¡¡JUZGADOS DICTAMINAN FALSOS ABUSOS!!

¿Qué puede ocurrir cuando un tribunal, escogido para tratar un supuesto caso de abusos a un menor, “está contaminado” y la sentencia que dicta el juez es injusta? Pues ni más ni menos que el declarado culpable puede pasarse tres años en prisión por algo que no cometió. Tal vez nos parezca argumento de un thriller de actualidad. El típico caso de película en el que alguien es condenado de manera errónea porque hay un entramado que no se ve. Un entramado en el que se manipula informes y demás documentación necesaria para inculpar a alguien. La consecuencia es que ese alguien “chupa” cárcel de manera injusta.

Lo peor es que sucede en realidad. Esto es lo que le ha ocurrido a un padre onubense. No solo ha sufrido prisión durante tres años sino que además ha visto cómo se rompía en pedazos la relación con su hijo de 8 años. Esto ocurrió cuando se le acusó de abusos sexuales a este niño cuando en realidad no sucedieron nunca. 

Los Servicios Sociales de la Junta de Andalucía han sido condenados a indemnizar a este padre con 60.000 euros. Una sentencia sin precedentes en España. El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha determinado que el equipo de psicólogos que trató al menor le “dirigió” para que acusara a su padre de unos abusos que nunca sucedieron. De hecho, estos abusos posteriormente se demostró que eran falsos. 

Las prácticas ejercidas por las dos psicólogas que trataron de extraer declaraciones al menor antes del juicio, no fueron para nada “profesionales”. Se ejerció violencia verbal frente a un menor que estaba asustado. Por esta razón cualquier declaración que pudiera haber expresado el menor después de esos interrogatorios “no puede tener validez alguna”.  Esto ha sido afirmado posteriormente por varios profesionales que han examinado los vídeos.


Un padre acusado por falsos abusos sobre su hijo

El acusado era un padre que acababa de divorciarse. La pareja tenía un menor a su cargo. Para determinar qué ocurriría con el menor, la evaluación y tratamiento del caso se llevó a cabo a través del Servicio de Prevención y Atención a las Familias de la Junta de Andalucía. Este se prestaba por medio de la Consejería de Igualdad y Servicios Sociales que tenía “externalizado”  dicha prestación en organizaciones como la Asociación Andaluza para la Defensa de la Infancia y la Prevención del Maltrato (ADIMA) y su Equipo de Evaluación e Investigación de Casos de Abuso Sexual. 

Interrogatorios al pequeño, más de 150 sesiones de terapia. Conversaciones que dirigían al menor a acusar al progenitor de abusador. El resultado fue 14 años de cárcel para el padre pero que finalmente acabó pasando 3 en prisión preventiva. La familia del padre tuvo que emprender un arduo periplo judicial hasta lograr que el caso no quedase en el olvido. Tuvieron que demostrar que tanto el juzgador como las psicólogas que llevaron el análisis y la terapia del menor, no obraron con la debida profesionalidad. Estaba todo amañado. Y afirman algunos expertos que esta mala praxis puede que se debiera porque desde la Junta de Andalucía se derivaron muchos casos de este tipo hacia asociaciones tildadas de «ultra feministas». Si el acusado es varón es culpable seguro. 

Y sin entrar en la polémica sobre si el feminismo se está yendo de las manos o existen extremos que nadie nunca debería pisar, lo que quizá debería juzgarse a ojos de la opinión pública es por qué en unos casos se precisan informes, terapia de psicólogos y una horda de profesionales especializados en abusos sexuales a menores y abusos en general cuando se trata de separaciones y divorcios, pero no se hace nada cuando es el Estado el que debe velar por la seguridad de los menores y no lo hace. 

La realidad que vivimos en España es que unos menores se protegen hasta el punto de querer acusar a sus más allegados de abusadores cuando en verdad no lo son ni por asomo. Y para otros se permita el abandono más extremo. Olvidándose de que también son menores y sí son víctimas de verdad de abusos e incluso de prostitución. La vara no es la misma para unos y para otros. Preguntémonos por qué. Y hagamos que ellos se den cuenta de que cuando alguien se cuestiona las cosas, no va a creerse todo lo que le cuenten. Por mucho que se esfuercen o mucho que quieran callarlo.


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