LA ALARGADA SOMBRA DE LOS ABUSADORES

Larry Nassar es descrito en Wikipedia como un “abusador infantil convicto, antiguo médico del equipo nacional de gimnasia de EE.UU”. Es que abusadores hay en cualquier rincón. Su caso dio la vuelta al mundo e hizo que de forma pública, grandes atletas de la talla de Simone Biles tuvieran que reconocer haber sufrido abusos sexuales. Pero lo triste es que Larry Nassar hay unos cuantos más. A uno y otro lado del charco, como quien dice. Y aparece como una constante cuando se trata de la práctica deportiva o del paso de un menor por el colegio. Hay muchos menores que afirman haber sufrido abusos sexuales mientras hacían una de las cosas que más les puede llegar a marcar para el resto de su vida: la práctica del deporte o su estancia en el colegio en el que estudian. 

Y no son pocos los casos que salen a la palestra de profesores que abusaron alguna vez de sus alumnos. De porteros que miraban más allá del control rutinario de los niños. O de los árbitros que ejercían una presencia equivocada sobre los miembros de un equipo. Como el caso que se destapó en Vigo y que ha hecho saltar por los aires un silencio que parece haber durado más de 20 años. 

El baloncesto gallego está marcado por el caso de un árbitro que en su día se tomó demasiadas licencias con varios menores del colegio en el que trabajaba. Un árbitro acusado de pederastia. El abusador mantiene su identidad completa en el anonimato porque muchas de sus víctimas aún son menores. El acusado trabajó como árbitro internacional de baloncesto en silla de ruedas. Fue miembro activo del comité gallego de árbitros durante más de tres décadas, un personaje reputado. Era administrador de un colegio concertado en el que a diario tenía contacto con menores. 

Tal vez por eso muchos compañeros evitaron señalarlo, bien porque los juicios no eran claros o porque tenía un nombre dentro de la Federación Gallega de Baloncesto. Lo cierto es que años después de los abusos, las víctimas se paran a pensar ahora, pese a los avisos de sus familias a la propia federación, por qué no se puso el dardo en la diana.

Muchas madres afirman lo complicado que les supuso sentar al pederasta en el banquillo. No estaban hablando de cualquier persona, sino de alguien que tenía un puesto destacado en la federación. Además ejercía de administrador de un colegio que no dudó en despedirlo cuando se enteró en qué andaba metido su empleado, pero que no comunicó el caso a la Xunta por considerar que no era un colegio público y no debían dar más cuenta que un simple despido. A efectos legales puede que se hiciera bien. Pero a efectos éticos, el caso se vuelve oscuro porque sea el centro que sea o tenga la titularidad que tenga, lo cierto es que este abusador estaba en contacto con niños y nadie hizo nada por pararlo o señalarlo de por vida. 


Abusadores protegidos por el cargo que ocupan

Visto en perspectiva, un abusador lo es sin más, ostente el cargo que sea. El daño hecho a muchos menores se ejercía en secreto, en silencio y con el convencimiento de que los pequeños, aunque dijeran algo, tendrían su palabra contra la de él. Y abusadores puede haber en cualquier lado: entre los altos cargos de la Iglesia, en diferentes arzobispados, en instituciones políticas, en el deporte, en la dirección de un colegio o en una empresa privada. La presión que puede ejercer sobre su víctima alguien que se cree superior por el mero hecho de dirigir algo, daña. Porque esa presión deriva en silencio de la víctima. Más aún si ésta es menor. La víctima se siente desprotegida, intimidada, temerosa de que lo que confiese, no vaya a ser tenido en cuenta. 

En los casos de abusos a menores, el “este niño solo dice tonterías” no vale. Mucho menos cuando estamos viendo que quizá ese argumento funcionase hace 30 años. Pero hoy las víctimas de abusos arrastran la herida a lo largo del tiempo. Y se ha visto que de cara a la justicia puede que el crimen hasta prescriba. Aunque el dolor se mantenga. O pese a que los pasos dados después de haber sufrido tanto, hayan estado marcados por ese acontecimiento en el que solo disfrutó el abusador. 

Cabría preguntarse si a día de hoy en nuestro presente, sigue pasando. En los vestuarios de cualquier club deportivo, en los gimnasios de cualquier colegio o incluso en cualquier aula vacía. Cabe preguntarse si los menores que sufren abusos, serán capaces de compartir su sufrimiento con sus allegados, para que se ponga freno al abuso y se consiga atajar a tiempo lo que por ejemplo en Vigo, ha estallado 20 años después de los primeros casos. 

Como siempre decimos: en los abusos a menores, el silencio nunca es la solución. Ni para callar el sufrimiento, ni para cuidar la imagen de quien hace tanto daño. Los abusadores lo son sin más y deben ser juzgados. 


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