ACORDÉMONOS DE VIVIR

Vivimos con prisa, con mil planes que a veces no cumplimos, con frustraciones pero también con alegrías que nos hacen recordar que aquellos fueron buenos momentos y nos gustaría quizá, volver a repetir algún día. Para las mentes más nostálgicas el tiempo pasado siempre fue mejor, pero no se paran a pensar en que si recuerdan y anhelan es porque han vivido. 

Vivir, qué gran verbo y cuánta literatura ha creado. Porque vivir y la preocupación por hacerlo bien ha estado siempre presente en la mente del ser humano. De hecho Horacio, en su poema número 11 de su libro de Odas, acuña por primera vez la expresión «carpe diem» que viene a decir simplemente que nos acordemos de vivir. Esta expresión fue traducida de muchas otras maneras a lo largo de la Edad Media y sobre todo, en el Renacimiento y el Barroco. Con más o menos variaciones siempre permanecía el deseo de vivir y disfrutar el día el día y pensar que envejecemos y algún día moriremos, pero hoy es hoy y hay que vivirlo.

Expresiones como la de Horacio hay multitud. Desde el «memento vivere» o el «tempus fugit» de los clásicos al «vive y deja vivir» de los hippies o el “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” de las abuelas. Porque la realidad es que siempre ha preocupado el paso del tiempo y el uso (o desuso) que hacemos de él.  También la muerte y qué se ve, se siente o se respira cuando se cruza al otro lado de la vida. 


¿Qué hay después de la muerte?

Hablar de vida es también hablar de la muerte y de lo que se encuentra cuando se llega a ella. Para empezar algo básico: una persona es declarada muerta cuando deja de tener latido durante varios segundos, cesa el bombeo de su corazón y no tiene respiración. Casi siempre ocurre: se para el corazón y la persona deja de vivir. Sin embargo en ocasiones esto es transitorio y, sin ciencia de por medio ni razón aparente, las constantes vitales de un paciente vuelven a agarrarse a la vida.

Aquellos que han vivido una experiencia de este tipo contarán más adelante que vieron una luz blanca, recorrieron un túnel oscuro o hablaron con personas que sabían a ciencia cierta que no se encontraban vivas. Lo dicen quienes lo han experimentado y se puede creer o no creer. Aunque aquí no tenga tanto que ver la religión o la creencia.

La ciencia también se pregunta lo mismo: ¿Qué hay después de la muerte? Y se lanza a investigar. Según investigaciones recientes se baraja la posibilidad de que exista una enorme conexión entre la mente y la conciencia. De hecho se afirma que una vez se muere, la conciencia no lo hace a la par y ésta no desaparece inmediatamente sino que continúa después de la muerte.

Se dan casos en los que un paciente vive una «experiencia cercana a la muerte» (ECM) y han continuado conscientes una vez que los médicos ya no daban nada por su vida. Recuerdan conversaciones, sensaciones y muchos afirman haber estado «al otro lado», regresando de nuevo a su ser actual. Viven una existencia post-mortem. Y están aquí para contar qué pasó. 

Por eso cabe preguntarse: ¿qué hay después de la vida? ¿y después de la muerte? Solo quien lo vivió lo sabe, dirían algunos. Sin embargo a lo largo de los siglos en multitud de religiones, corrientes filosóficas y otras creencias paganas ha existido la preocupación por conocer, sospechar o tratar de saber qué pasa cuando abandonamos la vida. ¿A dónde vamos? ¿Qué se encuentra en el más allá? Deseamos conocer y a veces nos olvidamos de vivir.


Vivir… Solo nos queda una oportunidad

Mientras nos preguntamos esto y lo otro e incluso lo del más allá, el tiempo sigue corriendo siempre en nuestra contra. No aprendemos y tampoco nos enriquecemos con preocupaciones que puede que no lleguen en muchos años. Tampoco disfrutamos de ello. 

Pero es inevitable preguntarseLa preocupación por vivir el día, temer al más allá o pensar en la muerte son aspectos que han estado siempre presentes en el ser humano desde que el mundo es mundo. Es innato a él. Piensa, luego existe. Y si existe, piensa. 

No obstante, en nuestro día a día hace falta preguntarse más y preocuparse menos. Debemos tratar de valorar los pequeños detalles porque a la larga son los que realmente nos aportan felicidad (aunque hablar de felicidad y de lo que es ésta, daría para otro artículo). Disfrutar de cada momento porque todos tienen “su aquél”, aunque sean malos. En eso consiste vivir. Y si la vida es un aprendizaje ¿para qué pensar en terminar el viaje si con cada segundo que pasa podemos aprender?

Decía Epicuro: “Si estoy yo, no está la muerte y si está la muerte no estoy yo. ¿Por qué preocuparnos de ella?”. Y si queremos disfrutar del viaje, no queda otra que vivir, con sus cinco letras bien puestas. Vivamos pues, que la vida suele ser más corta de lo que se desea. 


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