INDIFERENCIA Y FRIALDAD ANTE EL DOLOR

Dicen que cuando uno se va a morir ve las imágenes más impactantes de su vida pasar por delante de sus ojos. Y eso tal vez fue lo que vio el fotógrafo suizo René Robert de 84 años cuando se desplomó en plena calle Turbigo en París. Sumado a decenas, cientos, puede que miles de personas que caminaban a su lado sin prestarle atención. El frío y la ignorancia de todos los viandantes que pasaron por su lado a lo largo de todo el día sin prestarle una mínima ayuda, hicieron que no solo viera pasar por delante de sus ojos toda su vida, sino que le ayudaron a morir. Murió solo, congelado, sin recibir una mano amiga que le ayudase a levantar del suelo. Los titulares duelen: “René Robert muere por la indiferencia de la gente en la calle”. 

Y esto es una realidad: la indiferencia, mata. Robert ha sido una de las más de 500 personas que mueren cada año en las calles francesas. Y no, no era un sintecho, como muchos podrán suponer. Era un viandante corriente que se cayó al suelo y no tuvo ayuda de nadie para poder seguir caminando. 

Aquel 19 de enero hubo máximas de 7ºC en París. El frío de la ciudad francesa no anima a caminar despacio. Ni siquiera para ayudar a quien se acaba de caer cerca de nosotros. Pero cabe preguntarse si tal vez no fue el frío el que animó a no hacer nada a los viandantes. Más que presuponer que la desidia, la insensibilidad, el egoísmo y el desentendimiento por lo que les ocurre a aquellos que están a nuestro lado, fueron realmente las razones por las que René Robert murió solo y en plena acera. 


¿Somos insensibles y fríos ante el dolor de los demás?

Cada día nos escudamos en que vivimos deprisa. El tiempo no nos deja acariciar los detalles que nos regala cada día el mundo. Pero esto son siempre meras excusas. La realidad es que vivimos rodeando nuestro propio ombligo. Nos creemos el centro de gravedad del universo. Y no nos importa lo que piensa el otro, el dolor del que sufre más allá o la sonrisa que nos acaba de regalar el niño que teníamos delante cuando por ejemplo, viajábamos en metro. No tendemos a sentir empatía por nadie. Porque es más cómodo prestarse atención a uno mismo y regodearse de nuestros propios triunfos o lamentos. Y nos hemos acostumbrado a mirar solo hacia nuestros adentros y hacer brillar únicamente lo que nos preocupa. No lo que les preocupa a los demás. ¿Tenemos en cuenta el dolor de los demás?

Probablemente muchos de los viandantes que ese 19 de enero pasaron al lado de René Robert, iban mirando la pantalla de su smartphone o escuchando música con los auriculares puestos. Pero también puede que caminaran a paso firme, mirando al frente y vieran un bulto vestido y tirado en medio de la acera y decidieran saltarlo como quien salta un obstáculo más en una carrera de los 100 metros lisos. Darían por hecho que se trataba de un mendigo más. En las grandes ciudades hay tantos que es fácil darles cabida como parte del mobiliario urbano sin más. 

Pero es triste pensar que nos importa un bledo la vida de los demás. Mucho más su dolor o su caída en medio de la calle. Robert murió sabiéndose transparente. Conociendo en primera persona el desinterés humano. Cómo sus vecinos parisinos pasaban a su lado sin verle o fingiendo no estar viéndole, lo cual es mucho peor. 

Dicen las crónicas que René Robert pasó más de 50 años de su carrera fotografiando la esencia del flamenco. Sus instantáneas plasmaban a la perfección la pasión de este arte. Llegó a fotografiar a grandes como Camarón, Paco de Lucía, Aurora Vargas o La Yerbabuena. La sensibilidad que transitaba desde su ojo hacia el dedo índice con el que apretaba el botón de disparo, se veía reflejada en sus fotografías. 

Una sensibilidad que perdió con el frío parisino aquel 19 de enero. Hoy el mundo le recuerda no solo por su arte gráfico, sino porque pasa a engrosar la lista de las personas que mueren en la calle sin que nadie les preste atención. Y es un ejemplo más de lo egoístas que nos estamos volviendo.


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