La nueva Ley de Memoria Democrática tiene como objetivo, envuelto en disposiciones un tanto surrealistas, la “resignificación” del Valle de los Caídos y la expulsión de los monjes benedictinos de la Abadía. También erradicar cualquier manifestación religiosa del lugar, lo cual va a incluir el derribo de la gran cruz que preside el Valle. Les adelanto que jamás me ha gustado el Valle. Me repugna como a los redactores de la Ley, que se utilizara a presos republicanos para su construcción. Dicho eso, creo firmemente que los españoles, gracias a Dios y gracias sobre todo a los políticos y los ciudadanos que se empeñaron en la concordia entre los españoles, superamos el horror de la guerra que esencialmente fue un desastre para todos, vencedores y vencidos.
Pero dicho esto, no alcanzo a comprender la obsesión de la izquierda española por revivir aquellos hechos y tratar de reescribir la Historia. La comunidad benedictina del Valle de los Caídos tiene como misión esencial rezar por el eterno descanso de las víctimas de la Guerra Civil e impulsar la reconciliación entre los españoles. No creo que expulsar a esos monjes de allí vaya a resolver problema alguno de español ninguno. El odio no conduce a ningún sitio. No puede ofender a nadie sensato que unos religiosos se dediquen a rezar por las víctimas de una guerra entre hermanos.
La memoria democrática nada tiene que ver con que unos monjes benedictinos puedan seguir rezando en el Valle. Otra cosa es que se le quiera dar nueva significación al monumento, pero los rezos de los benedictinos no son incompatibles con nada ni con nadie. A nadie ofenden, ni siquiera a quienes no profesan en uso de su derecho religión alguna.
La obsesión de la izquierda con remover los odios de la guerra civil no puede conducir a beneficio alguno. Claro que hay que ayudar a quienes quieren encontrar los restos de sus muertos, de uno y otro bando. Hay que ayudarles hasta que no quede ni un solo español que no tenga la sepultura que sus deudos quieran. Y esa ayuda, esa búsqueda de muertos sin enterrar, puede hacerse desde la reconciliación y no desde el desentierro de los ánimos más exacerbados. La guerra terminó hace ya ochenta y dos años.
Por más que el denominado bando nacional ganara la guerra y después el general Franco instaurara una dictadura que no apoyaban muchos de quienes lucharon en su bando, la guerra no la ganó nadie, la perdieron todos los españoles, fue un desastre que jamás debiera repetirse. Dedicarse casi cien años después a revivir lo peor de nuestra Historia, lo peor de nosotros mismos, a dividir y separar a los españoles de nuevo es una insensatez y una irresponsabilidad. Más aún en momentos tan delicados como los que vivimos, sin superar aún una terrible pandemia y sus consecuencias sanitarias, políticas, sociales y económicas.
Si la recién creada Fiscalía para la Memoria Democrática se va a dedicar a ello, mal vamos. Apoyo sin fisuras todos los esfuerzos por buscar hasta encontrar a todas las víctimas de la guerra civil aún desaparecidas. Pero con sentido común y sin revanchismos que puedan reabrir heridas que ya habían cicatrizado gracias a nuestros padres y nuestros abuelos que supieron encontrar la reconciliación y superar el odio que nos llevó al horror.
Memoria, claro que sí, y democracia, sin duda alguna, pero no revanchismo y revisionismo. Memoria, justicia, dignidad y nada de rencor ni odio. Les garantizo que es posible. Me lo enseñó mi padre que luchó junto al bando ganador y después sufrió él, mi madre y sus diez hijos, la persecución del dictador. Jamás vi en mi padre un ápice de odio, al contrario. Abanderó la reconciliación entre los españoles y la democratización de España, aún costándole una deportación de un año y varios encarcelamientos.