Nunca es tarde para hacer balance y el 2022 fue un año realmente malo en cuanto a la violencia. De hecho, los datos no engañan. En comparación con los años anteriores a la pandemia, el 2022 registró cerca de un 5,7% más de infracciones penales. Lo de las violaciones, ya es caso aparte. El pasado año hubo un total de 2.870 violaciones. Esto supone un 50% más que en los años anteriores a la pandemia.
Según los datos que ha hecho públicos recientemente el Ministerio del Interior en un informe, la criminalidad y la violencia creció más de un 20% en 2022 si se comparan las cifras con el año anterior. En concreto, fueron 2.325.358 las infracciones penales contabilizadas por las fuerzas de seguridad de nuestro país. Los robos, sin embargo, descendieron. Y ese descenso se dio tanto en los robos con intimidación y violencia como en las sustracciones en vehículos o los hurtos. Nos dio menos por robar y más por agredir.
Pero a cambio, estamos más conectados que nunca. Y esto también se traduce en un incremento de la ciberdelincuencia. La delincuencia se transforma. Este informe del Ministerio refleja que el 2022 tampoco fue un buen año ni un ejercicio alentador en cuanto a este tipo de delincuencia por Internet. Se registraron un total de 375.506 de ciber delitos. Esto supone un 22,9% más que en 2021 y un 72% de incremento sobre el año 2019.
Pero si algo ha destacado sobre todo lo demás, dentro de este capítulo de la ciberdelincuencia, han sido las estafas. Un total de 336.778 en 2022. Esto ha supuesto un incremento del 26,1% respecto a 2021 y más del 75% si se compara con los datos registrados en 2019.
Según el Ministerio del Interior, estamos viviendo una “fuerte transición de la realidad delincuencial entre la criminalidad convencional o tradicional (el 83,9% del total), que desciende (un 1,6% respecto a 2019), y las nuevas formas de criminalidad cometidas en el ciberespacio, la cibercriminalidad, que mantiene una tendencia al alza«.
Trasladado a hechos, 2022 no fue un buen año. Lo dice el Ministerio del Interior en su informe, también el INE con sus estadísticas sobre delitos en España, pero también la sección de sucesos de los medios de comunicación, los telenoticias y todas las referencias públicas que hay sobre agresiones, violencia en general y agravios de unos contra otros. Vivimos en una sociedad agresiva. Que castiga al infractor pero que no pone medios para que esa violencia deje de producirse. Y 2023 no ha comenzado de manera halagüeña en este sentido.
Más violencia, inseguridad, agresividad y descontento entre la sociedad
Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante y Málaga son, por este orden, las ciudades con mayor número de actos violentos de todo el país. Pero en general no vivimos en un país violento. Se produce violencia, pero en unas zonas más que en otras, aunque en general, nuestro país es seguro. De hecho, según el World Homicide Report, la tasa de homicidios en España se encuentre entre las más bajas del mundo (0,71 por cada cien mil habitantes). Y es más o menos parecida a la de la mayoría de los países del sur de Europa. Además, tal y como se expone desde Eurostat, la tasa de robos con fuerza en las casas y los hurtos son prácticamente la mitad de los que se contabilizan como la media en Europa.
Sin embargo, las sensaciones son otras muy distintas. Y desde la pandemia, lo que siente el grueso de la población es que vivimos en un mundo inseguro e incierto. Así, según un estudio elaborado por el Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria, nos encontramos ante un nuevo escenario estratégico que nos sitúa ante lo que llaman “paradoja del desarrollo: parece que nunca hemos vivido mejor, y, sin embargo, las personas no han logrado aumentar su sensación de seguridad”.
Para sumar más ingredientes al caldero, la inflación, las continuas subidas de tipos de interés y el estancamiento económico, hace que las desigualdades se agudicen en muchos países y tiende a incrementarse tanto la conflictividad social como la inestabilidad política. La sociedad se vuelve cada vez más agresiva porque está más descontenta y al final se encuentra enzarzada en una espiral confusa que puede que les lleve a violentar, a sentir miedo, inseguridad y a temer que el futuro sea igual de oscuro que su presente.
¿Qué nos queda? Tratar de darle la vuelta a la tortilla. De valorar las pequeñas cosas que nos hacen felices y que nos dan paz. Cultivar la calma y abandonar la tendencia a dejarnos llevar por lo que nos dicen las pantallas, porque la realidad está ahí fuera. Aunque a veces esa realidad se tiña de violencia, de descontento y de agresividad. Más de la cuenta. O más de lo que nos merecemos soportar.