Con la acuciante sequía que lleva amenazando a nuestros campos desde hace meses, se encendieron todas las alarmas: el campo este año iba a sufrir. Muchas cosechas se echaron por tierra. Otras tantas no lograron prosperar con lo que campañas como las del melón, la manzana o las llamadas frutas dulces se han visto amenazadas por la falta de agua. Algunas, como las de la cereza en el Valle del Jerte, se han malogrado debido a las incesantes lluvias de las últimas semanas. En Cataluña, los productores de fruta han temido en más de una ocasión que no pudiera completarse la campaña de la manzana, el melocotón y la pera.
Pero las inclemencias meteorológicas no son en realidad la única amenaza de nuestros agricultores. Las importaciones de frutas y verduras de países como Marruecos y Senegal operan como uno de los principales problemas a los que debe enfrentarse nuestra producción agrícola.
Desde el Departamento de Aduanas e Impuestos Especiales lo ilustran muy bien con cifras. Alrededor del 65% de las hortalizas frescas y las frutas que importamos en España en 2022 procedía de países extraeuropeos. Traducido en euros. Esto supone más de 2.400 millones de euros.
Marruecos, nuestro principal productor
La Federación Española de Asociaciones de Productores Exportadores de Frutas y Hortalizas explica que Marruecos es el país que más abastece hoy día a España de frutas y verduras. Es nuestro principal productor, de donde más importamos. En una década, las compras de frutas y verduras a este país pasó de las 856.919 toneladas al 1,4 millones de toneladas. Esto supone un crecimiento del 65%. Por ejemplo, dos de cada tres sandías que se consumen en España procede de países como Senegal o Marruecos. Algo que irrita a los productores locales y que ven como una amenaza a la producción nacional. A veces se ven obligados a regalar su fruta porque ven imposible que las empresas se las compren.
Pimiento, tomate, sandías, fresas, judías verdes, aguacates, frambuesas y hasta naranjas. Poca fruta o verdura se escapa a proceder de países como Marruecos y que España la compre para el consumo nacional. En la pasada campaña de la fresa 2018/2019 se estima que España compró a Marruecos nada menos que el 78,98% de las fresas que provenían de fuera. Alrededor de 14,01 millones de Kg, por un precio de 37,69 millones de euros. Si hablamos de fresa, en España además de la marroquí, también consumimos fresas procedentes de Portugal, Francia, Perú o Bélgica.
Dirán que es asunto de un mercado globalizado, que el mercado es abierto y que estas operaciones responden al incremento de la oferta y la demanda. Pero lo cierto es que expertos remarcan que muchas de las toneladas que importamos en España proceden de explotaciones españolas y francesas en Marruecos. Aquí su mantenimiento es distinto y puede que tenga menor coste. También son muchos, sobre todo agricultores, los que se quejan de que los sistemas de calidad que se emplean para calibrar el producto que procede, por ejemplo de Marruecos, no son los mismos o tan exigentes como los que se desarrollan aquí en España. Las importaciones de Marruecos crecieron en 2022 cerca del 10% respecto a las producidas el año anterior. Pero no son las únicas. Tras este país, Costa Rica, Perú y Brasil son grandes exportadores y mucha de nuestra fruta procede también de sus campos.
Los consumidores, pendientes de la procedencia de lo que consumen
Según la encuesta CuTE realizada en 2020 a más de 1.000 personas en el marco del programa de promoción de la UE»Cultivando el sabor de Europa» se señalaba que entre los criterios más destacados por los consumidores a la hora de comprar frutas y verduras es el origen. Saber si se trata de un producto local, nacional o europeo es de vital importancia. Las razones son varias. Una de ellas es el interés por apoyar a los productores locales. Otra puede ser la confianza en los métodos de producción europeos.
Sin embargo los consumidores se mueven por oleadas. Y a la fiebre de saber qué comen y estudiarse las etiquetas como buenos “realfooders” interesados por la composición de los alimentos que se ingieren, llega la preocupación por conocer la procedencia de nuestras frutas y verduras. También de la carne y el pescado. Interesa saber qué comemos y dónde se genera, más que valorar el impacto económico que tiene sobre nuestras arcas que se consuman grandes, grandísimas, toneladas de producto extranjero. Se nos pide que para cuidar el medio ambiente consumamos producto local, de proximidad, pero se olvidan de explicarnos que la globalización está tan dentro de nuestro sistema y nuestro campo que ya es complicado trazar la línea correcta para hacer lo correcto. ¿Sabemos lo que comemos? ¿o nos da igual, mientras que lo que comamos sea sano?