VIVIR LA VIDA COMO VOCACIÓN

¿La vocación mueve el mundo? En realidad no vivimos la vida como vocación. Sentimos echar por tierra cualquier atisbo de duda sobre la pregunta que lanza el comienzo de este artículo. Pero no, ni todos nos sentimos atraídos de manera vocacional por aquello que nos ocupa gran parte del día y nos da de comer, ni la mayoría de las personas conocen, saben o han sentido la llamada de la vocación. 

Pero, ¿qué es la vocación? La vocación es la inclinación que tomamos ante algo porque nos sentimos llamados a ejercerlo. En términos prácticos se ha asociado la vocación a la religión, entendiéndose ésta como la acción hacia algo por la llamada de Dios. Pero puede referirse al universo profesional, siendo ésta la inclinación de una persona para dedicarse a un modo de vida. 

Vocación es la libertad de elegir, de sentir, de ejercer y de ganarse la vida o de vivir de acuerdo a algo que nos hace felices porque nos completa y nos llena de tal manera, que nos sentimos inclinados a realizarlo toda la vida. Sin embargo pocos trabajadores hoy reconocerán dedicarse a algo de manera vocacional. Muchos incluso primarán la obligación a la devoción, como dirían las abuelas. Pero en realidad no hay nada más bonito que servir a la sociedad sabiéndose llamado para ejercer algo de manera plena. 


Vocación para mejorar el mundo

Existen muchas formas de entender la vocación, desde el ámbito religioso al profesional. Lástima que no se hable de la vocación personal, es decir, de la llamada para ser mejor persona. Porque esa sí que daría para ríos de tinta. 

Cuando se habla de vocación profesional nos estamos refiriendo a la dedicación sobre algo a sabiendas de que la misma proporciona plenitud sobre quien la ejerce. El médico estudia medicina porque tiene vocación de ayudar a los demás tratando de preservar su salud o de curarla cuando presentan dolencias. El periodista ha de tener vocación de buscar la verdad para informar al resto de lo que ocurre en el mundo. Los profesores deben tener vocación de formar, enseñar y sentar las bases de aquellos que aprenden, con el objetivo de que sean adultos de provecho. El religioso debe sentir la vocación como algo propio, que le guíe día a día para actuar conforme a la llamada que siente y con el fin de hacer un mundo mejor. 

Y en resumidas cuentas, la vocación debe funcionar como aquella semilla que sembramos en nuestro interior y nos ayuda a caminar tanto en nuestro universo profesional como en el personal. Teniendo el objetivo de que con aquello que hacemos, mejoraremos el mundo en el que vivimos. 

Los buenos profesionales deben ser ante todo, buenas personas. Y esa vocación debemos llevarla todos, independientemente del trabajo que se tenga o de la dedicación en la que ocupemos nuestras horas del día. Decía Kapuscinski que los cínicos no sirven para el oficio de periodista. Pero ese cinismo a veces nos persigue, seamos lo que seamos, porque nos puede más el “así vale” que el “así debe ser”. 


El secreto está en hacer lo que nos haga felices

A priori, un profesional vocacional que ejerce lo que ejerce por puro convencimiento de que lo debe hacer y además, que lo hace implicándose en ello, puede frustrarse. De hecho tiene muchas papeletas de que la frustración llame a su puerta y por mucha vocación que tenga, acabe abandonando. Otros preferirán seguir el camino trazado, a sabiendas de que no les va a hacer felices con el paso del tiempo. Conociendo que por mucha vocación que se tenga, si los límites han llegado a aprisionar tanto como para ahogar, habría sido mejor una retirada a tiempo que la marcha obligada. 

Es entonces cuando empiezan a registrarse síndromes como el llamado «burnout» o «síndrome del quemado», reconocido incluso por la OMS (aunque este tipo de instituciones hoy no pasen por su mejor momento en cuanto a credibilidad). Éste viene a describir el estado de agotamiento emocional, actitud cínica y distante que puede experimentar un profesional que no ve recompensas (anímicas) a la actividad que desarrolla. Y según muchos profesionales de la Psicología, aparece en profesionales vocacionales que mantienen una alta implicación en aquello que hacen.

¿La receta del éxito? Hacer algo que nos haga felices. Si hay vocación de por medio será un plus. Y si aquello que hacemos no lo hacemos por vocación sino por obligación, sin que todo ello nos regale sensaciones de plenitud máxima, hagámoslo de la mejor manera posible. ¿Cómo? Tratando de buscar lo positivo de todo ello. Quizá no seamos los profesionales más formados, los más guapos, los mejor pagados, pero por lo menos seremos los más felices. Y no hay sentimiento más placentero que la felicidad.


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