Ante un caso de abuso a menores todo el mundo parece tener claro quién se encuentra ubicado en el “equipo de los buenos” y en “el equipo de los malos”. Acusado y víctima parecen tener los papeles muy claros y el rol que la sociedad asigna a cada uno también. Pero: ¿qué ocurre en aquellos casos en los que la madre (o el padre) son conocedores de que su vástago está recibiendo abusos por parte de su pareja? ¿en qué lugar podríamos situar esa condescendencia y toda aquella acción que trata de proteger al agresor en lugar de prestar apoyo a la víctima?
Ocurre y más a menudo de lo que nos pensamos. Por citar algún caso, mencionaremos al de la niña de 15 años que relata su desgarrador caso ante un juzgado de Valencia. En él, la menor contaba cómo durante varios años había estado recibiendo abusos por parte de su padrastro. Y expresaba también que su madre era conocedora de todo, pero no movía un dedo por defenderla y de hecho, prefería creer al violador. La madre trataba de calmar a su hija por las noches intentando convencerla de que tal vez, lo ocurrido solo habían sido “pesadillas”. Unos malos sueños que taladraban su subconsciente pero que no estaban ocurriendo en realidad.
En 2018 una madre fue detenida en Murcia por haber consentido los abusos a su hija por parte de su pareja. Esto ocurrió cuando la niña tenía 8 años y hasta que ésta alcanzó los 15. En Cádiz también en 2018, un padre fue condenado a 13 años de cárcel por abusar sexualmente de su hija y 8 a su madre por permitirlo. Algunos profesionales al referirse a este tipo de casos, mencionan el “doble dolor” que sufren los menores cuando esto sucede. Primero por recibir los abusos y segundo por no contar con la confianza de su madre. Ésta suele optar por defender al violador o por callar las fechorías. Y como dice el refrán, “quien calla, otorga”. En este caso, dolor.
Madres que tampoco escuchan a los menores
Estas madres consentidoras son cómplices del abuso. Por callar se convierten en parte del dolor de sus hijos. Constituyendo el eslabón que desarma toda la fortaleza que puede llegar a tener un niño mientras mantiene su silencio de cara a la sociedad. Casos como éste aparecen de vez en cuando dejando con la boca abierta a quienes llegan a ellos de oídas o incluso al propio entorno, que no entiende cómo se pudo prolongar ese consentimiento más allá de dos microsegundos.
Dentro del ámbito judicial se dice que los testimonios de niños que han sido víctimas de delitos sexuales deben ser tenidos en cuenta. No deben rechazarse de primeras. Intentando en todo momento sacar a la luz la verdad y cotejar todas las declaraciones emitidas por el menor con el objetivo de poder concatenarlas con el resto de pruebas.
Desde otros ámbitos como el forense, la psicoterapia o el jurídico, se habla de cómo o a qué nivel otorgar creedibilidad a los testimonios de los menores en caso de abuso. Existen informes y escritos sobre el tema. Y en prácticamente todos ellos se habla de dar credibilidad al menor. Se trata de contrastar y tomar en consideración el dolor sufrido con el niño y examinar con exhaustividad el entorno en el que se ha podido producir. El papel de los progenitores es fundamental. Sobre todo, con el que hemos arrancado este artículo: el papel de la madre es (casi) siempre determinante.
Caroline Sinclair y Josefina Martínez, ambas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en un artículo titulado “Culpa o Responsabilidad: Terapia con Madres de Niñas y Niños que han Sufrido Abuso Sexual”, explican que se hace necesario desarrollar “un modelo psicoterapéutico para madres de niñas/os que sufrieron abuso sexual intrafamiliar”. Consideran que “el apoyo materno es el factor más significativo en la moderación del impacto traumático en los niños”. Y como dicen las abuelas “una madre es una madre”. Pero añadimos lo es para todo, tanto para lo bueno como para lo malo.