Internet muestra mucho menos de lo que en realidad oculta. Es decir, de lo que está oculto, para ser claros. Y de hecho, dicen que para poder hacerse una idea de lo inmensamente grande que es, hay que imaginarse un iceberg. Así, en la parte superior del mismo, la surface web es la que da la cara y conocemos todos. Es la que usan más de 4.400 millones de internautas en todo el mundo. Y pese a la monstruosidad de esta cifra, la llamada surface web solo representa un 4% de lo que es Internet en realidad.
Después, en un plano inferior a la surface web, en el iceberg que hemos dibujado en nuestra cabeza, encontraríamos la llamada deep web, es decir, el lugar en el que se aglomeran informes académicos, bases de datos, recursos gubernamentales, repositorios específicos de determinadas organizaciones, reportes científicos y un sinfín de documentación a la que no es posible acceder de primeras.
La deep web posee contenidos no indexados. Esto significa que buscadores como Google no los rastrea porque su acceso no es público. Pero su uso sí se ha visto incrementado en los últimos meses, sobre todo desde que, por ejemplo, en nuestro país se decretó el estado de alarma. El acceso a la deep web se produce a través de la red anónima TOR y generalmente suele tener un pseudodominio .onion. Sin embargo, su uso no es ilegal, aunque en ella sí se suelen dar numerosas actividades delictivas.
Deep web y Dark web, refugio de actividades delictivas
Precisamente por no estar indexadas y al alcance de cualquiera, la deep web y la dark web (lo que viene siendo la Internet profunda) es el refugio perfecto para actividades delictivas. Con ello no estamos hablando de comercio de datos ni de ubicaciones. Tampoco de big data, que es lo que resuena en la cabeza de la mayoría de los entendidos en marketing digital, hoy como recurso para la publicidad de los más grandes, sino de algo más grave: de trata de blancas, también de supermercados de la droga e incluso de pornografía infantil. En resumidas cuentas, más del 90% de los contenidos que se encuentran en Internet, están ocultos en lo más profundo de la red.
¿Se puede puede publicar sin miramiento dentro de esta Internet profunda? Sí y no. Aunque pudiera parecer que tanto en la deep web como en la dark net los internautas campan a sus anchas y existe libertad en las profundidades de la red, lo cierto es que no ocurre así. De manera continua se producen rastreos, sobre todo por parte de la Policía Nacional (a través de la Unidad de Ciberdelincuencia) y en toda Europa, por la Europol, con quienes de vez en cuando nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado llevan a cabo iniciativas conjuntas y operaciones simultáneas, incluso el FBI.
Criptomonedas y Darknet
Y como si se tratara del mundo real, este mundo cibernético también cuenta con monedas de cambio: las criptomonedas. Con las que se suelen sufragar la mayoría de las actividades que se desarrollan en la Dark net. De hecho, según ha trascendido en los últimos meses, el uso de Bitcoins en la Darknet creció un 65% en el primer trimestre de este año.
Las criptomonedas son el medio de pago perfecto para quienes funcionan en la Internet más profunda desde el máximo anonimato. Son operaciones que no se rastrean. Acciones que comienzan y se quedan en lo más profundo de Internet y que acaban saliendo a la superficie, en el agua que sostiene ese iceberg, cuando sobresale alguna actuación policial o cuando se ha desentramado alguna red criminal.
Mientras tanto, criptomonedas y contenido oculto siguen moviéndose sin ser rastreados por la parte más baja y profunda de Internet. Y si alguien alguna vez se planteó el querer llegar a conocer el alcance de Internet, lo que oculta, todo lo que muestra en forma de resultados de búsqueda… Que vuelva a imaginarse ese iceberg, cualquier iceberg. Toda aproximación siempre va a ser insuficiente.
Sumamente interante y desconocido para la mayoria