ENFERMOS POR INFOXICACIÓN

Para empezar queramos o no reconocerlo, diremos que estamos enfermos por infoxicación. De hecho, infoxicación puede definirse como intoxicación por exceso de información. Y si no sabes de qué hablamos, prueba a hacer un repaso de tus rutinas. Es más a cierta hora del día, cuando ya hemos comido, bebido, trabajado, salido y socializado, la infoxicación se vuelve perversa y remata el cuerpo humano con dolores de cabeza y jaquecas.

Esto es así porque vivimos pendientes del smartphone. También de lo que nos dicen los medios de comunicación en su área de noticias. Vivimos pendientes de conocer cuál es la última publicación en Instagram de las personas a las que seguimos. Qué ha puesto y quién en Facebook. Y como remate, qué titulares nos regalan al minuto las grandes cabeceras sobre la evolución de temas de actualidad, como ahora el coronavirus.

Nuestra infoxicación ha llegado a tal punto que preferimos comentar las publicaciones más destacadas, que lo que hicimos nosotros o pensamos en el día de ayer, porque estamos infoxicados. Y no será ésta una patología contemplada por ningún colegio de médicos o cualquier agencia del medicamento que nos marque la posología que debemos tomar de una determinada medicina. Porque más que el estrés o la depresión, la infoxicación parece ser la enfermedad del siglo XXI. Y como tantas otras, interesa.


Efectos de la infoxicación

Cada uno de nosotros podríamos estar enfermos por infoxicación, estar infoxicados. De hecho, seguro que, o lo hemos estado o lo estamos ahora. ¿Cómo reconocerlo? Basta preguntarse si somos capaces de procesar, cuestionar y entender todo lo que está ocurriendo en torno a un tema sobre el que los medios hablan machaconamente cada día. ¿A que piensas en el COVID-19? ¿Sabrías hablar sobre el origen del virus, su estudio en laboratorio, su tratamiento, los efectos sociales, económicos y políticos que tiene? ¿Somos capaces de procesar las consecuencias en el comportamiento? ¿Hemos rascado o nos quedamos en la superficie porque un titular es suficiente para marcarte una conversación de más de media hora con un conocido?. Eso sí, manteniendo las distancias, con mascarilla y sin caer en tópicos tanto el uno como el otro.

La infoxicación puede generar falta de atención, es capaz de provocar que saltes de una línea a otra mientras lees, porque tu cerebro ya considera que lo que hay en medio puede considerarse contexto. Y tú solo puedes conformar la misma noticia que has empezado a consumir. Se hace complicado leer palabra a palabra entendiendo todas, masticándolas despacio hasta comprender el mensaje en realidad. Con la infoxicación, la capacidad de “saber leer entre líneas” deja de tener sentido porque desaparece.

Estar infoxicado es también ir deprisa y sobrecargarse. En ocasiones, puede generar ansiedad porque no se es capaz de procesar todo lo que se consume. Con lo cual, el afectado puede llegar a decidir dejar de leer, dejar de consumir y, por ende, dejar de estar informado. Porque prefiere no buscar información, ni en cantidad ni de calidad, para no seguir sobresaturado. Por tanto, un consumidor infoxicado y desinformado puede ser de un segundo a otro, un ex-consumidor infoxicado y desinformado.


La infoxicación existe

La infección por exceso de información no es una enfermedad inventada, existe. Aparece en el mismo momento en que esa información se consume y se hace en exceso. El consumidor de información se sobrecarga hasta el punto de no atender más que al titular. Con él se arma el resto de contenido en su cabeza, y no atiende a nada más. Se queda en la superficie porque necesita continuar consumiendo.

Sin rasgar hacia lo más profundo de la información que consume, el infoxicado se acaba quedando siempre en la superficie. Y como resultado: sabe de muchas cosas, pero no sabe sobre nada. Es probable que dentro de unos años se estudie la infoxicación como una de las principales enfermedades del siglo XXI. Y se reconozca que durante mucho tiempo, estuvimos enfermos por infoxicación. O puede que no.

Porque un lector infoxicado conviene. Asimismo, un ciudadano que lee, que se informa y se sobrecarga y no cuestiona nada más que lo que está consumiendo, es un ciudadano dócil porque no profundiza y se queda en la superficie. Y lo que es peor: porque no busca información de calidad, sino mucha información. Para él, prima la cantidad a la calidad. Y la información, es preferible escogerla como las amistades: mejor pocos amigos y de calidad que muchos y sin sustancia.


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