Hace mucho mucho tiempo, en algún lugar desconocido del Universo, las criaturas espirituales sin principio ni fin que todo lo pueden se reunieron y decidieron organizar una colosal fiesta de disfraces.
Las criaturas espirituales son puro amor y todas sin distinción de una belleza celestial. Todas están conectadas y forman parte de una misma realidad que las vincula. Son una y todas a un mismo tiempo. Y puesto que todas ellas en su esencia son pura energía inmortal y la eternidad es consustancial a su naturaleza, la fiesta de disfraces supondría una ocasión inigualable para experimentarse en la individualidad, desarrollarse a través del personaje representado y disfrutar de un rato de diversión.
Se acordó que la gigantesca fiesta se celebraría en la Tierra y por tiempo limitado para cada criatura, apenas un suspiro. Como una gota de agua en el océano de la infinitud.
La Leyenda no deja claro si cada ser espiritual escogió su propio disfraz o si por el contrario fueron asignados a cada uno al azar. Y fuera de un modo u otro, tampoco está muy claro si algo terrible e inesperado ocurrió durante el desarrollo de la fiesta, o si acaso es que aquello formaba parte del juego: ¡olvidaron que estaban disfrazados!
Y así fue que dejaron de reconocerse. Dejaron de reconocer a sus compañeros de fiesta y dejaron de reconocerse a sí mismos. Y sin otra realidad que sus disfraces, el miedo se apoderó de ellos. El miedo trajo consigo el dolor. Y así fue también que el sufrimiento, fruto de la ignorancia sobre quiénes eran, se extendió por toda la fiesta.
Durante un tiempo el miedo marcó el devenir de la fiesta. Pero algo está cambiando. Algunas criaturas hemos recuperado la memoria. Y sé quién soy. Visto un disfraz de hombre de la generación del 75 al que trato de sacar todo el lustre y todo el partido que me es posible, ¡que las fiestas están para divertirse!
Pero lo más importante de todo no es que sepa quien soy. Lo más importante de todo es que no voy a compadecerme ni sentir pena de ti. Porque no puedes engañarme con ese disfraz de amargado, o de discapacitada postrada en una silla, o de enfermo de mil dolencias irreproducibles, o de víctima de todo y de todos, o de “jo, todo me pasa a mí”, o de desengañada en el amor, o de…
Ya no puedes engañarme. ¡Yo sé quién eres!