LA HORROROSA HISTORIA DE LA FAMILIA TURPIN

Es tradición del cine y cada vez más de nuestra propia sociedad, contar historias terroríficas cuando nos acercamos al 31 de octubre. Más allá de Halloween, muchos casos reales que nos rodean superan con creces hasta al guión con la trama más truculenta que nos podamos imaginar. Y pasadas estas fechas se nos vienen a la mente cuentos como la leyenda del jinete sin cabeza (Sleepy Hollow), Hocus Pocus o Las Brujas de EastWick. En ellas se narran historias en las que la magia negra y la muerte se entremezclan para ser digeridas por todos los públicos. 

Pero otras veces es la realidad la que supera a la ficción. Como la que protagonizó la familia Turpin. Una conmovedora historia que se saldó en 2018 con dos progenitores condenados a cadena perpetua por mantener durante toda su vida a sus 13 hijos encadenados a la cama, desnutridos. Les prohibían contacto con el mundo exterior y les sometían duros castigos físicos e incluso abusos sexuales desde que prácticamente nacieron. 

Los Turpin han pasado a formar parte de la escalofriante historia negra de los EE.UU. Porque David y Louise, como se llaman este par de monstruos, infligieron duras penas a sus hijos por el mero hecho de formar parte de su familia. Ambos contrajeron matrimonio y se embarcaron en el camino de la fe, como ellos mismos lo denominaron. Fueron fervientes defensores del pentecostalismo y del movimiento llamado Quiverfull, cuyas creencias están basadas fundamentalmente en la procreación. Cuantos más hijos se tengan fruto del matrimonio, mayores bendiciones de Dios se recibirán. Pero bendiciones, lo que se dice bendiciones, este matrimonio no recibió. Más bien la oportunidad de torturar durante décadas a sus 13 hijos.

La maldad reinaba en la familia Turpin

Los hijos de la familia Turpin vivieron ese horror dentro de una burbuja de la que era imposible escapar. Les permitían escuchar música, pero no salir al exterior a jugar. Les daban cama pero los encadenaban a ella. Los tentaban con dulces que nunca les permitían comerse so pena de ser castigados con duras palizas posteriores. También les daban la oportunidad de bañarse una vez al año. No más, no fuera a ser que con el agua y el jabón sus pequeños cuerpos se intoxicasen de maldad. Para eso ya tenían a sus padres. Realmente la maldad reinaba en casa de los Turpin. Nadie podía hacer nada para evitarlo porque las propias víctimas no sabían que existía otra vida ahí fuera. Vivían desde que nacían en un continuo Gran Hermano sin posibilidad de escapar. 

Fue una de las hijas mayores la que escuchando música un día de tantos, se dio cuenta de que quizá podría existir un mundo diferente fuera de las cuatro paredes de su casa. Así que la noche del 18 de enero de 2018 salió a escondidas con un viejo teléfono móvil, llamó al número de emergencias donde pidió ayuda ante la atónita atención de la operadora. 

La Policía acudió a la vivienda y descubrió que el horror también podía tener la imagen de una familia numerosa aparentemente extraña pero sin rarezas de las que sospechar más allá de que no permitiera a sus hijos salir al patio a jugar. O que no se relacionase con total normalidad con el vecindario. Nadie por lo visto, creyó que pudiera estar ocurriendo tanto dentro de esa casa. 

Los Turpin, como no podía ser de otra manera, se declararon inocentes en el juicio. Fueron condenados a cadena perpetua y acusados de 12 cargos de tortura. Siete años de abusos a un menor dependiente, seis de abuso infantil, doce cargos de detención ilegal y uno (contra el padre) de un acto lascivo contra uno de los niños. 

Pese a todo en el juicio, algunos de los 13 hijos escribieron bonitas palabras para sus padres, a quienes les agradecían haberles traído al mundo o haberles regalado el don de la fe. Una vez más se demuestra que los niños son seres de luz. Por su parte, Louise Turpin, se disculpó con sus hijos en su sentencia de abril de 2019 afirmando que los amaba por encima de todas las cosas. 

Y esto nos lleva a preguntarnos qué puede ser para muchas personas el amor. Qué supone para algunos sentir y afirmar que quieren al prójimo (hijo, padre, hermano, pareja, nieto) por encima de todas las cosas. Y nos lo preguntamos porque  siendo objetivos, mientras siga existiendo la maldad, el castigo, la tortura, el abuso y cualquier pena que sobrepase los límites de lo que realmente debe significar el amor, es difícil hacerse una idea de que quien quiere o ha de querer pueda hacer daño. 


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