Les deseo a todos los que me leen que tengan un año 2024 fantástico, y, que lo comiencen como debe ser. O sea, como les dé la gana, con cotillón o sin el, con cava o champagne si llega la pasta, con familia o sin ella. Como les plazca, que es como debe ser. No paro de escuchar quejas porque Madrid está lleno. Lo he comprobado en los paseos que me doy a diario por mi ciudad. Mucha gente hace lo mismo que hago yo, pasear por Madrid. Y escucho quejas. A mí no me molesta la gente, menos aun la que hace lo mismo que yo. Madrid no me mata, aunque la frase tuvo su gracia. Madrid me encanta, cada día más.

Y uno de los encantos de Madrid es la peña, la gente, y la hospitalidad. Yo soy ya un señor mayor, he pasado de cerrar bares a abrir parques, y disfruto de Madrid, lleno o vacío, que es casi nunca. Puestos s quejarme de algo lo haría de los baches, en calzadas y aceras. La cosa ha mejorado en la zona centro, pero Madrid es ciudad de barrios, y en demasiados tenemos pasarela de agujeros y baches que conviene arreglar.


Madrid es una alegría y gusta a todos

Es una alegría Madrid, y entiendo que guste y se llene. No hay ciudad en el mundo como Madrid, al menos para mí. Viví al máximo el Madrid que nunca dormía. En el que había atascos de madrugada y garitos hasta el amanecer, no solo discotecas, como ahora (desde niño me he llevado mal con las discotecas). Recordaba el domingo mi amigo Iñaki Domínguez en su pieza de El Mundo, que hubo unos años mágicos en los que si te entraba la gusa de madrugada podías empujarte una hamburguesa. O una pizza en la madrugada, y citaba el mítico Knight ´n´Squire de Félix Boix. Pero había más. Me gustaba mucho el Caripén, al que hace siglos que no voy.

Yo tenía mi centro de operaciones en El Sol, en la Plaza del Dos de Mayo. Era un tugurio elegante, el único de Madrid en el que se podía beber pomada menorquina, y se jugaba al billar con trampas, o sea, que se jugaba también al billar de la vida. Allí acampábamos una banda de periodistas que competíamos por otras exclusivas, pero que reíamos y disfrutábamos hasta el amanecer, lo que suponía muchas veces ir de empalmada al trabajo, al que no fallábamos, como no le fallábamos a la noche madrileña, con sus tribus y sus bandas, con su camiseta y su canesú.

Y la noche madrileña estaba llena, y me gustaba también. Me gusta le gente, aunque algunos me den pereza. Y la universidad de la calle me enseñó lo poco que se. Transitaba con la misma tranquilidad y tenía amigos en Serrano y en San Blas. Siempre arrancaba desde El Sol, y podía terminar en Pachá o en la Canciller, o en RockOla, o en la Vía Lactea, en el Penta, en la Sala Sol (de sol a sol) en el Rowland de mi actual barrio, o en La Argentina de San Blas, aunque nunca me enloqueció el mundo de los rockeros.


¡Una ciudad con vida!

Aunque nunca he “sentado la cabeza” me cansé de la noche. Ahora, con la edad, disfruto como un enano de los amaneceres, de la mañana, del día. Y de la noche si se da, pero menos. Porque lo que disfruto es sobre todo de la gente. No es que sea un apasionado de las masas, pero no me molesta la gente, y menos cuando la gente hace lo mismo que hago yo.

O sea que menos quejarse de que Madrid está lleno porque Madrid es una ciudad cojonuda. Unicamente, a los turistas que solo garbean por el centro, decirles que Madrid son sus barrios. Mola la Gran Vía, aunque ya no quede casi un cine y todo sean tiendas intercambiables de marcas intercambiables. Madrid está lleno y quizá por ello me guste tanto. Como me encanta el Estadio Santiago Bernabéu, que se llena cada partido aunque no sea Champions, y me encanta. Vacío no sería lo mismo. La vida son las personas. Las ciudades son las calles, los barrios y sus gentes.

Y, además, si Madrid estuviera vacío no sería Madrid. Lo único que cada día me gusta menos son las limitaciones al tráfico en el centro, y eso que suelo moverme en Metro. Pero cuando cojo el coche o la moto me gustaría poder ir al centro también, y cada día lo ponen más difícil, aunque nos siguen cobrando los mismos impuestos por circular.


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