su sociedad. Sin embargo los talibanes, ya diluidos por el tejido de muchas ciudades, pueblos y aldeas, continúan asentando con mucho sigilo sus valores conservadores. También sus raíces que años después no tardarían en volver a hacerse de nuevo visibles. 

En los últimos 20 años los cambios se han hecho notar poco, pero en pequeños paso. Muchas mujeres matronas, periodistas, maestras… consiguieron hacerse pequeños huecos en una sociedad acostumbrada a tenerlas en la penumbra. De hecho, la propia sociedad afgana ha vuelto a reconstruir su sistema económico, judicial y social. Un sistema que caerá de nuevo como un castillo de naipes con la toma por parte de los talibanes de casi todas las grandes ciudades del país. El primer paso fue liberar de las cárceles a miles de presos y mandar a sus casas a las niñas que aprendían en las escuelas y a las mujeres que cumplían jornadas laborales en sus trabajos. ¿Para qué dejarlas progresar si la sociedad que quieren es la que tenían?

Dicen que tan solo unas semanas después de la toma de los talibanes de este nuevo Afganistán, el precio de los burkas se ha duplicado. Muchas mujeres creen que la mejor forma de protegerse de este régimen que tienen tan presente por el miedo que recuerda sentir con él, es el silencio y el velo. O escapar, si pueden o si les dejan. Incluso si encuentran la manera de sortear los controles para embarcarse clandestinamente en los aviones que cada día se fletan con destino a Occidente.

A otro lugar en el que no exista esa opresión que temen, volverá a sumir a Afganistán en el silencio más oscuro. Y a situarles en el ojo del huracán que se llama conflicto bélico. De momento las aulas vuelven a tener una cortina que separa ambos sexos. En la calle no se ven velos, o sí se ven, pero siempre acompañados de un varón. La doctrina ultrareligiosa no se ha hecho esperar. Está y se palpa en el ambiente.


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