Mariano Rajoy compareció esta semana en el Congreso ante la Comisión de la Operación Cataluña y se paseó por ella para desesperación de quienes le preguntaban. Fue más Rajoy que nunca e hizo sus gracias. En fin, que su comparecencia no sirvió para nada como suele ocurrir con tantas comparecencias en comisiones de investigación parlamentarias.
Mariano Rajoy dispuso de una mayoría muy absoluta y la desaprovechó escandalosamente. Pese a poder haberlo hecho, no llevó a cabo ninguna de las reformas estructurales que necesita nuestro sistema y no revirtió ninguna de las leyes del zapaterismo pudiendo haberlo hecho.
Su Gobierno fue, como él, funcionarial. Le estalló la corrupción del PP germinada en los años de Aznar y no quiso dimitir a cambio de la retirada de la moción de censura que aupó a Pedro Sánchez al poder. Para siempre queda la imagen de su escaño vacío durante esa sesión, con el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría ocupándolo mientras Rajoy se tomaba unas copas en el Arahy de la calle Alcalá.
Rajoy subió a saco los impuestos y practicó el terror fiscal
Presumía de tener “la mejor número 2 que se puede tener, siempre me dice que sí”. Era Soraya Sáenz de Santamaría, quien fue la artífice del imperio mediático de la izquierda y de aupar a los capos de Podemos en sus tertulias, especialmente La Sexta y Cuatro. Ella sostenía que si hacían crecer a Podemos le perjudicaría al PSOE. Y ya ven. Si yo tuviera un número 2 que siempre me dice que sí le despediría de modo fulminante.
En contra de sus promesas electorales, Rajoy subió a saco los impuestos y practicó el terror fiscal de la mano de su ministro Montoro, que reventaba a los discrepantes sin cortarse un pelo.
La libertad de expresión no era lo suyo tampoco. Rajoy apoyaba a los que le bailaban el agua y era inmisericorde con quienes le criticaban. Lo padecí personalmente. Escribía yo entonces una columna semanal en ABC donde era crítico con su Gobierno. Hasta que un día su sicaria responsable de comunicación pidió mi cabeza, que le fue concedida por el director entonces del diario, Bieito Rubido.
Rufián trató de acorralar a Rajoy pero le toreó con maestría
Aunque por sus malas artes me quedé en la calle, no le guardo rencor a Mariano Rajoy, y no me cuesta reconocer que es un buen parlamentario. Estuvo toda su vida en la política, sin bajarse del coche oficial hasta que llegó a la presidencia del Gobierno. Y está siendo un buen ex presidente, sin inmiscuirse en el trabajo de sus sucesores. Vive razonablemente retirado, trabaja como registrador de la propiedad (plaza ganada por oposición) y solo de vez en cuando aparece en público dándose un garbeo por lo de Pablo Motos, donde exhibe su retranca gallega. Y ahora hace campaña de un libro que ha publicado con todos sus discursos en el Parlamento.
Gabriel Rufián trató de acorralarle en la comisión y le auguró un oscuro futuro penal, pero Rajoy le toreó con maestría. Pero el summum de su intervención llegó cuando Ione Belarra, de Podemos, le preguntó si pensaba que los diputados de Podemos son tontos. Magistral respuesta de Rajoy, dirigiéndose al presidente de la comisión: “¿Que si yo creo que son tontos? Con permiso del presidente no voy a responder porque no se trata de generar aquí un mal ambiente. Yo pienso lo que pienso, y supongo que usted pensará lo que piensa, y hace muy bien”. No se me ocurre una manera más brillante de llamarle tonta a Belarra.
Belarra acusó a Rajoy de mentiroso. “Entonces no entiendo por qué me ha convocado aquí” le respondió
Me parece Rajoy un buen parlamentario, un buen orador y un hombre inteligente y culto. Llega al humor desde la ironía y es muy eficaz. Resulta hasta divertido escuchar los debates de la comisión, porque es divertido ver como un tipo inteligente torea a varios interrogadores que se dejan llevar por el impulso y parecen no saber o percatarse de que tienen enfrente un adversario potente. Le minusvaloraron, y salieron revolcados.
Belarra ya no sabía dónde estaba, y le acusó de ser un mentiroso, a lo que Rajoy le respondió que entonces no entendía por qué ella le había convocado a esa comisión si sabía que no iba a decir la verdad. Y llegó a decirle que los gallegos no son graciosos. Una opinión de Belarra de la que discrepo. Creo que los gallegos, así en general, además de simpáticos son graciosos, aunque no sepas si suben o si bajan.
En fin, que llevaron a Rajoy a la comisión, quizá creyendo que iban a comprometerle, y Rajoy se dio un paseo por allí, y salió incólume. Nunca conviene minusvalorar a un adversario. Y suponía que Belarra y sus amigos sabían quién era Rajoy y como tiene capacidad para torear en esas lides. Pero no. Y les toreó, claro.