EL DELIRANTE MUNDO DEL TRABAJO INFANTIL

Hoy 12 de junio es el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Una fecha que se ha marcado en el calendario como tantos otros días mundiales para reivindicar que todavía hay muchos menores que trabajan, realizan labores peligrosas, son abusados, maltratados y explotados. Todo mientras las grandes potencias se esfuerzan por continuar apoyando un calendario de días mundiales y por tener algo que celebrar todos los días del año. Todo ello sin que nadie ponga de verdad las cartas sobre la mesa para solucionar un problema tan grave como es el trabajo infantil. 

Según datos de UNICEF, más de 160 millones de niños trabajan en el mundo. De ellos, 79 millones realizan trabajos que son considerados peligrosos. Tal vez sus pequeños cuerpos y sus diminutas manos quepan mejor por agujeros peligrosos para extraer minerales o entrar en fundiciones. Incluso para dedicarse a otras labores que a ellos les puede ir mejor que a un adulto, dado su tamaño e inocencia. 

UNICEF estima que a día de hoy más de un millón de menores trabajan en minas y canteras en más de 50 países de Asia, Latinoamérica y África. Sin contar por supuesto otras tareas agrícolas. Y que mientras trabajan en esos asuntos, dejan de hacer lo que cualquier otro niño un poco más arriba del hemisferio: jugar, aprender, ir a la escuela y caerse pelándose las rodillas porque han tropezado con una pelota. Mientras trabajan, no juegan. Y dejan de ser niños para pasar en muchos casos, a ser esclavos. Depende de dónde hayan nacido, los niños no tienen los mismos derechos. Triste pero real.


¿Trabajo o explotación infantil?

Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Unicef hoy hay más niños y niñas trabajando en el mundo que hace cuatro años. Además, la mayor parte del trabajo infantil (hablamos tanto de niños como de niñas) tiene lugar en el sector agrícola. Especifican además que «un 70% de los niños en situación de trabajo infantil (112 millones) se dedican a la agricultura«. Son niños de edades comprendidas entre los 5 y los 11 años. De hecho el 83% de ellos realizan las labores dentro del propio ámbito familiar. Todo se queda en casa. Y son esas mismas casas, cuyos recursos no pueden proporcionar una infancia de verdad a los pequeños, las que hacen que los menores crezcan demasiado rápido por simple y llana necesidad. 

En este mismo informe de Unicef se dice que «un alto porcentaje de niños muy pequeños en situación de trabajo infantil son excluidos de la escuela a pesar de pertenecer al grupo de edad de enseñanza obligatoria«. Tratar de erradicar la explocación infantil es casi tan utópico como hacer que terminen las guerras en el mundo. Pero no queremos que se trate de deseos y promesas vacías, sino de pensar cómo podemos contribuir desde nuestro acomodado primer mundo para que la situación de millones de niños cambie o por lo menos mejore. 

La Organización de Naciones Unidas estima que algunas de las medidas a tomar pasan por garantizar una educación gratuita y de buena calidad al menos hasta la edad mínima de admisión al empleo, que se registre el nacimiento de cada niño (para que no haya ninguno en la sombra), promover medios de sustento rurales adecuados o prestar particular atención al mayor riesgo de trabajo infantil en las crecientes crisis, conflictos y desastres. Desde aquí lanzamos un grito al aire para que la medida más importante y la que está más a nuestra mano sea efectiva desde el mismo momento en que nos mentalicemos de que podemos ejecutarla cada uno de nosotros. Es decir: erradicar el trabajo y la explotación infantil pasa por un consumo responsable.

Según la ONU: «abordar los riesgos de trabajo infantil en las cadenas de suministro nacionales y mundiales sigue siendo importante». Y nosotros desde la parte Norte del hemisferio, contamos con la posibilidad de leer etiquetado. También de comprar artículos que en la medida de lo posible no hayan conllevado el trabajo forzado de menores. Ya no se trata solo de ser eco-responsables (porque el cuidado del medio ambiente también es importante), sino de ser humano-responsables. Y de ejercer un consumo responsable. 

Lo que hacemos en nuestro entorno tiene efectos más allá de nuestros horizontes más cercanos. Propongamos el efecto mariposa en torno al consumo. Cambiemos hábitos, pero sin restar libertades. Para que nunca más haya que celebrar un Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Y para que millones de niños no queden señalados de por vida según en qué lado del planeta hayan tenido la (mala) suerte de nacer. Los niños son y deben ser niños. En todas las partes del mundo.


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