CÓMO AFECTAN LAS REFORMAS EDUCATIVAS A LOS ALUMNOS

A lo largo de los últimos treinta años, nuestro sistema educativo ha sufrido reiteradas reformas y cambios. No sólo a nivel estructural sino también a nivel curricular y de contenidos. Reformas que han tratado de adaptar la realidad social y cultural, el llamado progreso, a los libros y las aulas. Y, de hecho, con cada una de ellas se ha pretendido que nos fuésemos adecuando a las nuevas necesidades que iba presentando el alumnado conforme también la propia sociedad cambiaba. Así, hemos pasado de una España centrada en que sus estudiantes evaluasen sus conocimientos a otra en la que lo más importante es que se evalúen sus competencias. Pero, ¿se ha logrado esa efectividad?

A nivel general, las reformas educativas no suelen gustar de primeras. Y, de hecho, las últimas que se han ido aprobando no han contado con el consenso de todos los actores que intervienen en la educación: políticos, docentes, familias. A juicio de algunos como Alfonso Valero García, investigador en la Universidad Complutense de Madrid, son necesarias. Tal y como explica en su artículo “Reforma educativa y fracaso escolar”. Afirma que “es evidente que las leyes requieren modificaciones porque las sociedades avanzan y cambian. Los objetivos educativos también sufren modificaciones y deben adaptarse a las nuevas necesidades educativas. En este sentido, son necesarias las reformas”. 


Reformas en los niveles básicos de la Educación

Pero donde comienzan a hacer efecto y donde se empiezan a notar esas necesidades que al parecer las leyes no llegan a cubrir en su totalidad es a partir de los niveles más básicos. En la educación infantil, como explica Maribel Corrales, maestra de esta etapa en un colegio concertado en Madrid, “a nivel de contenidos hemos notado ya un pequeño bajón. Ahora nos centramos más en la parte emocional. En cómo relacionarnos con los compañeros. Quizá deja un poco laxa la necesidad de conocer las letras, de empezar a leer, que también es sumamente necesario en los primeros años de escolarización”.

Como añade Corrales, “todas estas nuevas leyes a lo que más afecta es a la incertidumbre del profesorado. Ve cómo se pueden reducir horas en determinadas materias y contenidos que con anteriores leyes se debían impartir de otra manera. Esa incertidumbre acaba siempre afectando al alumnado”. 

En otras etapas, como la Primaria, estos cambios, tanto sociales como curriculares, también empiezan a generar incertidumbre en los docentes. Yolanda Palacios, profesora de Primaria en un centro escolar en Madrid, con más de veinte años de experiencia en las aulas, ha notado que “lamentablemente cada año los docentes perdemos más tiempo en hacer cambios en nuestras programaciones para adecuarlas a unas reformas educativas que no se ajustan a nuestra realidad en las aulas”. De hecho, explica, “el nivel del currículo cada vez es más bajo. Sólo es necesario comparar los libros de los cursos de 1°, 3° y 5° en Primaria de este curso escolar 2022-23, donde entra la LOMLOE, con lo que se daba el año anterior en estos mismos cursos”.

Cambios curriculares que se suman a los cambios que irremediablemente se producen también en la propia sociedad. También dentro de las aulas, en los alumnos, fiel reflejo de lo que pasa a nivel general en la calle. Como explica Palacios, “cada vez tenemos aulas más heterogéneas. Aulas con más necesidades en nuestro alumnado y menos apoyos por parte de la Administración para atenderles adecuadamente”. Explica que “como docente de Primaria, cada vez percibimos niveles más bajos en la competencia lecto escritora. También mayores dificultades en la atención y en la expresión oral y escrita. En este sentido, ante los alumnos que entran en cursos impares con un nivel curricular muy por debajo de su curso, algunos incluso sin saber leer y escribir, deben pasar al siguiente curso, aunque no hayan superado los objetivos y contenidos del presente porque según la ley sólo pueden repetir a final de ciclo”.

En definitiva, como explica esta profesora de Primaria, “cada vez hay más demandas que cubrir. También menos tiempo y recursos para dar una respuesta de calidad perdiendo el foco en lo verdaderamente importante. Por ejemplo, la gestión emocional para afrontar las dificultades ante las tareas y en sus relaciones o la tolerancia a la frustración de nuestros alumnos. Son muchos los factores que deberíamos analizar dentro y fuera de las aulas para mejorar el sistema educativo actual. Debemos tomarnos la Educación como un asunto prioritario en nuestra sociedad”.


Reformas en la prueba de acceso a la Universidad

Las reformas que se han producido en el sistema educativo y en las metodologías que aplican los profesores en las aulas en los niveles de Primaria y Secundaria tienen como objetivo fundamental formar a los ciudadanos de la sociedad del mañana. Pero al finalizar la educación obligatoria se plantea una curiosa contradicción. Y es la siguiente: ¿se les debe facilitar el acceso a estudios superiores a todos los estudiantes o se debe primar la cultura del esfuerzo hasta el final? ¿debemos ponerles las cosas fáciles a nuestros estudiantes?

Fiel reflejo de ello han sido los continuos cambios que se han producido en la propia prueba de acceso a la Universidad. Una prueba que nació con la conocida como «Ley Esteruelas», de 1974. Obra del ministro de educación Cruz Martínez Esteruelas, que puso fin a la conocida «reválida» y que posteriormente dio paso a la Selectividad. Después, la PAU (Prueba de Acceso a la Universidad). Luego la EBAU (Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad, en la que el 60% de la nota correspondía a la media de los dos cursos del Bachillerato y el 40% restante a la nota del examen). Hasta llegar a la Evau (Evaluación de Acceso a la Universidad), que, aunque fonéticamente se le parece no tiene nada que ver. 

En 2013, la «Ley Wert» alertó sobre lo que años más tarde sobrevendría en nuestro sistema educativo. Con esta Ley se pretendía entonces alcanzar sobre todo la homologación de los estudios de Secundaria. Y respecto al examen de acceso a la Universidad, potenciar éste como instrumento que permitiera garantizar que los jóvenes accedían a los estudios superiores en igualdad de condiciones. No valían ni el bolsillo ni los posibles favoritismos, ya que todos los alumnos del país se presentaban a una prueba que evaluaba todos los conocimientos adquiridos en los últimos años para poder acceder a la Universidad. Se calificaba la objetividad y el conocimiento del alumno. Este permanecía en todo momento en el anonimato de cara al profesor que corregía sus exámenes de la prueba. 


La pandemia, hizo del examen de acceso a la Universidad “un menú a la carta”

Pero los cambios continuaron y en 2020, debido a la pandemia, muchos estudiantes de Bachillerato vieron cómo sus clases se reconvertían en sesiones telepresenciales y online. Clases que nada tenían que ver con las impartidas hasta el momento. Esto se escapaba a cualquier reforma educativa, pero requería actuar.  Muchos temieron que todo se fuera al traste y su examen de acceso a la Universidad se torciera también. Si ahora no era posible la presencialidad, ¿qué ocurriría entonces con su prueba? 

El Gobierno ideó entonces un nuevo formato que permitía a los alumnos escoger entre más opciones a la hora de elegir las preguntas, de modo que así tuvieran más posibilidades de responder a lo que mejor se sabían. Este nuevo formato se mantuvo durante los años 2020 y 2021. Y de hecho es una de las cuestiones más criticadas de la actual prueba de acceso a la universidad. 

Es más, cada CC.AA. determinaba el número de preguntas a responder. E incluso a los estudiantes que tuvieran alguna asignatura suspensa también se les permitía ser candidatos. Es decir, tanta homogeneidad permitía que los expedientes de aquellos que se presentaban a la prueba fuesen variados. Se permitía realizar el examen de acceso a la universidad tanto a los que tenían todo aprobado como a los que arrastraban alguna pendiente.

Han pasado ya tres años y aún hoy docentes y miembros de los tribunales que se encargan de la corrección de los exámenes denuncian que los alumnos continúan contando con más opciones a la hora de elegir qué preguntas quieren responder en el examen. Tienen, como si dijéramos, un examen que pueden hacer a su medida. De esta manera cuentan con más posibilidades para poder responder lo que mejor se saben. Muchos afirman que los exámenes de la prueba de acceso a la Universidad son en realidad “un menú a la carta” de los alumnos. Porque la máxima ya no es seleccionar quién puede acceder a estudios universitarios y quién no, sino permitir a todo el alumnado alcanzar la máxima puntuación en la prueba. 

Si echamos mano de la picaresca estudiantil, se promueve estudiar la mitad con el único fin de pasar el examen que se escoja, el que se prefiera, el que mejor se sepa. La dificultad en los exámenes ha ido disminuyendo, como al parecer, también lo ha hecho el nivel general de nuestros estudiantes. 

Algo que corroboran también consultoras y expertos en Educación. De hecho, según un estudio elaborado por EsadeEcPol, en los últimos años “se ha producido un incremento artificial de las calificaciones” en la prueba de acceso a la Universidad. Esto ha provocado que actualmente estemos viviendo un “fenómeno inflacionario” causado sobre todo por las mayores facilidades que ha ido dando el Gobierno durante la pandemia. 


La importancia de apostar por la Educación

Apostar por la Educación, en líneas generales, es hacerlo buscando una mejora en la sociedad en general. ¿Queremos ciudadanos que actúen o por el contrario nos sirve con otros que se dejen llevar por lo que dice la mayoría? ¿buscamos pensamiento crítico o pensamiento común?

Alfonso Valero García explica que “es cierto que con una buena Educación se tienen más oportunidades para integrarse en el mercado laboral. Aunque también es cierto que más allá de esta correspondencia, una buena formación contribuye a mejorar la base convivencial de la sociedad y a desarrollar capacidades relacionadas con la calidad de ser sujeto, de tener iniciativas, de poder innovar”. Como añade Valero García, “es necesario replantearse todo a la vista de los cambios económicos, culturales y sociales que estamos viviendo”. 

El progreso se consigue a golpe de cambio. La cuestión es saber trabajar esos cambios pensando en si lo que se quiere conseguir es pensamiento crítico o pensamiento común. Si lo que se desea es una sociedad que luche por lo que quiere. O una sociedad que espera que se le pongan las cosas tan fáciles que no merezca la pena esforzarse para conseguirlo. La educación sirve para esto. Y nuestros políticos deberían saberlo.


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