Mi infancia son recuerdos de un piso de la calle Ponzano donde me crie en una familia numerosa y maravillosa. Ser el pequeño de diez hermanos marca carácter. Las necesidades económicas no solo no me alejaron de la felicidad, sino que me hicieron encontrar en mi hogar y en mi familia un refugio permanente y un lugar en el que forjar un espíritu animoso e inquieto.
Tuve un padre ejemplar comprometido con su trabajo como abogado y con su actividad política en la lucha por la libertad que le trajo, nos trajo, muchos problemas que todos convertimos en estímulo para la pelea diaria. Y una madre adorable, insuperable, transmisora de valores y alegría, inquieta, lúcida y divertida, que era el puerto en el que todos atracábamos cuando la mar se ponía brava.
Recuerdos de las Navidades de Ponzano que llevan al amor
Desde muy pequeñito las Navidades me produjeron un punto de tristeza entre la alegría general. En mi casa no se celebraban “las fiestas”, “el solsticio de invierno” y esas cosas que se dicen ahora para evitar celebrar una festividad religiosa. En mi casa se respiraba alegría en Navidad y no digamos en el Día de Reyes. Y mi recuerdo de las Navidades en Ponzano me conforta porque me lleva al amor.
En el centro, en el eje, mi madre, risueña, divertida, alegre, entusiasta, gamberra. Incluso, mis hermanos, con los que en el día a día discutía, en Navidad los sentía más próximos. No dejaban de utilizarme como chico de los recados, pero era otra cosa. Y la cena de Nochebuena, doce a la mesa, sin grandes manjares pero siempre especial y con paz.
Recuerdo que desde siempre me gustó la calle, o sea, que fui quizá de la última generación de los que jugábamos en las aceras. No tuve bicicleta hasta muy mayor, y cuando salía a hacer algún recado, que era cada día, a la farmacia, a la galería de alimentación, a por la prensa, a lo que fuera, desde que salía del portal y pisaba la calle acudía a todos los lugares corriendo.
Y en Navidad, no sé por qué, corría más deprisa. Incluso cuando iba a coger el metro en Rios Rosas llegaba a la taquilla exhausto y no encontraba respuesta al por qué de mi afán por ir a todos lados corriendo. Mi adolescencia también fue inmensamente feliz, inquieta, rebelde, y seguía siendo frecuente acudir a los sitios corriendo, excepto si había quedado con alguna chica que me gustaba. En esos casos acudía caminando despacio, soñando lo que después no sucedía.
La Navidad es una fiesta de alegría y de vida
Comencé muy joven a acudir al Bernabéu con mi tío Perico, que me hizo socio del Real Madrid con 6 años, y recuerdo como un plan inmejorable esos partidos los domingos a las 16,30, viendo a Betancort, Pachin, De Felipe, Sanchís, Pirri, Zoco, Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. Y las colecciones de cromos. Los primeros cines, y las primeras noches de fiesta, en garitos donde no podía entrar, pero en los que me colaba. Y las Navidades, en las que ya me sentía más feliz en medio de la tribu alegre, y en la que cada abrazo me hacía sentir más que querido. Y entendí que celebramos en nacimiento de Jesús, o sea, que es una fiesta de alegría, y de vida.
Cuando me hice adulto y llegaron mis hijos, la Navidad siguió siendo una fiesta y siempre intenté, no sé si lo conseguí, que no entendieran la cosa solo como unas fechas de regalos, materialista, comercial. Y aquí sigo, celebrando la Navidad, con regalos también, sí, y con la melancolía que viene recordándome imágenes, olores, colores y sonidos de Ponzano.
O sea, que, queridos lectores de IT MAGAZINE, les deseo Feliz Navidad, feliz vida, feliz todo. A 2024 le doy las gracias por todas las lecciones que me ha dado y a 2025 le digo que estoy listo. Y a ustedes, gracias por seguirnos, por leernos, por escucharnos. Que suerte tenemos con todos ustedes. Dios les bendiga.