Revivo esas 48 horas con horror todavía. No recuerdo quién dijo que cuando el ser humano quiso hacer vivir el infierno a otro, comenzó la tortura. Lo de Miguel Ángel Blanco fue si cabe algo peor que una tortura. Fue un asesinato a cámara lenta. Un ejercicio de sadismo solo comparable a los 532 días que mantuvieron secuestrado en un zulo inmundo a Ortega Lara, a quien habían decidido dejar morir de hambre creyendo que la Guardia Civil no les iba a localizar. Conviene recordar 25 años después cómo ocurrió. Floren Aoiz dirigente de Herri Batasuna, tras la liberación de Ortega Lara, lo dijo bien claro: “Después de la borrachera viene la resaca”.
Los comandos de ETA no eran entes autónomos que un día se despertaban y secuestraban o asesinaban a su libre albedrío. Obedecían ordenes de sus jefes. En este caso, Ignacio Miguel Gracia Arregui -“Iñaki de Rentería”-, José Javier Arizkuren -“Kantauri”-, María Soledad Iparraguirre -“Amboto”-, Juan Carlos Iglesias Chouzas -“Gadafi”-, Asier Oyarzabal -”Baltza”- y Mikel Albisu -“Mikel Antza”-, ordenaron a Irantzu Gallastegui Sodupe -“Amaia”-, Francisco Javier García Gaztelu -“Txapote”- y José Luis Geresta Mugica -“Oker”-, el asesinato de un concejal del PP.
Le tocó a Miguel Ángel como le podía haber tocado a cualquier otro. Pero Ibon Muñoa, concejal de Herri Batasuna en Eibar pasó información de Miguel Ángel Blanco, con sus movimientos habituales y sus horarios. Miguel Ángel era un chaval feliz. Ya era fijo en la consultoría de Eibar en la que trabajaba. Se había comprado un coche, la banda en la que tocaba iba bien y tenía planes de vida con su novia. El jueves 10 de julio de 1997 a las 15,30, Miguel Ángel se disponía a coger el tren en Eibar para volver a su pueblo, Ermua. “Amaia” le encañonó con una pistola y le obligó a meterse en el coche en el que esperaban “Txapote” y “Oker”. ETA exigía para su liberación el traslado a prisiones vascas de los presos de la organización terrorista.
Una petición que sabían inasumible para el Gobierno. Por eso desde el inicio todos sabíamos que lo iban a asesinar. El plazo terminaba el sábado 12 de julio a las 16 horas. Escribo este texto el lunes 11 de julio de 2022. Ayer domingo hubo un recuerdo a Miguel Ángel unánime en las portadas de los periódicos, con la excepción de El País, en la que destacaban la manifa del Orgullo Gay en Madrid y no dedicaban ni un breve a los 25 años de Miguel Ángel.
Yo dirigía El Mundo en Euskadi entonces. Fueron 48 horas terribles, de angustia, de informar desde la serenidad cuando lo que te llamaba era la indignación. Recuerdo que el viernes 11 a media mañana, quedé con Jon Idígoras, destacado miembro de la Mesa Nacional de HB entonces, ya fallecido. Me recibió en la sede de HB. Mantenía con él una relación profesional, correcta, pero tensa. Le pedí como ser humano, que ellos, los 29 miembros de la Mesa Nacional, le exigieran a ETA que no asesinaran a Miguel Ángel. Nadie me envió. Pensaba, y así lo escribí en el periódico, que solo la Mesa Nacional podía evitar la tragedia.
Apelé a una sensibilidad humana que no tenían. Trató de convencerme inútilmente, de que ellos no tenían capacidad de influir en ETA. Le dije “Jon, por favor, los dos nos conocemos. Sois los únicos que podéis evitarlo. No puede suceder. Tienen que liberar a Miguel Ángel. El Gobierno no va a ceder, no puede ceder. Solo vosotros podéis evitar que lo asesinen”. Al salir era consciente de que era en vano. Herri Batasuna obedecía a los mismos que obedecían “Amaia”, “Txapote” y “Oker”. Idigoras también.
Dos día de vigilia, de no dormir, de rezar. La reacción fue unánime en toda España. En Euskadi sucedió lo nunca visto. El vacío social a ETA y a su entorno: Herri Batasuna. Ataques a sus sedes. En Ermua, Carlos Totorika, alcalde del PSOE, acudió con un extintor a apagar el incendio de la sede de HB y apelaba a la serenidad. El sábado 12 por la mañana acudí a la gran manifestación de Bilbao. No he sido nunca de acudir a manifestaciones, pero ese día no podía faltar, por deseo propio y por obligación profesional. Pasaban las horas y esperábamos el desenlace con un hilo tenue de esperanza. Recuerdo que no almorcé, tras la manifestación al periódico. Con todo el equipo. A las 17 horas me llama el consejero de Interior del Gobierno Vasco, Juan María Atutxa: “Está vivo”.
Le pregunto si es que le han liberado. Me responde que no: “Le hemos encontrado con dos tiros en la cabeza en un camino forestal, muy cerca de San Sebastián, pero ha llegado con vida al hospital Nuestra Señora de Aránzazu”. El ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, me dice que la Guardia Civil había estado muy cerca, en un camino paralelo. “Ahora hay que emplearse a fondo en detener a los autores. Sabemos quiénes son”. Llamo al consejero de Sanidad del Gobierno Vasco, Iñaki Azkuna: “Dos tiros en la cabeza, imposible que salga. Aunque aún vive, no hay esperanzas”.
Aún no me había recuperado de la impresión de haber bajado al zulo en el que ETA tuvo secuestrado a Ortega Lara 532 días. Fue el 2 de julio tras la liberación por parte de la guardia civil al mando del capitán Manuel Sánchez Corbí y bajo la supervisión judicial del inefable juez Baltasar Garzón. Y seguía indignado por el titular del periódico etarra EGIN, “Ortega vuelve a la cárcel”. Un Egin en el que mandaba entonces Mertxe Aizpurua, una de las interlocutoras hoy de Pedro Sánchez en los repulsivos acuerdos del Gobierno con Bildu para elaborar un relato denigrante de la existencia de esa máquina de matar que fue ETA para que las nuevas generaciones que no lo vivieron no sepan nunca la verdad del horror.
Los legatarios de los asesinos sostienen a un Pedro Sánchez que el domingo, en los actos de Ermua, dijo que “España y Euskadi son dos países en paz y en libertad”. No señor presidente, España y Euskadi no son dos países, y hablar de paz es otro error, porque nunca hubo una guerra, ETA asesinó a más de 800 españoles, ETA asesinaba pero no había una guerra, ETA tenía unos objetivos políticos que ha cumplido gracias a Zapatero y Sánchez, y ahí están, llave del Gobierno entregada a ellos.
Hay libertad si, pero aún en muchos lugares si te perciben español, eres mal recibido. Arnaldo Otegui, etarra especialista en secuestros designado por Zapatero y Sánchez como “hombre de paz”, ha contado que ese fatídico fin de semana de 1997 él estaba en la playa de Zarauz.
Con un par, en la playa, como si no pasara nada. Bien podía haberle tocado ocupar el lugar de “Txapote“ o de «Oker”. O bien podría haberse dirigido a los que también fueron sus jefes para evitar el asesinato. Pero no, como publiqué tras aparecer el cadáver en el periódico, “los que podían haber evitado el asesinato de Miguel Ángel no han querido evitarlo”. Y este fin de semana Fernando Grande Marlaska no estuvo en los actos de homenaje a Miguel Angel Blanco, estaba en lo del Orgullo Gay criticando que Feijóo haya dicho que el PP derogará la Ley de Memoria Democrática.
“Txapote” y “Amaya” eran pareja. Tuvieron dos hijos juntos. Grande Marlaska se ocupó de ellos acercándoles a prisiones vascas, controladas por el Gobierno Vasco, o sea, que no tardarán en salir. A “Oker” no ha podido acercarle porque apareció muerto en 1999 con un tiro en la sien. Su cadáver apareció en las afueras de Rentería, cerca del asador Zamalbide. El universo etarra dijo que fue asesinado en un acto de guerra sucia pero los forenses hablaron de suicidio. Un tiro en la sien con una pistola Astra calibre 6,35. Y quedó una duda muy inquietante. Los forenses certificaron que a su cadáver le faltaban dos muelas.
Los 7 informes del Instituto Nacional de Toxicología indicaban que el disparo se produjo “a cañón tocante” y en la mano derecha del etarra había “partículas exclusivas y abundantes de residuos de disparo”. En la primera autopsia no se hablaba de la falta de dos muelas, se desconoce si porque estaban en su lugar o porque no lo miraron Los investigadores arriesgaron que alguien le arrancó las muelas en la morgue del cementerio de Polloe después de muerto. Un detalle siniestro en la muerte de un asesino siniestro.
Una vez que se llevaron a Miguel Ángel, el sábado 12 lo condujeron por un camino forestal. “Oker” le llevaba maniatado, le obligó a arrodillarse y “Txapote” le dio dos disparos en la cabeza mientras “Amaia” vigilaba. Un hombre que paseaba a su perro escuchó unos minutos después unos gemidos y encontró el cuerpo de Miguel Ángel aún con vida. Al llegar al hospital Miguel Ángel tenía quemaduras en los párpados. Imagínense lo que tuvo que llorar durante esas 48 horas de tortura sádica antes de que le descerrajaran dos tiros en la cabeza.
Pero ETA y sus secuaces, como con mi compañero y amigo José Luis López de Lacalle, no dejaron tranquilo a Miguel Angel. A López de Lacalle aún sin enterrar, le pintaron en la puerta de su casa “Lacalle jódete”. Los familiares de Miguel Ángel, el 23 de noviembre de 2007 tuvieron que trasladar los restos de Miguel Ángel desde Ermua a la localidad orensana de Faramontaos. En Ermua la tumba era atacada y pintada cada poco por las gentes de ETA. Y la familia, ya fallecidos los padres de Miguel Angel, optó por trasladar el cuerpo a Galicia, tierra de origen de su familia. Es importante que la gente sepa que ETA no dejaba siquiera descansar a los muertos y sus familias.
El lunes 14 de julio escribí en mi “carta del director” algo que podría haber escrito hoy de nuevo. Y aquí lo dejo: “Más responsabilidad que quién disparó a Miguel Ángel tienen los dirigentes que conducen a 200 por hora una máquina trituradora de seres humanos. Los dirigentes de Herri Batasuna, el sindicato LAB y demás organizaciones del universo etarra… Deben renunciar a todo lo que aspiran. Hasta entonces, es imposible recorrer el camino con quienes lo siembran de minas, caminar por el bosque con quienes lo queman cada día, hablar con quienes solo pretenden cortarte la lengua”.
El PSOE de Zapatero y Sánchez se entregó en sus manos y nos los presentan como hombres de paz. Y cuidan a sus presos como no cuidan al resto de presos que se pudren en las prisiones españolas. Pero a la mayoría de quienes vivimos aquello no se nos pueden borrar esas escenas. Pocos años antes de lo de Miguel Angel, la mayoría de los españoles entre los que me incluyo, pedíamos por todos los caminos al dictador Franco que no aplicase la pena de muerte a los etarras del Consejo de Burgos. Desde el Vaticano hasta el último rincón de España salimos a la calle a exigir que desapareciera la pena de muerte. Franco no nos escuchó como ETA no nos escuchó nunca. Cambian los verdugos, pero no su crueldad.
Al menos tras el asesinato de Miguel Ángel durante unos meses hubo una reacción social. Lo triste es que pronto se apagó la llama. El 12 de septiembre de 1998 se firmaron los acuerdos de Estella en los que los nacionalistas vascos y algunas formaciones de izquierda pactaban de nuevo con ETA y su mundo. Y al final como en la canción de Sabina, ruido de amenazas, ruido de escorpiones. Mucho, mucho ruido, demasiado ruido. Y Bildu, o sea, ETA, marcándole la agenda al presidente del Gobierno de España. Y el ministro de Interior dedicado a la defensa de su legítima opción sexual frente a sus obligaciones como ministro de Interior. Como ha escrito Santiago González, siempre atinado, en El Mundo de hoy: “lo suyo es siempre confundir el culo con las témporas, dicho sea sin ánimo de señalar, naturalmente”.
Miguel Angel Blanco siempre estará en mi memoria, como símbolo frente a los asesinos y frente a quienes aprovecharon más de 800 muertos y centenares de exiliados para instalarse en el poder con la complicidad del PSOE de Zapatero, Sánchez y todos los que les mantienen en el poder. Siempre estaré al lado de las víctimas frente a los verdugos.