Más allá de consignas ideológicas y políticas, es una evidencia que el planeta en el que vivimos está conformado por muchos ecosistemas biológicos en los que nos desarrollamos los seres vivos. Y la intervención humana es esencial para que el entorno sea el adecuado y no se deteriore.
El calor o la iluminación que necesitamos cada día provienen de la energía, cuyo consumo se incrementa con rapidez. Por ello es imprescindible hacer un consumo responsable y recurrir a energías eficientes que posibiliten evitar problemas de suministro y daños del sistema. Es decir, lo que se conoce como energías renovables que eviten la emisión de gases que tengan como consecuencia el efecto invernadero. Los gases de efecto invernadero son gases que retienen parte de la radiación infrarroja que emite la tierra tras ser calentada por el sol. Gases que retienen la energía en la atmósfera. Aunque no son contaminantes, se ha incrementado mucho su concentración y ello ha incidido en variaciones del clima.
Las principales fuentes de energía no renovables son el petróleo, el gas natural y el carbón. Las energías renovables proceden de una fuente que pese a su consumo puede regenerarse a corto plazo. Tiene un origen natural, aunque su captación y distribución conlleva un coste elevado y un trabajo enorme que no todas las empresas del sector están dispuestas a abordar. Los expertos señalan que las energías renovables más comunes son el sol, el viento, el agua y el calor de la tierra. Las tecnologías termo solares producen electricidad y calor. Las eólicas y las hidráulicas generan electricidad y las geotérmicas transforman el calor en electricidad.
Conviene no confundir energía limpia con energía renovable, porque pese a que las fuentes de energía verdes son también renovables no todas las energías renovables son del todo limpias. Se considera energía limpia la que viene de fuentes naturales como el sol o el viento. La que al generarse no produce emisiones de gases de efecto invernadero. Las renovables se generan en fuentes que se renuevan de forma constante y natural: el sol y el viento.
Las energías no renovables como el carbón y el gas están sometidas a fronteras, suministros y crisis como la que padecemos hoy como consecuencia de la guerra de Ucrania por la invasión rusa. Y una de las principales causas del denominado cambio climático es la quema de combustibles para liberar energía.
Visto lo visto, es evidente que se utilizan equivocadamente de forma indistinta en muchos mensajes ecológicos los términos limpia, verde y ecológica para referirse a la energía. Aunque las diferencias entre ellas son tenues, no significan lo mismo. El objetivo de las tres es preservar los recursos naturales de la tierra y terminar con la dependencia de los combustibles fósiles que tienen un impacto medioambiental que perjudica nuestro ecosistema. Es decir, nuestras condiciones de vida.
La producción de estas tres energías sostenibles depende en parte de decisiones gubernamentales. Las empresas que las generan reciben financiación gubernamental para su producción. Por ello la legislación es importante porque no todas las energías renovables son limpias. El objetivo debe ser ayudar a generar energía limpia, cuyas fuentes son la eólica, la geotérmica y la solar. Limpias y renovables. Este debe ser el objetivo principal porque no se acabarán ya que el sol siempre proporciona energía cuando produce luz y el viento no dejará de hacer girar los aerogeneradores.
En 2015 la Organización de Naciones Unidas (ONU) promulgó unos Objetivos de Desarrollo Sostenible. 17 puntos que invitan a gobiernos, empresas y ciudadanos a promover cambios que nos aseguren a todos un futuro vital mejor. Posteriormente, a la vista de que se habían producido algunos avances importantes en la reducción del número de personas que viven en extrema pobreza y habían descendido las cifras de mortalidad materno infantil, 200 jefes de Estado y de Gobierno firmaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se concentran en siete grandes problemas a combatir: la pobreza y el hambre, la igualdad, el medio ambiente, la educación, la salud, la paz, la justicia y la economía. Y tras la pandemia parece más necesaria que nunca una colaboración activa internacional para conseguir los objetivos propuestos.
Por todo ello es importante ser vigilantes con las compañías que producen y comercializan energía para que aumenten su capacidad renovable y limpia que permita reducir el consumo de gas natural. Lo cual conlleva evidentemente inversiones muy importantes. El Gobierno ha de apoyarlas,. Y el reparto de los multimillonarios fondos europeos debe hacerse teniendo en cuenta este eje. España, escribió Wolfgang Cramer, director científico del Instituto Mediterráneo de Biodiversidad y Ecología, “debe hacer modificaciones de sus infraestructuras en su sector industrial insistiendo en las inversiones en elementos verdes”. Uno de los pilares de los planes de recuperación de la Unión Europea, que cuenta con 750.000 millones de euros. De los que a España le corresponden 140.000 millones, es la transición verde. De esos 140.000 millones, 72.000 son en ayudas directas.
El reparto de esos fondos, que aún no ha terminado, ha de ser atinado y transparente. Más de lo que ha sido hasta la fecha. La transición ecológica no es compatible con repartir el dinero destinado a ella para favorecer a amiguetes o correligionarios. El sector empresarial español y los ciudadanos, en general, han tomado conciencia de que el problema del cambio climático es serio. Para resolverlo se necesita inversión pública y también privada. Cuanto antes se efectúen las inversiones previstas antes encontraremos soluciones. Además es un sector que lógicamente puede generar mucho empleo. Es esencial no destinar fondos a inversiones que no sean eficientes y que las empresas dispongan de un marco legal estable, para lo cual es necesario que los partidos políticos alcancen acuerdos con visión de Estado sin amarrarse a clichés o consignas ideológicas.
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