Han querido las casualidades de la vida que el 13 de febrero, día contra la tortura en el País Vasco, fallecieran el general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo y Alberto Oliart, ex ministro de Defensa y suegro de Joaquín Sabina, que el mismo 13, o sea el pasado sábado, celebró su 72 cumpleaños.
Rodríguez Galindo tiene una carrera plagada de luces y sombras, pero sin duda las sombras son de tal gravedad que pueden con las luces. Dirigió con mano de hierro el acuartelamiento de Intxaurrondo, famoso porque más de 100 de los guardias que allí estaban destinados fueron asesinados por ETA. Pero más aún porque algunos de sus guardias y su jefe máximo cometieron graves torturas. En el caso de Lasa y Zabala, dos etarras de poca monta, a las torturas terroríficas como arrancarles las uñas, se añadió su muerte y su enterramiento en cal viva, hechos por los que Galindo fue condenado.
La condena fue de 71 años, y en la sentencia se decía que el suyo era: «un caso de perversión de los medios en atención a los fines«. Igual que los méritos de Felipe González, que los tuvo, quedan a un lado ante el hecho de que bajo su Gobierno se practicó el terrorismo de Estado, los méritos incuestionables de Galindo quedan a un lado ante la gravedad de los hechos por los que fue condenado. Y para la historia queda Juan Alberto Belloch, biministro socialista, ex juez que presumía de su condición de “demócrata y progresista”, colocándole el fajín de general a Galindo, en contra de la opinión de Margarita Robles, una de sus secretarias de Estado en el ministerio.
Oliart: fue ministro y suegro de Sabina
En ninguno de los obituarios de Alberto Oliart he leído que era el suegro de Joaquín Sabina y el abuelo de las dos hijas del cantante. Ha muerto a solo diez días del 40º aniversario del 23-F. Él era el ministro de Defensa mientras se celebró el juicio contra Tejero y el resto de golpistas. Tuvo que hacer frente a la resaca del golpe frustrado de Tejero. Fue quien nombró a Emilio Alonso Manglano como máximo responsable del Cesid, el servicio de inteligencia, que desarticuló el llamado golpe de los coroneles del 27-O y que planeaban una asonada la víspera de unas elecciones.
Manglano terminó condenado por ser el responsable de numerosos espionajes ilegales, en un juicio que se inició por una denuncia de quien esto suscribe. Oliart fue junto al presidente Calvo Sotelo uno de los artífices del ingreso de España en la OTAN en mayo de 1982.
También fue ministro de Industria y de Sanidad y Seguridad Social. El último cargo que ocupó fue el de presidente de RTVE. Siendo responsable de la televisión pública me dijo: “Este es el único cargo que nunca debí aceptar. Claro que antes de llegar no sabía que no hay Gobierno, del partido que sea, que tenga huevos para poner en la calle a 3.000 o 4.000 personas, que es lo que hay que hacer aquí. Nuestros competidores tienen plantillas de 350 o 400 profesionales, a lo sumo. Yo lo haría, pero el Gobierno no me deja y mientras esto no se haga no tiene solución. Y buena parte de estos funcionarios están aquí por su sumisión al PP o al PSOE, colocados no por sus méritos profesionales”.
Era Oliart un hombre culto, afable y demócrata. Educado y sagaz, daba gusto conversar con él. Su trato con Joaquín Sabina, que tan poco tenía que ver con él, fue al inicio de su relación con su hija Isabel Oliart, complicada pero después mantuvieron una relación excelente.
Sabina cumplió el sábado pasado 72 años. Sigue situado en la izquierda política, pero menos. Apoyó siempre a Izquierda Unida y no fue crítico con el PSOE muy hasta el final de González. En su canción: “Como te digo una co te digo la o” pasó muy por encima de la corrupción socialista y del terrorismo de Estado, y no precisamente criticándolo: “Y no me hagas hablar/¿Pero a ti que te voy a contar/Fíjate que yo,/sin ser socialista/de las de carné/y hasta aquí del GAL/y de la corrupción/que sí, que existió,/una mala gripe/que había que pasar/pero te decía, como mi Felipe/pa mi que no hay dos/y si no, tu misma/porque el del bigote/no tiene carisma.»
Hay que tener un par para decir que el terrorismo de Estado era una gripe que había que pasar, y después aparecer apoyando al PSOE con la famosa “ceja” en apoyo de Zapatero. Pero a Sabina se le perdona casi todo, si no todo, socialmente. Tampoco se mojó con las torturas o el crimen de Estado. Y ya no está a tiempo. Como no lo está la Guardia Civil para tratar de convencernos de las bondades de Galindo, que las tenía claro, pero que quedan en lo político encubiertas por el horror del Caso Lasa y Zabala, que acabó con su carrera, aunque con su vida haya acabado este Covid que nos tiene en un sinvivir.
Terrorismo de Estado y casualidades
¿Qué tienen que ver Galindo, Oliart y Sabina? Casi nada, pero la vida ha querido que los dos primeros fallecieran el mismo día y el segundo era el suegro del cantante. A Sabina, pese a muchas discrepancias, le tengo ley. Me dedicó “Dieguitos y Mafaldas” en el Luna Park de Buenos Aires y se lo agradeceré siempre. Con Oliart tuve un trato afable a pesar de que nos diferenciaban muchas cosas y de que sus superiores le afeaban tener contacto conmigo.
Con Galindo hablé una sola vez en mi vida para tratar de entrevistarle, y lo que escuché tras mi petición fue: “¿A ti? Tienes cojones, eso sí. Tienes que tener un buen par de cojones para pedirme una entrevista. Vete a tomar por culo hijo de puta. Ni muerto te la daría. Con el daño que has hecho a España apoyando a los terroristas mientras nos mataban como a perros. Vete a tomar por culo”. Tal cual. No me dio tiempo a responderle porque colgó el teléfono.
¿Apoyando a los terroristas, yo? Así pensaban entonces y hoy muchos, por haber denunciado el crimen de Estado con el mismo tesón que los asesinatos de ETA. Para daño a España el que hizo Galindo, manchando la imagen de la Guardia Civil para los restos. Es verdad que ETA les mataba como a perros. Pero también es verdad que él carecía de autoridad moral alguna para decirme eso, condenado por secuestrar, torturar, asesinar y enterrar en cal viva a dos jóvenes etarras.
Esta España nuestra. Y para terminar, contadles que la comida de la Fiscal General con el presidente, el periodista y el delincuente que les relaté en este mismo espacio ya ha tenido consecuencia y ha llegado a la Audiencia Nacional, porque la defensa de Antonio Asenjo, jefe de seguridad de Iberdrola, ha requerido al juez García Castellón que retire la condición de acusación particular a Florentino Pérez en el caso Támdem, macrocausa derivada del caso Villarejo, por la falta de imparcialidad que arroja el proceso al haber una amistad de la Fiscal General del Estado con el presidente de ACS y el Real Madrid.
El abogado de Asenjo sostiene que mientras Dolores Delgado permanezca en su puesto de Fiscal General del Estado: “existirá una fundada sospecha de parcialidad respecto a la actuación de sus subordinados en las causas en las que intervenga Florentino Pérez”. Añade que los empleados públicos no pueden aceptar regalos que superen los usos habituales, y la mariscada en El Telégrafo la pagó Pérez. No le falta ninguna razón, creo yo, a la defensa del señor Asenjo. Veremos la respuesta del juez García Castellón, que tiene un marrón encima de la mesa muy considerable. A ver por dónde sale. Les mantendremos informados.