Llegó el 23J, día de elecciones generales y en torno al setenta por ciento del censo electoral que vota contiene la respiración. Yo no conozco a nadie que ejerza su derecho al voto desde la fe sincera en la honradez, valía y honorabilidad de su opción política. Lo cierto es que se vota porque hay que parar al oponente como sea, ya saben. Este 23J, como desde hace ya mucho tiempo, se vota desde el miedo, no desde el amor.
Es una fórmula muy antigua la de azuzar el miedo en la gente para forzarla a movilizarse. Mis primeras elecciones generales con derecho a voto fueron las de 1996. Tras catorce años de Felipismo, recuerdo perfectamente uno de los mantras de aquella campaña del PSOE: si gana la derecha de Aznar, se acabarán las pensiones. Más de cuarenta años llevan turnándose el poder PSOE y PP. Y a medida que el sistema se va corrompiendo más y más, las llamadas al miedo son cada vez más apocalípticas.
No se puede amar la corrupción. Ni la mediocridad. Ni la indecencia. Y eso justamente son los partidos políticos y quienes los forman. Todos ellos sin excepción. Así que hoy, unos cuantos millones de esclavos que se creen libres acudieron a expresar su miedo en forma de voto. Por miedo a los fascistas. O a los comunistas. A la derecha. O a la izquierda. Por miedo al desastre económico. O al fin de los derechos sociales. Por miedo a no poder ser gay. O a que cualquiera pueda hacerse mujer. Por miedo a los inmigrantes. O a la policía. Por miedo a Lenin. O a Hitler. Por miedo a los hombres. O a las mujeres…
No importa el color del miedo. Todos sirven para esclavizarnos. Sobre todo si el miedo que han conseguido inocularte, va acompañado de odio al que piensa diferente. Al momento de publicarse este artículo estarán escrutando qué miedo ha ganado. Pero de algo podemos estar seguros. Ninguno de los atemorizados votantes gana. Gana la Matrix. Con el mismo resultado de siempre: cuatro años más de esclavitud aparentemente elegida.
