En este país parece que siempre hace falta el escarnio público de alguien conocido para que realmente se levante la alfombra y podamos ver la mierda que se esconde debajo. Ha hecho falta que salieran a la luz las presuntas tendencias de sexo duro y depravado de Íñigo Errejón. La presunta inclinación a abusar sexualmente de sus conquistas para que las redes sociales se llenen de testimonios que llevan muchos años escondidos en el cajón. Testimonios que por miedo, vergüenza y temor a la crítica, miles de víctimas anónimas han estado escondiendo y han considerado que ahora es el momento de soltar para desatar los amarres y aligerar el peso que llevan años cargando.
El comienzo de un Metoo patrio
Elisa Mouliaá, la actriz que ha roto el silencio que al parecer llevaba acechando a Errejón en torno a sus presuntas prácticas sexuales, ha indicado estos días en declaraciones a los medios que espera que esto que está ocurriendo en nuestro país a través de las redes, sea el comienzo de un #Metoo patrio. Y es triste que tenga que haber un “metoo” porque realmente esos mecanismos de protección y defensa de las víctimas que a muchos se les llena la boca de decir que tenemos, no han funcionado nunca. De hecho, podríamos decir que incluso no han existido. Porque le pese a quien le pese, en España aún reina el quitar la razón a la víctima si a juicio de ese que se considera “buen entendedor” encuentra cualquier grieta en su discurso.
Otros se permiten el lujo de contar qué habrían hecho ellos y ellas si hubieran sido víctimas de abuso, de acoso o de agresión. Porque siempre es fácil opinar desde fuera. Sin padecerlo, siempre somos la víctima ideal y nuestro comportamiento, sin haber sufrido agresión alguna, sería antes, durante y después, el perfecto.
Otros tantos callan y piden que se acallen el resto de acusaciones. No está pasando ahora con Errejón, pero sí ocurrió con otros depredadores conocidos como en el caso de Kote Cabezudo. Nombres de la política rondaban las acusaciones y era preferible callar. Era mejor hacer que se callasen porque lo que no suena, lo que no se oye, lo que deja de sonar, simplemente no existe.
Es triste porque se colorea un problema
Es triste también que según “de qué palo vayas” se emplee el “caso Errejón” para atacar a la izquierda. Y es triste porque se colorea un problema. Y porque el acoso, el abuso sexual, la erótica del poder existe tanto a la izquierda como a la derecha. Como dudable es que las víctimas se pongan a valorar a qué partido vota su agresor o de qué lado va el cuento. Porque el cuento es el mismo, aunque a veces cambien los personajes de la historia.
A unos les van más las casas de citas, a otros las actrices, a otros tantos las chicas anónimas y a otros las menores. Da igual, porque el problema siempre es el mismo. Que se abusa desde una posición de poder. Desde una supuesta relación en la que uno es que el manda y ordena, pero luego hace callar y la otra parte es la que padece, sufre y después carga sobre las espaldas. Y no hay terapia que logre suavizar o borrar el daño que se le ha hecho.
Lejos de valorar los comunicados oficiales lanzados estos días, de todo menos cabales. Ni de entrar a dar por zanjado el tema con ruedas de prensa que no han hecho más que encender todas las alarmas de que nunca hay dar carpetazo a un caso en el que se sospeche una mínima agresión. Lo que tenemos hoy sobre la mesa es otra cosa: es asco por todo lo que arrastramos. Sorpresa porque aunque los expertos dicen que el agresor puede estar delante de nuestras narices sin que nunca dé muestras de serlo, impacta. Pena porque tienen que pasar cosas para que se alce la voz. Y miedo porque si empezamos a visualizar los problemas bajo el prisma del color, nunca llegaremos a la raíz desde la que se soluciona esto: la educación.