Bea no reacciona de manera diferente al resto. Siento sus ojos fijos sobre mí, inyectados de curiosidad y una pizca de deseo creciente. El deseo es como una chispa en medio de un bosque frondoso un seco día de agosto, insignificante en su origen, pero si no lo atajas en cuanto lo identificas, si te recreas en él más de lo debido, si lo dejas crecer fascinado por ver qué pasa, será demasiado tarde. Arrasará con todo y dejará un paisaje calcinado y gris.

Conozco el efecto que mi look desaliñado y mis ojos azules causan en las mujeres. Lo conozco y lo exploto con calculada precisión. No pueden ver el interior. Ni el corazón astillado, ni el alma seca se ofrece a su vista. Así que cuando Bea cruzó su mirada con la mía en aquella estación de tren, supe que mis manos estarían descruzando sus muslos más pronto que tarde.

La mayoría de hombres me envidia porque mi atractivo es tal que se diría que soy como ellas, como esos «pibones» que en el 99,99% de las ocasiones ya han ganado el partido incluso antes de saltar al campo. Y en cambio yo daría cualquier cosa por sentir esa incertidumbre que te aguijonea el estómago ante la más que probable posibilidad de salir duramente derrotado. Me gustaría mirar a Bea y no saber al instante que estará entregándoseme, rendida sin condiciones al enloquecedor placer que mi experimentado currículum de cazador sin duda sabrá proporcionarle. Esa certeza por la que la mayoría daría cuanto tiene, a mí me pone triste.


Bea y las huellas de su perro en su espalda…

Fotografías: ©Mario Díez

Su piel era de un blanco fascinante, como de nácar. Un lienzo vacío salvo por sus pezones anillados y sus dos tatuajes. «Ámame por quien soy» se podía leer en su antebrazo derecho y las patas de su mascota que adornaban su costado izquierdo. Y eso exactamente hice, amarla por quien era. Durante un fin de semana completo. Como a todas las demás. La perfección se puede alcanzar en un fin de semana. ¿Por qué destrozar un recuerdo perfecto? Eso ya lo hice una vez y no lo repetiré.

La recuerdo desnuda, abrazada a sus rodillas, mirándome con esos ojos de las primeras veces. Y me gusta imaginarla con su perro, del que solo conozco sus huellas, un amor eterno que yo de ningún modo puedo darle…


*La colección de relatos «Ell@s» se compone de 52 relatos, ilustrados con fotografías del propio autor, que se publicarán semanalmente durante un año, referidos a 26 situaciones relacionadas con el amor, el desamor, la amistad, el sexo, la pérdida, el dolor, la vida… y que serán abordadas desde el punto de vista del hombre y desde el punto de vista de la mujer protagonistas del relato. Los nombres de ellas (26) irán de la «a» a la «z», y los de ellos (26) de la «z» a la «a». Próximo relato: «Yeray»


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