Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, despachó su última sabatina con el lanzamiento de un chantaje en toda regla: O pasado mañana miércoles en el Congreso de los Diputados se le aprueba la cuarta prórroga del estado de alarma “o no hay plan B” si no se le avala su unipersonal decisión, un chantaje inadmisible que conlleva por su parte renunciar a su responsabilidad respecto a lo que pueda suceder en España si pierde definitivamente el control sobre la pandemia del coranavirus. Y por si fuera poco, añadió chantaje más vomitivo aún al chantaje al decir que de no aprobar la oposición su disparatado plan quizá no podría haber ayudas a empresas y trabajadores.
El comportamiento de Sánchez tiene un punto psicopático y constituye un desafío sin precedentes a la soberanía del Parlamento, más propio de un caudillo populista que pretende que se le siga otorgando carta blanca para dinamitar el estado de Derecho, limitar los derechos fundamentales de los ciudadanos y seguir dirigiendo unipersonalmente la lucha contra la pandemia con los resultados nefastos conocidos.
Sánchez es un mentiroso compulsivo. No es verdad que dialogue con la oposición, no es verdad que se hayan hecho 1,3 millones de tests PCR, no son verdad las justificaciones que emplea para ¿explicar? que no se haya exigido de modo obligatorio el uso de mascarillas, es mentira que el ordenamiento jurídico español no contemple otra vía normativa que el estado de alarma para afrontar la “desescalada” (término que no existe en el lenguaje castellano). Miente más que habla, y mira que le ha dado por hablar como un charlatán de feria de quinta o un dictadorzuelo bananero.
Sánchez quiere eternizar el estado de alarma porque pretende seguir aplicando un rodillo insoportable de liquidación del Estado de Derecho con su plan ideológico pactado con Unidas Podemos. Pretende seguir creando puestos de designación directa para colocar a los suyos y garantizarles el futuro. Además, necesita imperiosamente conseguirlo porque en el Gobierno y en el propio PSOE empiezan a sonar voces que consideran insostenible la actual situación.
Si hay plan B. El primero la aplicación de la Ley de Salud Pública y de la Ley orgánica 3/12986 de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública, claro que ninguna de las dos le permite tener a los españoles recluidos forzosa y eternamente en su casa con todos sus derechos suspendidos. Otro plan B, que ya hay en el PSOE y en el Gobierno quien lo patrocina, es que Sánchez se vaya a su casa y gobierne el PSOE con otro presidente o presidenta y con un acuerdo de Estado razonable y posible con el PP y Ciudadanos, abandonando la deriva populista de Unidas Podemos.
Sánchez lanza un chantaje inadmisible
La clave de la lucha contra el coronavirus, según todos los expertos solventes, está en algo que Sánchez y sus mariachis no han sabido hacer, desaprovechando siete semanas. Mientras no se sepa por qué y donde se producen los contagios no se puede afrontar con posibilidades de éxito la lucha contra la pandemia. Hay que tener un mapa atinado epidemiológico para abordar el “desconfinamiento”. Pero Sánchez y su infecto equipo de asesores no lo pueden hacer porque no tienen el suficiente número de tests y el personal necesario para poder localizar la red de contactos de los infectados más recientes para poder proceder a su aislamiento.
Sánchez, que además es cobarde, cada vez que dice que va a hacer algo se escuda en “los expertos”. La cualificación del los conocidos de su equipo de expertos es más que discutible. Pero es que, además, según me explican fuentes de Presidencia, gubernamentales y del PSOE, una vez que habla con sus “expertos” y con los ministros que conforman el gabinete de crisis, sale de la reunión, se encierra con su gurú Ivan Redondo (experto en marketing y manipulación política) , con Félix Bolaños, secretario general de Presidencia y Miguel Ángel Oliver, “MAO”, su secretario de Estado de Comunicación, y ahí es donde se toman las decisiones. Pero claro, cuando quiere justificar un error dice que él hace lo que le mandan “los expertos”.
Ahora, ante un más que previsible rebrote de la pandemia, lanza el chantaje para en caso de no aprobarse la prórroga poder echarle la culpa al PP del desastre. Sánchez ha tirado por tierra siete semanas en las que debía haber planificado la normalización (no esas gilipolleces de la nueva normalidad, un oxímoron, porque algo que es nuevo no puede ser normal) de un país como España paralizado. Y es por ello que ha de afrontar ahora la evolución del coronavirus y una tensión social dramática con el paro desbocado y el personal sin un duro.
El protocolo de salida escalonada, como todo lo de Pedro Sánchez, ha sido un disparate y un caos. La economía nacional se va al carajo mucho más que la europea y los sectores productivos están en situación de colapso. Y Sánchez y sus mariachis podemitas siguen a lo suyo, tratando de aprovechar el caos para colocar su mercancía ideológica, utilizando el Boletín Oficial del Estado para colarnos legislaciones que no pasarían el filtro del Congreso e imponernos su pensamiento único doctrinario y totalitario.
Pedro Sánchez, mentiroso y necio, nos ha tomado a los españoles por imbéciles e ignorantes. Cuando pomposamente dice en sus sabatinas que decidió ir pidiendo cada quince días la prórroga del estado de alarma por transparencia y por un afán de rendir cuentas miente también, como siempre, porque la Ley Orgánica 4/81 de 1 de junio de los estados de alarma, excepción y sitio, señala claramente en su artículo 6.2 que “en el decreto se determinará el ámbito territorial, la duración y los efectos del estado de alarma, que no podrá exceder de quince días”.
Pero a él se la sudan la Constitución y la ley vigente. El va a lo suyo, que no es lo nuestro. Y no deja de decir que “no vamos a dejar a nadie atrás”, cuando si sumamos a los parados reales los más de 7 millones de parados parciales subsidiados y lo que resta por venir, estamos ya por más de 10 millones de españoles a los que han dejado atrás, en la puta calle.
El PP y Pablo Casado ya han anunciado que se están pensando qué hacer el miércoles y que por ahora no cree que vayan a votar que sí a la prórroga. Hay en el PP muchos que le plantean a Casado la necesidad de no ceder al chantaje y de ofrecerle al PSOE una gran coalición incluyendo también a Ciudadanos con un Gobierno presidido por cualquiera del PSOE que no sea Sánchez. Y han sugerido insistentemente el nombre de Margarita Robles, la actual ministra de Defensa. En Ciudadanos hay dudas también, aunque parece que Inés Arrimadas está también en el no.
Ayer, en la charla que Sánchez mantuvo con los presidentes autonómicos, Núñez Feijoo, Urkullu y Torra le pidieron el final del arresto domiciliario de los españoles y los socios de Gobierno parece que tampoco le van a votar la prórroga. Un escenario nuevo para el chantajista, del que no sabemos como va a salir.
Pedro Sánchez es presidente del Gobierno gracias a su tenacidad (eso no se le discute), pero sobre todo gracias a que los barones del PSOE, cuando estaba muerto, decidieron no enterrar su cadáver, gracias a que Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría le pusieron en bandeja la moción de censura en 2018 y gracias a que Albert Rivera se empeñó en no pactar con él, camino de su dimisión tras la previsible debacle de Ciudadanos. Y ahora, una vez en La Moncloa es un líder populista y totalitario dispuesto a suicidarse arrastrando con él a todo el que intente evitarlo.
En el PSOE, Felipe González y algunos otros no dejan de moverse, hacer llamadas y contactar con dirigentes y altos cargos con los que mantiene relación insistiendo en que Sánchez tiene que dar un paso a un lado y el PSOE formar un Gobierno monocolor socialista con apoyo externo del PP. Incluso le insiste a Aznar en que éste convenza a Casado para apoyarlo. González y muchos dirigentes históricos socialistas consideran que es esencial para el PSOE y para España romper la coalición con Unidas Podemos y buscar un gran acuerdo con el PP y con Ciudadanos. Considera González que Sánchez y este Gobierno no van a poder negociar acertadamente con la Unión Europea y que España está abocada con Sánchez a un rescate a la griega que él cree evitable con otro Gobierno.
Pero Sánchez no escucha más que a sus mariachis, el PSOE no existe. En la sede de Ferraz no hay prácticamente nadie, alguna secretaria y algún mando intermedio que no pinta nada, y en el Gobierno empieza a haber cabreos y diferencias que terminarán saliendo a la luz. Casado tiene que medir bien su intervención y su decisión de pasado mañana. Pedro Sánchez le ha lanzado el chantaje:
Si tienes huevos votad que no y con mi aparato de propaganda te convierto en culpable de todo lo que pueda suceder. Hasta de mis propios errores. Si tienes huevos vota que no y tú serás el culpable de todo y yo retiraré los ERTE y las ayudas sociales. Si tienes huevos vota que no y yo conseguiré que no se hable del coronavirus, ni de todas mis mentiras. Tampoco de los tests que no hay, ni de los muertos, ni del record mundial que tenemos de sanitarios contagiados. Te echaré encima al personal, y autorizaré y convocaré manifestaciones en la puerta de Génova. De lo que se ocupará mi secta, para que te enteres. Si tienes huevos vota que no y no dejare de comparecer en mis televisiones a todas horas para colgarte los muertos. Te tengo pillado. Esa es la posición de Sánchez.
Por eso Casado tiene que estar muy fino. Porque a la vez, Pedro Sánchez ha convertido la votación del miércoles en una suerte de plebiscito. Si la pierde, él y su Gobierno habrán muerto políticamente. Pero si consigue sacar la prórroga adelante será Casado quien no podrá disponer de una explicación para sus votantes y dejará camino ancho a Vox para recoger más votos.
Y sobre todo Casado debe valorar, y lo sabe, que quien cede a un chantaje una vez está acabado para siempre y en manos de su chantajista. Ha llegado la hora de lanzarle a Pedro Sánchez su “No es no”, pero como decía el democristiano italiano Andreotti, “Manca fineza”. Ha llegado la hora del parlamentarismo de nivel para acabar con este Gobierno de Sánchez que no tiene por donde cogerlo y nos lleva al abismo.