¡LOS NIÑOS NOS ENSEÑAN A VIVIR!

Volver a ser niños es una utopía que muchos utilizamos en ocasiones para rememorar aquello que, por su simpleza, nos hacía felices y hoy nos es necesario. Si volvemos a la infancia, al menos en el recuerdo, seremos capaces de seguir percibiendo olores, sabores y sonidos que un día nos sorprendieron y hoy los tenemos grabados a fuego en la memoria. ¡Qué importante es recordar! Y es que, puede ser bonito vivir el presente pensando que cada momento será una buena instantánea que guardaremos como recuerdo en el futuro. Vivir como si todos esos matices conformaran un regalo que nos otorga el pasado. Es lo que hicimos sin ser conscientes de ello cuando éramos niños y lo que perdemos a medida que vamos creciendo. 

En nuestro mundo, éste que construimos cada día, en el que los adultos mandan, organizan y diseñan un futuro con cada acción que se empeñan en realizar, viven hoy según UNICEF más de 2.200 millones de niños. Pequeños que mañana se harán grandes y se convertirán en mayores. Y que se han encontrado con muchas cosas que se verán obligados a cambiar: desentendimientos políticos, formas de pensar, discriminación, guerras, disputas, envidias.

Hoy el mundo tiene olvidados a los niños y en ocasiones se sienten incomprendidos. Pero son capaces como nadie, de sacar a relucir esa resiliencia de la que muchos se enorgullecen de poseer. Se adaptan como el que más y sonríen a pesar de que quizá la situación para un adulto, no merezca ni media sonrisa. Valoran el tiempo de otra manera. Y no existe mayor pena que la de un adulto que les ignora, grita o regaña porque en su mundo todo se vive con extrema intensidad. 


Los niños ven el mundo como un regalo

Y sí pudiésemos ver el mundo con los ojos de un niño, con sorpresa e ilusión, como si todo se viviera por primera vez. Desde luego los adultos aprenderíamos mucho si experimentásemos nuestro día a día con la chispa de felicidad que le nace a cualquier niño cuando pasea, habla, conoce o descubre. Todo es motivo de alegría para ellos, y hasta los pequeños detalles, son siempre importantes.

En sus ojos hay chispas de color, son portadores de sonrisas. Incluso hoy asumen con normalidad el tener que ir con mascarilla por la calle, estar encerrados en casa porque en el colegio ha habido un positivo o algún profesor ha tenido contacto estrecho con alguno. También asumen que no pueden verse en el parque con otros amigos del barrio y que además hay temporadas en las que ni siquiera pueden pisar esas zonas de recreo infantil. Comprenden que sus padres tienen que trabajar y quizá no les dediquen todo el tiempo que necesitan. Se frustran y enfadan como cualquier hijo de vecino cuando las cosas no les salen como quieren. Y en ocasiones no entienden bien por qué con algunos  comportamientos se les reprende, en lugar de que los adultos se esfuercen por comprender por qué les pasa lo que les pasa. 

Ni ellos mismos lo saben. Son niños, su mente es simple y valoran como nadie los pequeños detalles que les regala cada día el mundo. Ese mundo que también es suyo y que los adultos nos esforzamos en arreglar mientras lo estropeamos. 


Recordemos nuestra niñez…

Los profes son buenos pero a veces me regañan”. Igual ocurre con los padres, los tutores o adultos que tienen como referencia. Esa guía que a veces se convierte en una reprimenda, difícilmente se les olvida. Y entienden que eso no se hace de esa manera pero con tristeza. Mucha más tristeza si después aparece un castigo con el que difícilmente comprenden que la senda que deben seguir es, en ocasiones, la contraria. 

Es difícil ser niño en un mundo de adultos. Pensado por adultos y fabricado a imagen y semejanza de los adultos. Tampoco hay niño difícil. Lo complicado es ser niño con adultos cansados, con prisa, estresados o enfadados porque han dejado de recordar cómo se sentían, qué pensaban o qué soñaban cuando medían medio metro menos.

Tal vez si cerrásemos los ojos e intentásemos recordar cuál era nuestra merienda preferida antes de cumplir 10 años, con qué nos entreteníamos la mayor parte del tiempo o a qué olía nuestra casa en invierno, comprenderíamos cuánto hemos crecido. Porque el nivel de curvatura de la sonrisa que se puede llegar a dibujar en nuestro rostro, nos indicará si ese recuerdo es feliz o lo hemos olvidado. Nos dirá cómo de adultos nos hemos vuelto. Y, sobre todo, cuánto debemos volver a recordar y rescatar de nuestra infancia para volver a ser tan felices como entonces. 

Feliz Día del niño. 


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