La Selección española femenina, la categoría absoluta, es noticia estos días porque el pasado domingo se alzó como campeona del Mundial de Fútbol. Nuestras chicas, las españolas, son las mejores del mundo en su categoría. Han llegado a la cumbre en un deporte que tradicionalmente ha sido masculino. Y no son pocos los que afirman que las niñas de hoy ya pueden seguir jugando al fútbol y tener como referentes a chicas que, como las de la Selección un día, quizá jugaron pensando que darle al balón no era para ellas.
La victoria ha sido de las chicas de la Selección. El orgullo, de todo un país que siente cómo con ellas se ha ganado una larga batalla. Y que se enfada al observar cómo también a algunos les cuesta ceder el protagonismo y no se cortan a la hora de celebrar la victoria porque prefieren agarrarse la entrepierna para teatralizar que, para ganar un partido o para meter un gol contra las inglesas, “hacen falta huevos”.
Tal vez haya pensado también que las chicas de nuestra Selección “los tienen bien puestos”. ¿El qué? sólo lo sabe él y quienes piensan como él. Rubiales después de ejemplificar como nadie que la mejor manera de celebrar un gol es expulsando testosterona a través de los gestos, optó por plantarle también un beso en la boca a una de las jugadoras del equipo, mientras la saludaba y la felicitaba por la victoria. Así, sin más, fruto de la alegría que parecía haberle embargado tras unos intensos, 103 minutos de encuentro.
Rubiales y su beso robado: ¿constitutivo de delito?
Hoy la Selección española de fútbol femenino está en boca de todos. Como también el beso de Rubiales a la jugadora Jenni Hermoso. Este gesto nos retrocede en el tiempo y vuelve a retrotraer la necesidad de reivindicar que las chicas han llegado ahí fruto de la lucha, la pelea y el esfuerzo. Su victoria se comenta casi con la misma intensidad con la que otros muchos azuzan que Hermoso ha sufrido violencia con el beso de Rubiales, fruto de la tradición patriarcal que nos envuelve en casi todo en este país.
El presidente de la Federación pidió disculpas por haberse tocado la entrepierna mientras celebraba la victoria de nuestra selección. Dijo que quizá no había estado acertado. Y un día después indicó que actuó “sin mala fe” y que ocurrió “en un momento de máxima efusividad”. “Seguramente me he equivocado”, afirmó. Seguramente. Rubiales se ha equivocado.
La jugadora también quiso quitar yerro al asunto. En un directo en Instagram, nada más terminar el partido, ya el vestuario, comentaba con otra compañera que no se lo esperaba. “¿Y yo qué hago?”, le decía. Porque verdaderamente le pilló de improviso. En un comunicado posterior afirmó que “No se puede dar más vueltas a un gesto de amistad y gratitud”.
Tanto el beso como la polémica posterior dice mucho de lo que muchas mujeres han tenido que aguantar más de una vez en su vida. Sobre todo en el mundo del fútbol. Donde los gestos de poder como éste brotan a raudales y tratan de enmascararse como efectos de la efusividad, de la alegría contenida, de la pasión del momento. En el fútbol y en cualquier ámbito que haya estado gobernado por los hombres desde siempre. Pelear toda la vida, tener que sobresalir y demostrar ante cualquier otra cosa, es lo que tiene. Que te convierte en empática aunque no lo quieras.
Te obliga a correr tupidos velos aunque lo que más te hubiera gustado en ese momento haya sido lanzar la rodilla a esa entrepierna que recibe agarrones propios para celebrar un gol. Porque sabes bien que la violencia no se soluciona con violencia. Y que hay tantas maneras de dejar salir a pasear la emoción del momento, como cabezas pensantes habitan en el mundo. Deporte, celebración y pasión al final son una noble combinación que junta nunca se sabe qué efecto puede llegar a tener. Aunque las leyes sean claras. Porque tanto el Código Penal, como la Ley del Deporte o el protocolo contra el acoso de la Federación indiquen que el beso que Rubiales plantó a Hermoso el pasado domingo podría ser constitutivo de delito.
Desde el Gobierno piden acciones inmediatas. Otros solicitan que Rubiales dimita. E incluso la presidenta de la Asociación para Mujeres en el Deporte Profesional (AMDP), ha llegado a calificar el gesto del Presidente de la Federación como un ejemplo del “machismo repugnante” que tenemos en el deporte español.
La jugadora se negó a salir con Rubiales en un video de disculpa. Y de hecho, Jenni Hermoso, en el comunicado lanzado a través de la RFEF (en el que parece que la jugadora no tuvo mucho que ver ya que fue redactado por plumas corporativas) se afirmaba que “hemos ganado un Mundial y no vamos a desviarnos de lo importante”. Quedémonos con eso. Porque lo importante es que un grupo de deportistas profesionales han ganado el Mundial por primera vez en su historia. Celebrémoslo, por favor. Y digamos a nuestras niñas que no son bichos raros por querer jugar al fútbol en el recreo del colegio.
Que no tienen por qué aguantar que nadie les llame “chicazos” porque hayan preferido el balón de fútbol a la cuerda para saltar o a bailar enfermizas coreografías de TikTok cuando todavía no tienen ni la edad para abrirse perfil en esta red. Y que está igual de bien querer jugar a dar patadas a un balón que pasar el tiempo jugando al pilla pilla o al escondite. Si queremos que sea así, apoyemos a nuestras deportistas. Apoyemos el deporte sin más. Ayudemos a que esto que han hecho ahora nuestras futbolistas de le selección absoluta no tenga que ser algo excepcional. Los malos gestos, los gestos obscenos, los besos robados que incomodan más que agradan, sí. Esos sí deben ser la excepción, no la norma.