Vivimos inmersos en tiempos susceptibles, en los que una mínima salida de tono hace daño hasta al más mirado. Tiempos en los que una voz más alta que otra puede significar una agresión. Tiempos en los que se vigila con lupa cualquier movimiento que hagamos y que se esté saliendo de lo que hacemos habitualmente. Susceptibles somos y susceptibles seguiremos siendo hasta que no pongamos freno a esta escalada de susceptibilidad.
Miramos a veces con sana envidia cómo los norteamericanos son capaces de colgar la bandera más grande que hayan encontrado frente a la puerta de sus casas. Cómo visten calcetines con las bandas y estrellas sin causar ningún tipo de susceptibilidad sobre quién observa el atuendo. Lo mismo ocurre con la bandera del Reino Unido. Es bonita, tiene unos colores agradables y no hay más. En verano nos gusta el amarillo y el verde para las camisetas o los bañadores. Sí porque nos recuerda al clima brasileño aunque en realidad nos estemos paseando con ello por las playas de Torrevieja. No dudamos en ondear cualquier prenda blanquiazul. Máxime si lleva el nombre de Maradona grabado, para mostrar al mundo que somos fans incondicionales del fútbol argentino o como dirían algunos, del “buen fútbol”.
Otro gallo canta cuando se trata de mostrar en nuestro vestir los colores de la ikurriña aún sin ser vascos. Se nos puede llegar a tachar de inconscientes. Ocurre lo mismo si nos da por llevar encima algo que recuerde a la bandera catalana o mucho más, la española. Independentistas o «fachas» será lo más suave que nos puedan llegar a decir. Y todo porque el otro cree que esas banderas y esos colores significan más de lo que parece en realidad. Llevan connotaciones.
¿El patriotismo tiene connotaciones políticas?
El colmo de la susceptibilidad les llegó a unos alumnos de un instituto de Yunquera de Henares cuando presentaron un trabajo escolar sobre Caravaggio y creyeron que quizá los colores rojo y amarillo podrían quedar bien al título de su cartel. La bandera española en un trabajo sobre pintura y arte. ¿Estarían locos o quizá querrían provocar al profesorado? Ni cortos ni perezosos desde el centro no dudaron en sancionar a los alumnos. La profesora de Geografía e Historia advirtió a los chicos, de 14 y 15 años, que era motivo de sanción grave. Consideraba que una bandera de España en un cartel sobre historia y pintura barroca italiana, no pintaba nada (nunca mejor dicho por cierto).
La noticia no tardó en ocupar espacio en varios medios de comunicación aunque ésta no ha saltado demasiado a las redes. La cuestión es hasta dónde llega la susceptibilidad al considerar que una bandera de España en un trabajo sobre pintura italiana, puede derivar en graves connotaciones políticas. Quizá los alumnos conocedores de “la orientación política” de la profesora, quisieron provocarla. Ya se sabe que la adolescencia es cualquier cosa menos comportamiento comedido. Tal vez la profesora se sintió invadida por algo que se le escapa de las manos y justificó los colores como connotación política, cuando en realidad visto desde lejos, no lo es.
El patriotismo es mucho más que llevar por delante unos colores o una bandera. Se puede ser patriota y ser de izquierdas. O amar a la patria estando lejos de ella porque fue la misma la que, con sus condiciones laborales o económicas, no ofrecía un futuro digno y respetable a quienes tuvieron que escapar de ella. Patriota es aquel que ama profundamente la patria y no duda en trabajar por ella y defenderla hasta el final de los límites. Lo estamos viendo a nuestro alrededor con cientos de ucranianos que viven y trabajan en España y con el deseo de defender a su país, no dudan en regresar a su patria y defenderla, tal y como aseguran cuando se despiden de sus vecinos.
Observamos con orgullo cuando alguien añora sus raíces y sabe que éstas son las que hicieron de él o ella, la persona que es hoy. Pero nos espanta que defienda la bandera de esas raíces o que considere que los colores más bonitos del mundo son los que representa la enseña de su país. Algunos dirán que los colores de la patria pueden ser los que muestra el cielo o los verdes valles del lugar en el que se sienten a gusto. O incluso el sitio en el que vivieron experiencias importantes en su vida. Su patria es el mundo y a veces nos parece que esto puede ser el colmo de la abstracción. Porque en realidad no nos consideramos ciudadanos de nada hasta que por delante se nos presentan esas connotaciones políticas a las que aludía la profesora de Yunquera de Henares a sus alumnos.
El problema es que si tomamos como referencia las connotaciones políticas para amar a la patria, para amar al mundo o para considerarnos más o menos ciudadanos de un lugar, estaremos cayendo en la susceptibilidad ridícula y el juego político que muchos quieren inyectar cada día en nuestra sociedad.
Dejemos a un lado la susceptibilidad, las connotaciones (sean las que sean) y el vicio insano de criticar aquello que hacen los demás. Se puede ser patriota, amar a la patria o enarbolar una bandera de patriotismo sin necesidad de entrar en política. Se puede ser patriota y no tener ningún gusto por la política. Los límites los ponemos nosotros mismos.