USO DE PORNOGRAFÍA INFANTIL TAMBIÉN POR EDUCADORES

A comienzos de este año la Unidad de Ciberdelincuencia de la Guardia Civil recibió un aviso de la Homeland Security Investigations de Estados Unidos (HSI). En el se alertaba de que desde un pequeño pueblo cercano a Burgos se podrían estar difundiendo ingentes cantidades de imágenes de pornografía infantil. Se hacía a través de una aplicación de mensajería. Las investigaciones han dado sus frutos. Y se han saldado con la detención de una joven terapeuta infantil, de 22 años de edad y sin antecedentes, por corrupción de menores. La policía encontró en su domicilio cerca de 3.000 archivos de imagen y vídeo, con un peso estimado en 20 gigas. Una barbaridad, para que lo entienda todo el mundo. Guardado todo ello en diferentes espacios de almacenamiento virtual.  

No ha trascendido más información acerca del caso. Pero nos acerca a una realidad preocupante en el mundo de la pornografía infantil: cuando es el propio educador, tutor o persona cercana al niño, quien mantiene una conducta inadecuada y delictiva. Cuando es esta figura la que es el abusador ¿qué ocurre entonces? Sencillamente que se tambalean todos los protocolos. También se tambalean cuando es el propio padre o madre, el tutor o la persona de confianza del niño, quien ejerce el daño. 

Tampoco son pocos los casos que se han conocido últimamente de difusión de imágenes de pornografía infantil a través de Internet. La nube, los medios virtuales, las redes sociales, son carne de cañón para una práctica delictiva y sucia. Una práctica que daña a los menores y los convierte en el centro de la diana del abuso infantil. Además el anonimato en el que se escudan todos estos abusadores a través de la red, hace que en ocasiones se sientan protegidos por esa identidad inventada que utilizan para delinquir.


Pornografía en el círculo íntimo de los menores

Sin ser conscientes de que la IP o muchas de las rutas que emplean para compartir los archivos, son tan públicas como su identidad real, la que figura en su DNI y con la que se hacen presentes en la sociedad real. A través de todo ello, las unidades policiales contra la ciberdelincuencia, encuentran un rastro más que efectivo para dar caza al abusador. 

Los expertos han indicado en numerosas ocasiones que en el 90% de los casos en que se produce un caso de abuso infantil, el menor conoce a quien se lo está haciendo. Forma parte de su círculo más cercano. Y aquí es donde entra la lógica de todo proceso de investigación: padres, tíos, vecinos, padres o madres de amiguitos de la escuela, tutores, maestros o terapeutas. Cuando este círculo se va estrechando, más sencillo es encontrar al culpable del abuso. 

Según muchas investigaciones, el agresor suele crear un vínculo de confianza con el menor para cometer sus abusos. Ese vínculo les permite estrechar lazos y acercarse a ellos creando una especie de conexión que les facilita todas sus fechorías. La confianza la crean no solo con el menor, sino con sus familiares, que en muchas ocasiones no entienden por qué ha de haber algún motivo de sospecha en ellos. La relación es cercana, aparentemente transparente y en principio, sana. Además, se sabe que los abusadores, los pedófilos, los que atentan contra la propia infancia a través de estas sucias prácticas con los niños, suelen aparentar comportamientos respetables de cara a la sociedad. Son personas que no aparentan lo que son ni lo que hacen. Y precisamente por ello se escudan en el anonimato. 

¿Qué ocurre cuando la vía para difundir imágenes es Internet? El círculo puede que se haya estrechado porque el abusador es alguien conocido, pero la vía de transmisión crece exponencialmente porque es capaz de difundir imágenes, vídeos o incluso audios a lugares insospechados valiéndose de Internet. Los destinatarios: consumidores sin escrúpulos a quienes también habría que examinar y recomendar terapia. 


Avance desmesurado de la pedofilia a través de Internet

En un simposio celebrado el pasado mes de julio en el marco de los Cursos de Verano del Escorial, organizados por la UCM, Agapito Hermes de Dios, Comisario Jefe de la Unidad de Ciberdelincuencia de la Comisaría General de la Policía Judicial de la Policía Nacional, afirmaba que desde el inicio del periodo de confinamiento debido al COVID, habían aumentado los casos de ciberacoso sexual. También había habido un aumento “enorme de la distribución de material pedófilo en la red”. 

Está claro que a mayor número de horas conectados en Internet, mayor es la posibilidad de que los pedófilos, bajo el escudo del anonimato, cometan sus delitos. Hacen crecer las estadísticas en torno a la pedofilia en la red. Además tienen más oportunidades de contactar con menores, quienes también han sumado enormemente las horas de conexión a Internet y de consumo de pantallas. 

Se trata de una pescadilla enorme que se muerde la cola constantemente. El confinamiento reduce la horas de juego y de salidas a la calle. Aumenta además las horas de conexión y esto es caldo de cultivo para el crecimiento de prácticas pedófilas. Ocurre también que esa mayor conexión a Internet ha hecho que aumenten también los fraudes informáticos y las estafas a través de la red. Estas ya suponen el 90% de los delitos denunciados en los últimos meses. 

Nos está aguardando ahí fuera una nueva realidad virtual: la de los delitos informáticos, la de la pedofilia anclada a un anonimato que al final acaba por conocerse. También la de los insultos a través de Internet. Incluso la de las redes sociales que dañan a muchos adolescentes y jóvenes que viven una realidad que no es, porque se encuentra al otro lado de la pantalla. Una realidad que debemos aprender a conocer. Precisamente para poder ponerle límites, que nos permita abrir los ojos para guiar a nuestros menores a través de ella.

Y para que lo que en ocasiones es medianamente difícil de detectar en un cara a cara no se convierta en un imposible porque se produce a través de la red. En la pedofilia y el abuso a menores los círculos son estrechos. No permitamos que Internet ayude a abrirlos o a expandirlos y el crecimiento de ello sea exponencial porque se produce bajo el escudo del anonimato. 


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