LOS ABUSOS A MENORES EN EL SENO DE LA IGLESIA

Los abusos a menores son un tipo de maltrato infantil según la OMS. Se producen en muchos ámbitos de nuestra sociedad. Y no como algo reciente, sino que se ha dado a lo largo de los siglos. En el caso de instituciones como la iglesia, a veces incluso enmascarados como un tipo de práctica o conducta que formaba parte de sórdidas rutinas en asilos, centros de acogida, coros o colegios. Sacerdotes, obispos y miembros de la más alta curia han cometido durante años abusos a menores. Todos ellos silenciados durante mucho tiempo hasta que la bomba ha acabado estallando y se han visto obligados a pedir perdón. 

Los perjudicados siempre suelen ser niños y niñas de 3 a 14 años. Son víctimas de pederastas que, escudados en su institución y mientras ejercían actividades de enseñanza o doctrina, se aprovechaban de los menores que en ese momento tenían a su cargo para abusar de ellos. Les roban su infancia emborronando de un plumazo los recuerdos que podían haber sido bonitos durante esa etapa. Esos abusos se producen escudados en el secreto, la ocultación y la posterior solicitud de perdón por parte de sus superiores, que en algunos casos no actúan, pero sí consienten y callan.

Y no hablamos solo de abuso sexual, sino también de violencia física y verbal, lo cual también constituye abuso sobre los menores. De hecho, el film «The Magdalene Sisters», de Peter Mullan, describe cómo durante años las monjas de la congregación Hermanas de la Misericordia sometieron a violencia física y moral a las jóvenes que eran internadas en sus asilos. Se trataba de muchachas cuyas familias las internaban por embarazos no deseados. ¿Era esto razón para maltratar? ¿Herir por dar vida?


Los abusos de menores deben ser juzgados fuera de la Iglesia

Dicen que el año 2018 fue el «annus horribilis» de la iglesia católica. Lo fue por los casos de abusos a menores que saltaron a la opinión pública. Fue tal el volumen que el Papa Francisco reunió en febrero a obispos de todo el mundo en Roma con el objetivo de abordar estos escándalos de manera conjunta: había que tomar una determinación. Aunque parezca irrisorio que la determinación lógica a ojos de cualquiera, no fuera juzgar, castigar y expulsar de la institución a aquellos que llevaban años abusando de los niños. 

En las últimas décadas han existido también demandas civiles contra varias diócesis de la iglesia católica en países como Chile, Estados Unidos, Irlanda o Alemania. Lugares en los que la propia iglesia ha tenido que pedir perdón porque era conocedora de casos de abusos sexuales a menores desde hacía muchos años y los silenció. En alguna ocasión, el Papa Francisco ha pedido perdón a las víctimas y sostenido que los culpables deben responder ante los tribunales, como cualquier hijo de vecino. Aquellos que cometan una atrocidad, sea amparados por la Iglesia o cualquier otra institución religiosa, deben ser juzgados. La ley es así. Los abusos a menores no entienden de religión ni de creencias. Están mal y no hay sitio por donde agarrarlos.


Abusos que existen desde hace siglos

Los abusos a menores dentro de la iglesia no son algo reciente, se repiten a lo largo de los siglos. De hecho, en el trabajo de investigación «Los abusos sexuales a menores», del juez Gil José Sáez Martínez, se explica que la historia de los abusos comenzó a escribirse alrededor de la mitad del siglo XX. Hasta entonces los menores eran olvidados y no se les tenía en cuenta ni para contar aquello que les estaba dañando ni para relatar las acciones buenas que se hacían sobre este colectivo social. “Los abusos sexuales a menores forman parte también de esa historia olvidada”, detalla.

Sin embargo el autor explica que los abusos sexuales a menores se han producido siempre. A lo largo de los siglos e incluso se remonta a la época helena, en la que este tipo de abusos, pese a que se hablaba de ejercicio libre de la sexualidad, eran básicamente violaciones a niños. “La historia de la Iglesia nos ofrece una preocupación de esta institución por frenar la pederastia ya desde el siglo II”, indica.  


Denunciar un abuso es respetar la infancia

Cuando se habla de abusos a menores dentro de la iglesia algunos lo toman de una manera similar a comportarse de forma anticatólica. Denunciar el abuso a un niño, se produzca desde donde se produzca, no debería tildarse de ir contra algo más que contra el respeto a la propia infancia. Porque de la misma manera que se habla de abusos a menores por parte del Estado, de tutores que en realidad no se merecen la tutela o de cualquier otro colectivo, los abusos de la iglesia son abusos igual. Denunciar el maltrato a un menor no es comportarse de manera antisocial o ir en contra de nada. Sino apoyar a aquellos que un día nos sucederán. 

Sin embargo a veces parece que a la iglesia católica le debe cubrir un escudo superior de respeto a la creencia. Hoy día siguen mas de 1.300 millones de personas en el mundo. Cuando en realidad no tiene nada que ver. Porque la religión es una cosa y las personas que conforman las instituciones que la administran, es otra. Por ello, los abusos a menores dentro de la iglesia, deben juzgarse y valorarse como debería hacerse para los que se producen fuera de ella. Como todos, son realizados en secreto y padecidos en silencio. Porque los niños los callan y los mantienen dentro de sí hasta que pasan muchos años y deciden contarlo. Quizá porque el daño lo llevan tan adentro que temen que les perfore. O porque simplemente han comprendido que la curación pasa por hacer público aquello que un día les hirió. 

Denunciar algo que está mal es abrir una puerta hacia la sanación. Ojalá dejaran de producirse. Y ojalá dejásemos de tener que hablar de abusos a la infancia. Tristemente, la utopía no llega. En nuestras manos solo está el poder abrir los ojos. Y valorar que quienes merecen todo nuestro respeto son ellos los niños, porque el día de mañana serán también ellos quienes tendrán que calibrar qué valores rigen el mundo en el que ahora viven. 


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