CASOS DE MENORES: LOS NIÑOS DE KAMLOOPS

La Columbia Británica en Canadá despertó hace una semana con un terrible hallazgo: los cuerpos enterrados de más de 200 menores en los alrededores de un antiguo orfanato perteneciente a la Iglesia Católica en la región de Kamloops. Alrededor de unos días ha sido lo que ha tardado la noticia en dar la vuelta al mundo y ocupar una pequeña parte de la actualidad internacional en medios de comunicación en España y otros países. 

El Primer Ministro canadiense, Justin Trudeau, afirmó en Twitter que noticias como éstas le «rompen el corazón» y ciertamente es para ello. Sin embargo, aunque el suceso es desgarrador, no es algo nuevo. Pues en Kamloops, como en otras regiones de Canadá, más de 150.000 niños indígenas desaparecieron en el último siglo. Los menores eran arrancados de sus familias para ser trasladados a las llamadas escuelas residenciales indias, que no eran otra cosa que escuelas de asimilación. Es decir, eran parte de los proyectos de gestión que el país tenía sobre las poblaciones coloniales. ¿El objetivo?: occidentalizarles. Las comunidades nativas han solicitado que se emprenda una investigación nacional porque están seguras de que existen casos similares a lo largo y ancho de todo el país. 


Kamloops: escuelas residenciales indígenas de Canadá

El sistema de escuelas residenciales para niños indígenas comenzó a funcionar a finales del siglo XIX y se extendieron hasta 1996. Su objetivo era reeducar a los niños indígenas en los valores occidentales. Es decir, limpiar las raíces aborígenes de los menores para que asimilasen la cultura occidental del país del que formaban parte. Funcionaban como internados. Estaban administrados por el gobierno y las autoridades religiosas y eran gestionados por órdenes eclesiásticas. El objetivo era integrar por la fuerza a los niños indígenas. 

Sus métodos de enseñanza distaban mucho de la amabilidad que se presuponía en ellos. Los menores eran arrancados de sus familias y a lo largo de su internamiento no era extraño que sufrieran maltratos, abusos o acoso. Algunos niños acababan suicidándose. Y muchos otros, los que sobrevivieron a su proceso de asimilación y reeducación en la cultura occidental canadiense, recuerdan hoy ya adultos, cómo el horror se cernió a lo largo de toda su infancia. Su recuerdo es más una nube negra que un largo proceso de enseñanza con objetivos bien avenidos. Lloran, se lamentan e incluso tiemblan al recordar cómo vivieron sus primeros años de vida. Les reeducaron para que sintieran terror. 

En 2008 el Primer ministro canadiense, Stephen Harper, pidió perdón públicamente en nombre del gobierno de Canadá por el que probablemente sea uno de los puntos más negros de la historia reciente del país. El actual primer ministro, Justin Trudeau, va un paso más allá y solicita al Papa Francisco que haga lo mismo en nombre de la Iglesia por su participación en estos actos a lo largo de casi un siglo. El hallazgo de los 215 cuerpos de menores en los alrededores de uno de estos centros residenciales indígeneas en Canadá ha abierto una grieta en la sociedad canadiense. Y los ojos, en la internacional. 


Más menores maltratados y abusados

Kamloops era solo uno de los puntos en los que se ubicaban estas escuelas residenciales indígenas en Canadá. De hecho, era el centro más grande de todo el sistema. Se trataba de un eslabón más. Los cuerpos de Kamlopps fueron encontrados gracias a la labor de un georadar. Y aunque ha hecho temblar a la sociedad canadiense, lo peor es que se estima que no es el único punto en el que pueden encontrarse cuerpos de menores. Pues la memoria lleva a pensar que lo que se hacía en Kamloops, se hacía en otros muchos sitios más. 

Kamloops seguía la senda de los cientos de centros de asimilación de la cultura occidental que se repartían por toda Canadá. A los niños no se les permitía hablar su idioma, ni practicar su cultura ni rememorar las raíces en las que habían nacido. Todo esto era borrado a base de maltrato, malnutrición, abuso, coacción y acoso. Y la pedagogía en ocasiones acababa brillando por su ausencia. Cuando los menores morían, bien por suicidio, bien por acabar en manos de sus «educadores», desaparecían de todo registro. Se cumplía aquello de: «lo que no aparece por escrito, no existe». De modo que todos estos niños dejaban de tener condición: no tenían ni nombre. 

A raíz de la aparición de los más de 200 cuerpos, se sabe que esto era más que un secreto a voces. La Federación de Naciones Indígenas Soberanas compiló una lista de puntos en los que se ubicaban estos centros residenciales y, gracias a ella, se pudo aplicar la técnica de búsqueda por georadar. Sin embargo el horror de Kamloops no se queda en Kamloops. Probablemente, el secreto a voces aireado hace una semana, sea solo uno entre muchos otros. Y un ejemplo más de que a los menores nunca se les ha respetado. 


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