La Declaración Universal de los Derechos Humanos arranca con un primer artículo sobre la Igualdad. Éste dice: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sin embargo, hablar hoy de igualdad desde el nacimiento es casi tan irrisorio como afirmar que todo el mundo nace y crece con los mismos derechos bajo el brazo, pero que cuando llegan a la vida adulta (o sin ir tan lejos, incluso ya en la adolescencia) esos derechos se van situando en pequeños escaloncitos como si de un ranking se tratara. ¿Somos todos iguales?
Nacemos libres y tenemos el mismo nivel de dignidad y derechos. Nacemos que no es poco. En condiciones más o menos dignas, según el grado de desarrollo del país en el que lo hagamos. En mejores o peores condiciones, según quien determina qué es nacer en malas condiciones o nacer entre algodones. Con los mismos derechos, o por lo menos con uno bien claro: el derecho a la vida, que queda patente desde el mismo momento en que nuestra cabeza aparece por el mundo.
Nacemos sin razón ni conciencia de que nacemos. Pero ya nuestros adultos se encargan de hacernos saber que quizá el comportamiento que mantenemos siendo niños no es, en ocasiones, razonable. Nos riñen si tenemos rabietas porque nos comportamos sin razón. Nos conducen a comportamientos que nada tienen que ver con cómo debe comportarse un niño, porque no entienden que la conciencia de un niño es blanca o negra y no tiene escala de grises.
Libres e iguales no solo ante la ley
También la Constitución española en su artículo 14 expresa: “Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Y como la española, muchas otras normas supremas de los estados abogan por declarar a los cuatro vientos su amor por la igualdad de derechos. Sin embargo, una vez más, ley y realidad no van acompasadas. Son muchas las circunstancias en las que dos personas, aparentemente con los mismos derechos, en un mismo país o incluso en una misma ciudad, no cuentan con un rasero igual. Y es que, situaciones que muestran que realmente la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 1 es más que una utopía, hay a puñados. ¿No te lo crees? Piensa en las siguientes:
Discriminación por ser blanco, negro, amarillo o tostado. Chistes, mofas u otros niveles de racismo en entornos sociales o laborales. Exclusión social por haber nacido en una familia con pocos recursos económicos o en una zona desfavorecida. Diferentes oportunidades de futuro para los niños que se crían en ciudades con todo a su alcance (aunque el alcance no esté económicamente de manera igualitaria para todos) que los que nacen y crecen en ámbitos rurales donde el wifi es eso de lo que hablan los “urbanitas”.
No ser libre para elegir el lugar en el que quieres vivir, para decidir el tipo de vida que quieres llevar, porque no cuentas con las mismas oportunidades que tu compañero de al lado. O más aún, cero libertad para decir que eres homosexual en un país en el que las represalias son mayores al ansia de libertad por reconocer quién eres realmente o a quién amas. Seamos realistas, libres no somos. Iguales en libertades y derechos, tampoco.
¿Te has parado a pensar en la igualdad?
Igualdad va más allá de decir que las mujeres nos empoderamos. De trabajar para que los derechos no se restrinjan si se es de un sexo u otro. Libertad e igualdad es algo más. ¿Te has parado a pensar alguna vez en todas aquellas situaciones en las que no te has sentido igual que el de al lado? ¿En las que has visto que era injusto algo que vivías? ¿En las que has notado que se te marginaba por hablar, pensar o sentir diferente?
¿Te has puesto en la piel de un musulmán al que se le mira por encima del hombro porque reza cinco veces al día? O ¿en el de un católico que de verdad practica y lleva a su vida toda la doctrina porque así es como quiere vivir? ¿Crees que todo el mundo debe comportarse como lo haces tú, porque consideras que es lo correcto? No, no lo has hecho en ocasiones. Hacerlo implica empatizar. Y esto es algo que no tenemos por costumbre, tristemente.
Dicen los mayores que “cada uno es como cada cual”. Y no se me ocurre una mayor muestra de libertad que llevar esto a nuestro día a día, por el respeto hacia los demás. Porque respetarse a uno mismo es también respetar al otro. Y por muy claro que sea el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, si esto no lo convertimos en dogma, de poca libertad disfrutaremos. Y lo que es peor: poca libertad e igualdad estaremos dejando a nuestras generaciones que están por llegar.