EL RIESGO PARA LAS LIBERTADES DE INFORMACIÓN Y EXPRESIÓN

En España los partidos políticos, también en campaña electoral cuando despliegan su catarata de promesas que no van a cumplir reclamando el voto, se llevan mal con la libertad de expresión y la libertad de información. La intelectualidad orgánica abajo firmante pone pie en pared cuando no son los suyos quienes vuelven a liarla. Si ni cuando están en campaña buscando votos respetan las libertades de expresión e información imaginad cuando los unos y los otros lleguen al Gobierno. Es por eso que hemos de ser intransigentes en esta materia en la que no caben grises, en la que o es blanco o es negro. O estás con ellas o estás contra ellas. No podemos ceder un solo milímetro en esto.

Yolanda Díaz y su Sumar chupiguay incluyeron en su programa electoral una propuesta de censura muy franquista. Sí, montar un organismo público. O sea, bajo control del Gobierno, con potestad para sancionar a los medios e, incluso, “expulsar de la carrera periodística” a quien considere ese organismo que no se ha portado bien. Inmediatamente lo retiraron del programa electoral. Pero es igual, porque el mero hecho de que sus ideólogos lo incluyeran evidencia que manejan la posibilidad de hacerlo. Pero siempre, claro, con la clarividencia estilo Tony Soprano, o sea, “solo jodemos al que merece ser jodido, y nosotros decidimos quien merece ser jodido”. La intelectualidad no redactó ningún manifiesto porque andaban ocupados con el manifiesto que condenaba a Vox por haber censurado ayuntamientos en los que han entrado una obra de Virginia Woolf y una secuencia de un beso entre dos mujeres en Buzz Lightyear.

Es asombroso como en España hay muy poco personal que esté radicalmente a favor de la libertad de expresión y la libertad de prensa. Al margen de la ideología de quien vulnere esos principios constitucionales, y abunden los que se manifiestan y hacen condenadas grandilocuentes solo cuando es el adversario político el que la caga.

Es asombrosa la incapacidad de Vox para aprender en esta materia. Después de años impidiendo a La Sexta, El País y la SER acceder a sus ruedas de prensa, la semana pasada rizaron el rizo con ABC. El diario monárquico tenía apalabrada una entrevista con Santiago Abascal. Una redactora de ABC llamó al departamento de prensa de Vox para contrastar unos datos de ayuntamientos menores en los que gobernaba el PSOE gracias a Vox. La redactora no recibió respuesta alguna. O sea que además de no respetar la libertad de información son muy maleducados. Y Abascal canceló la entrevista que tenía ya fecha y hora como represalia por el grave delito de que una redactora hubiera hecho bien su trabajo intentando contrastar una información.


Siempre del lado de la libertad de expresión e información

Y después está lo del Gobierno, que ha impedido la distribución de un documental sobre Pedro Sánchez. El documental lo ha hecho Carlos Hernando, a quien conozco por haber trabajado juntos. Hernando se ha buscado la financiación del documental. Se lo ha currado, y ahí está. Aparecen varios testimonios que retratan quien es Sánchez, todos ellos de militantes o ex-altos cargos socialistas. El ministerio de Cultura ha logrado impedir su exhibición en la gran pantalla. Los exhibidores, temerosos de perder las subvenciones, se han cagado. Y al final Carlos Hernando ha renunciado a taquilla alguna y le ha regalado el documental a todos los medios, de modo que varios digitales lo tienen alojado en sus webs.

El final del documental recoge imágenes de la reunión de Sánchez en el Congreso con su rebaño parlamentario, posterior al debate cara a cara con Feijóo. Imperdible observar al rebaño aplaudiendo con entusiasmo digno de mejor causa bajo la atenta mirada, girando la cabeza, de José Zaragoza, eficiente cabo controlando que ningún soldado dejara de aplaudir. 

Es deprimente constatar como buena parte de los periodistas aún no se han dado cuenta. Bueno, o sí, de que inicialmente el poder, cualquier poder, te persigue si le criticas o denuncias sus excesos, e incluso si claudicas y te pliegas a sus caprichos y les bailas el agua, terminan persiguiéndote por no alabarles con suficiente entusiasmo. Son insaciables.

Es frecuente también que nuestros políticos critiquen a los periodistas por “no ser objetivos e imparciales”. ¡¡Ay, la objetividad!! Conozco a muchos periodistas que presumen de objetividad, que tienen capacidad de síntesis y saben construir una noticia, y, además, mienten reiteradamente. Cuando es sabido que un buen periodista no puede olvidar ser entretenido. Todos los estilos literarios son buenos menos el aburrido. Un buen escritor de periódicos tiene la capacidad de que un lector se interese por un asunto que inicialmente no le interesa. Un buen periodista ha de ser capaz de seducir y atrapar con lo que escribe a quien lo lee, además, claro, de contar la verdad. El buen periodista siempre, siempre, trabaja contra las versiones oficiales, contra los comunicados, al servicio del lector no de la fuente que le informa. Los grandes periodistas saben escribir, son literarios, escritores, y, además, fieles a la verdad de los hechos.

Todo texto escrito por un ser humano es una visión subjetiva de un objeto narrado.  Y por eso siempre he buscado que la primera persona se haga cargo de las noticias. O sea, que escriba “esto es lo que yo vi, lo que yo escuché”. Seguro que hay otros textos que cuentan lo mismo con una pretendida distancia. Y casi siempre detrás de esos textos pretendidamente objetivos están los serviles, los obedientes. No existe la verdad, existen verdades, y existen interpretaciones de los hechos. El periodista trabaja frente a un lienzo en blanco cada día, y hay que atacarlo siempre dispuesto a meterse en la boca del lobo. 

Con la libertad de expresión y la libertad de información ni media broma. En ellas no cabe ni un recorte, o se está con ellas, siempre, o en la equidistancia se está contra ellas. Y especialmente hay que estar con ellas cuando se trata de defender al que no piensa como tú, al que defiende lo contrario de lo que defiendes tu.


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