Procrastinación proviene del latín procrastinare y es un término que viene a referirse al acto de postergar cualquier acto hasta mañana. Quien no haya procrastinado alguna vez, que tire la primera piedra. Porque procrastinar, procrastinamos todos los días. A veces, a todas horas. Y no, no se trata de un complicado trabalenguas con el que finalizar febrero, sino de hablar de un hábito que toda la vida se ha venido llamando “marear la perdiz”. O llevar al día a día la tan denostada pereza para hacer cosas. Todo lo contrario de lo que reza el refrán: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Aunque sinceramente: ¿quién no ha postergado algo que tiene que hacer a propósito porque simple y llanamente no le apetece hacerlo?
Podemos escudarnos en que cuidamos nuestra salud mental y preferimos mantener alejado el estrés y por eso procrastinamos. De hecho, procrastinamos cuando tenemos que sentarnos a trabajar frente a un ordenador. Primero colocamos bien el ratón, nos ponemos más a mano los bolígrafos y el papel que necesitaremos para hacer anotaciones, nos levantaremos a por una botella o agua para beber de vez cuando y nos ocuparemos de tener a mano miles de “por si acasos” que quizá no necesitemos en realidad. Esto con tal de no encender realmente el ordenador y ponernos a trabajar. Les ocurre también a los estudiantes cuando tienen que ponerse a hacer sus tareas: miran al techo, se preparan los subrayadores, buscan que el lado de la silla en el que están sentados sea el más cómodo… con tal de no empezar a hacer lo que tienen que hacer.
La procrastinación y su aliada la pereza
Todos somos procrastinadores natos. Mareamos la perdiz para no ponernos a hacer algo que debemos terminarlo con la diligencia que deberíamos. Y últimamente es, además, un término que está muy en boga. “Procrastinadoras y procrastinadores del mundo… escuchad” parecen decirnos la publicidad, las redes sociales, buscando ese rinconcito situado entre la gracia y la culpa que nos hace vernos reflejados en todos los claims que de alguna manera nos están mostrando en nuestras mismas narices que cada vez más, somos proclives a postergar aquello que no nos satisface hacer.
Lo malo es que procrastinar es contagioso. Una vez empiezas, ves que no pasa nada por continuar haciéndolo cada día. Un ratito por la mañana, otro por la tarde y te habrás convertido en un auténtico procrastinador. Quizá tu cabeza agradezca estos parones momentáneos y a la larga vivas con menos estrés provocado. Pero debes saber que procrastinar hace que dejes de ser dueño de tu propio tiempo. Si la pereza es la que gobierna en tu día a día irás a la marcha que decida la propia procrastinación.
¿Algunos consejos? Los expertos hablan de aplicar la “regla de los dos minutos”, por la que si una tarea nos va a llevar hacerla más de dos minutos, es mejor que la hagamos ya y no la posterguemos para más tarde porque hacerlo tiene muchas papeletas de que no queramos continuar con ella. Dar primeros pasos ayudará a tomar decisiones. Y ejecutarlas nos hará sentir mejor. Debemos aprender a gestionar las energías con las que realizamos todas las tareas que llevamos a cabo en nuestra vida. Esto es casi más importante y más efectivo que aprender a gestionar el tiempo. Porque de este modo sabremos qué nos cuesta más y qué menos y seremos capaces de optar por no procrastinar porque ejecutar es más beneficioso y efectivo.
Aprender a decir «No. No tener miedo a abandonar, tampoco a fracasar o a equivocarse y plantear algunas rutinas como algo bueno que debemos hacer cada poco, terminarán por ayudarnos a saborear la sensación de «las cosas hechas», evitando la procrastinación y el “lo dejo para luego”. Porque sabemos todos que ese “para luego” en ocasiones no llega nunca. No se trata de zanjar todos los frentes abiertos sino de gestionar las energías que tenemos para afrontarlos. Con ganas, alegría, decisión y con la seguridad de que estamos aquí para hacer cosas, no para dejarnos llevar por ellas.