En medio del bullicio en el que nos movemos, un silencio tremendamente doloroso y persistente prevalece. Es el silencio de quienes han experimentado agresiones y abusos sexuales. Un silencio que puede resonar en el interior de las víctimas como un grito desgarrador.
En este artículo, exploramos el poderoso fenómeno del silencio de las víctimas de abusos sexuales. Un tema que, lamentablemente, sigue siendo un grave problema en nuestra sociedad. Nos acercamos a la realidad de este silencio presentando datos concretos en España e indicamos cómo podemos trabajar juntos para romper este mutismo y brindar apoyo a quienes lo necesitan.
En mi trayectoria profesional como psicóloga clínica, he tenido la oportunidad de escuchar en numerosas ocasiones a mujeres y hombres compartir conmigo relatos de agresiones que experimentaron durante más de dos décadas anteriores. Estos relatos los expresan con un dolor profundo, como si estuvieran reviviendo la agresión en tiempo real. A lo largo de los años, ha resultado profundamente impactante para mí descubrir que, en la mayoría de los casos, nunca habían compartido esta dolorosa experiencia con nadie hasta entonces.
Así ha sido para muchas de las víctimas de Kote Cabezudo. Un prolongado silencio que se extendió durante años, sin siquiera confiarlo a sus mejores amigas. Un dolor profundo que perduró durante una, dos o tres décadas. Fue gracias a las valientes investigaciones del periodista Melchor Miralles y la infatigable perseverancia del abogado Mario Díez que algunas de estas mujeres finalmente encontraron el coraje para relatar sus experiencias y comprender que no eran únicas en su sufrimiento. Descubrieron que existían otras víctimas igualmente calladas y atemorizadas.
Las víctimas no pueden romper este silencio
En la investigación española liderada por la Doctora en Psicología Marta Ferragut y publicada en inglés en el año 2021 de la que ya hice referencia en anterior artículo, se les preguntó a las personas encuestadas que habían sufrido abusos sobre lo que denominamos la «revelación del secreto». Es decir, si habían compartido con alguien lo que les había sucedido cuando eran menores. Los resultados mostraron una situación alarmante. Y es que el 78% de las personas encuestadas que sufrieron abuso en la infancia no compartieron esta dolorosa experiencia con nadie. Es más, los niños incluso revelaron menos que las niñas. Menos de un tercio de las víctimas tuvo la capacidad de hablar sobre ello.
El problema se agrava al observar que las pocas niñas y niños que se atrevieron a contar el horror de lo que habían vivido solían hacerlo, en primer lugar, con amigas de su misma edad. Lamentablemente, estas amistades tenían limitadas posibilidades para ofrecer ayuda efectiva. En segundo lugar, recurrieron a sus madres para compartir sus vivencias. Sin embargo, algunas mamás se sintieron desbordadas y carecieron de la capacidad de reacción necesaria. Como resultado, aproximadamente la mitad de estos menores que sí fueron capaces de compartir su traumática experiencia no pudieron recibir el apoyo necesario para superar esta espeluznante vivencia.
Los hallazgos resaltan la imperiosa necesidad de crear conciencia sobre el abuso sexual infantil, promover una comunicación abierta con los menores, y asegurar la disponibilidad de recursos adecuados para las víctimas y sus familias. La prevención y el apoyo se constituyen como elementos fundamentales para abordar esta problemática y asistir en la recuperación y sanación de quienes la han padecido y de sus familiares.