A nivel social se encuentran muchas iniciativas ciudadanas cuyo objetivo es dar caza a los pedófilos que deambulan por Internet pero también por parques y jardines. Ciudadanos anónimos colaboran con la policía o con las autoridades pertinentes elaborando sus propias estratagemas para atrapar al abusador. Y que así sea la justicia y los canales tradicionales los que pongan la pena pertinente. Pero: ¿qué ocurre cuando ciudadanos anónimos toman la justicia por su mano y matan al pedófilo?
En noviembre de 2014, Sarah Sands asesinó a cuchilladas a un pedófilo de 77 años después de descubrir que había abusado de varios niños entre los que se encontraba su hijo de 12 años. Al año siguiente, Sands fue declarada culpable por homicidio involuntario. Todo, a pesar de que se descubrió que el septuagenario, Michael Pleasted, albergaba más de tres décadas de abusos y una veintena de condenas por delitos sexuales. Tras de sí, había dejado muchos menores víctimas de sus abusos. Sarah Sands, con la justicia por su mano, confesó que ésta había sido la razón que le llevó a asesinarle.
Lo que puede parecer el argumento de una película de serie B, de las de sobremesa, es en realidad una historia de verdad. Pero no la única. A lo largo de las últimas 3 décadas, se encuentran a montones los casos de progenitores o de adultos sin más que acaban con la vida de pedófilos. En un intento de darles caza y plantear con ellos la justicia que las autoridades parecen no aplicar.
La justicia en manos de las víctimas
Milena Quaglini, italiana, forma parte (según dicen) de la crónica negra en los últimos años en el país transalpino. Vivió una infancia de maltratos continuados por parte de su progenitor. Cuando llegó a la edad adulta, su segundo marido también le proporcionó una buena dosis de abusos y maltratos. Lo que le llevó a asesinarle. Algo que también hizo con su empleador, a quien asesinó tras un ataque de ira sobre Milena. La italiana se encaró a su agresor y lo mató. Tras cumplir condena, Quaglini volvió a rehacer su vida.
Descubrió, sin embargo, que el pasado de su nueva pareja se movía en las aguas pantanosas de la pedofilia y tras sufrir algún que otro caso de abusos por su parte, también lo asesinó. Muchos cadáveres a las espaldas de Milena la convierten en una auténtica “viuda negra” en Italia, pero sus razones iban más allá de la defensa propia.
Como también le ocurrió a Paul Fitzgerald, de 30, en Gran Bretaña, quien acabó con la vida de Richard Huckle. Este era considerado como uno de los mayores pederastas del Reino Unido, acusado de abusar a más de 200 niños en Malasia. Fitzgerald esperó a que Huckle saliera de prisión para estrangularle y hacer que el pederasta: “sintiera lo que hizo pasar a dos centenares de menores”. La justicia declaró culpable a Paul Fitzgerald, quien no negó sus actos pero afirmó padecer trastornos de personalidad.
En uno y en otro caso, se dio caza al pedófilo pero no se dejaron los casos en manos de la justicia tradicional sino que fueron ciudadanos de a pie quienes tomaron el bastón de mando y decidieron asesinar. A ojos de la sociedad son asesinos. ¿Hasta qué punto uno y no otro son los culpables? No existe vara de medir que valore este tipo de cuestiones. Como tampoco hay una normativa específica que detalle quién es más culpable: quien viola a niños y sale en libertad o quien acaba con la vida del pedófilo porque considera que éste, por años que pasen, no ha terminado de pagar su deuda con la sociedad. ¿Dónde está la medida?