LA MASCULINIDAD Y EL MACHISMO

Llorar es de niñas”, “no seas mariquita”, “vaya chicazo estás hecha”, “eso es cosa de niñas”… Son solo algunas expresiones que se oyen y se han oído siempre sin más. Sin darle mayor importancia de la que en realidad sí tienen, porque marcan patrones que luego acaban perpetuándose en el tiempo. Se escuchan en casa, en la calle, en los parques, pero también en los patios de los colegios. Esto último es lo que demuestra una vez más, que los niños reproducen aquello que escuchan en su entorno más próximo.

¿Realmente llorar es cosa de niñas? ¿Mostrar emoción es algo solo propio del género femenino? Dicen quienes saben de emociones, que quienes tienen la lágrima facilona, albergan dentro de sí una vida muy viva. Y no se excluye que en las emociones o en las lágrimas ya sean de risa o de tristeza, los niños también las tengan. Estos patrones que se han ido repitiendo a lo largo de las décadas, son la traba más grande que tenemos hoy y que tienen nuestros niños, para tratar de hacer que cambien las cosas. 

Así lo ha representado en su film “Close”, Lukas Dhont. En el que expone lo crueles que pueden llegar a ser los niños en los patios del colegio. La película cuenta la historia de dos amigos que se adoran. Juegan, hablan, se abrazan y se besan mostrando al mundo lo bonita y verdadera que es su amistad. Al llegar al instituto, con más o menos 13 años, son etiquetados como gays y uno de los dos amigos decide marcar distancia “no vaya a ser”.

El director ha afirmado que más allá de hablar de la sexualidad de los protagonistas, el tema principal de su trabajo es la masculinidad. Y que el amor se puede mostrar desde el prisma de la pareja, pero también de la amistad. Y en esto no hay tendencia sexual que valga. Tal verdadero es que dos amigas se abracen y se besen porque se quieren y se adoran, como que lo hagan dos amigos. Ello sin necesidad en un caso o en el otro de que sientan atracción sexual.


La toxicidad de las etiquetas: nos condicionan y nos quitan libertad

La amistad es amor e incluso hay personas que afirman que los amigos son la familia que uno ha decidido escoger. Y sobre esto preguntémonos: ¿etiquetarían a dos hermanos que se abrazan y se dan un beso? Son hermanos y se quieren, ¿por qué hacerlo con dos amigos? Es sencillo. Aunque no lo queramos reconocer, nos movemos bajo patrones establecidos desde que somos pequeños. “Esto está bien y eso no tanto”. «Siéntate como una señorita”, “llorar es de blandengues”. Y cuando llegamos a la edad adulta tenemos grabado a fuego aquello de “es lo que parece que es, no lo que es realmente”. Con lo cual hemos crecido en una atmósfera de etiquetas en la que nos es cada vez más complicado movernos sin tener aún restos de pegamento en la piel y en la mente. 

En el caso de los varones y quizá porque es algo inherente a la sociedad en la que nos ha tocado vivir, es más complicado deshacerse de determinados patrones con los que se ha crecido. El bricolaje es cosa de chicos, el fútbol también, los ejercicios de fuerza son masculinos y todo lo que tenga que ver con la sensibilidad, las emociones, el llorar a chorros o el reír a gritos para mostrar alegría desbordante, quizá sea ya más cosas de chicas. O de chicas alocadas si cabe, “no de señoritas”.

Los varones han crecido considerándose los de la fuerza bruta, los que tienen que evitar mostrar que también lloran o que a veces hay días en los que las hormonas también acaban marcando su comportamiento o su estado de ánimo. Han crecido con ello y lo siguen reproduciendo. A veces hasta con comentarios dentro de las cuatro paredes de la casa, donde los niños y las niñas, las nuevas generaciones, continúan escuchando que “llorar es cosas de niñas” o que si ellas siguen jugando con el balón van a llamarles “chicazos”. 

Aquí no hablamos de micro machismos, ahora tan de moda, ni de machismo sin más. Queremos enfatizar la importancia de erradicar patrones que no llevan a nada y que coartan la libertad de hombres y mujeres. Porque si a alguno le apetece gritar de emoción, ¿por qué no va a poder hacerlo? Igual que llorar, que a veces ayuda a desencadenar y a quitarse ese peso de encima que puede que lleve días molestándonos y convirtiéndonos en un lastre. Las etiquetas son fáciles de poner, pero muy difíciles de quitar. Y reproducir patrones o continuar fabricando etiquetas que no van a ningún lado, nos resta libertad. Nos roba la posibilidad de ser como verdaderamente somos. 


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