LA DISCRIMINACIÓN ¿ES ALGO DEL PASADO?

Hablar de discriminación en la sociedad en la que vivimos no nos sorprende porque estamos acostumbrados a decir que muchos aspectos que palpamos, que oímos o lugares que visitamos, pueden llegar a ser discriminatorios. Y no hay nada peor que considerar común o rutinario algo que no debería serlo. ¿Es habitual sentirse discriminado hoy? ¿A quién se discrimina? ¿A quién llegamos a discriminar? Analicemos lo que hacemos cada día y los pensamientos que tenemos para dar respuesta a estas preguntas. A veces puede que discriminemos HASTA sin darnos ni cuenta. 

Dice el artículo 7 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:“Todos somos iguales ante la ley”. Esto también lo afirman muchas constituciones internacionales, pero ya vimos en el anterior artículo que no siempre se cumple en su totalidad. Vivir con los mismos derechos en algunas partes de nuestro mundo, llega a ser una utopía. Continúa el artículo 7 afirmando que todos han de vivir: “sin distinción y tener derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación”. Y bien… ¿se cumple? Es triste reconocer que no siempre, porque a día de hoy sigue existiendo discriminación.


La discriminación sigue existiendo

La forma de verlo es sencilla: la discriminación aparece cuando una persona no puede disfrutar de sus derechos, cuando no tiene acceso a ellos. Cuando se le niega la oportunidad de vivir como ciudadano del mundo alegando ser “diferente” a como debería ser.

Es el caso de las personas sin techo y los indigentes: se les discrimina. Ya ellos viven como seres discriminados de la propia sociedad. También se produce discriminación por racismo, por la orientación sexual, si se es mujer, por la religión o en caso de poseer algún grado de discapacidad. El mundo no está preparado para los que se consideran diferentes. Y uno no se da cuenta de que la igualdad está precisamente en esa diferencia. Hoy se sigue discriminando por el color de la piel, por el idioma o por poseer uno u otro pensamiento político. Se discrimina por las ideas. Hablar de razas es hablar de racismo.

De hecho, según Aministía Internacional pueden identificarse diferentes tipos de discriminación. Se habla de la discriminación directa que se produce de manera explícita, como cuando se les niega a las mujeres votar por el simple hecho de ser mujeres. O no se permite la entrada a un local a un grupo de personas en las que se percibe un tono de piel más oscuro o más claro que el conjunto de quienes sí están dentro. 

La discriminación indirecta la califican de encubierta, pues aparece, se aplica y discrimina presentándose en términos neutrales para que no se note que está. ¿El ejemplo? Que no se permita ejercer el voto a ciertas personas que no cumplan un determinado nivel educativo. Esto se llevó a debate hace más o menos 4 años cuando se hablaba de la epistocracia (gobierno de los sabios) en lugar del sufragio universal tras los demoledores resultados del Brexit o en encumbramiento de Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU. Algunos se preguntaban si el sufragio universal aporta más daño que beneficios y si por tanto, deberían votar únicamente los más preparados intelectualmente. Se olvidaban de este artículo 7 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Mejor creer que solo fue un lapsus. 

Pero nos olvidamos de la discriminación interseccional. Es aquella que se produce por combinación de varios factores y acaba dejando a un grupo social en seria desventaja frente a otros. Por ejemplo: cuando a una mujer se le paga menos por hacer el mismo trabajo y en el mismo lugar que un compañero varón. 


Las mujeres gritan por sus derechos

Las mujeres han sufrido discriminación a lo largo de la Historia, y en el presente siguen sufriéndola, aunque cada vez menos en silencio. Su grito ya se empieza a oír en las altas instancias e incluso cuando se enarbola la palabra conciliación, porque el peso de la casa, la familia, las responsabilidades laborales sumadas a las domésticas, les han pasado factura. 

En casos más graves, las mujeres son discriminadas de muchos otros aspectos sociales por tener un tipo de genitales distintos que los que tienen quienes mandan. Es escandaloso que a día de hoy, 104 países en el mundo impidan a las mujeres trabajar. Que en muchos otros se les practique la mutilación genital o incluso se les hagan pruebas de virginidad para garantizar que “su calidad» sigue intacta. Como si la virginidad en muchos casos no la hubieran perdido contra su voluntad o porque simplemente hubieran decidido ponerse la voluntad por montera. 

Hay discriminación y la seguirá habiendo mientras no creamos en lo que de verdad dice la Declaración Universal de Derechos Humanos. Mientras nos creamos que todo sigue bien o que el mundo avanza de forma desigual porque Darwin no solo tuvo algo que ver con la teoría de la evolución humana. Es terrible y además injusto que lo que vale para unos no valga para todos los demás. Y si la Declaración Universal es de verdad universal, que se aplique correctamente. Que se aplique. Que nunca más tengamos que hablar de discriminación porque esto era cosa del pasado. 


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