¡LA GUERRA ENTRE RUSIA Y UCRANIA SIGUE VIVA!

Mientras suenan las sirenas antiaéreas en Ucrania que alertan a la población de que deben ponerse a salvo de los bombardeos del ejército ruso, cientos de miles de ciudadanos se preguntan cuántos días más durará esta situación. La guerra se asentó en territorio ucraniano hace ya una semana. Se ha saldado a día de hoy con centenares de víctimas mortales entre civiles y militares. Las fuentes ucranianas cifran en más de 2.000 los muertos. Los refugiados también se cuentan ya por cientos de miles. ACNUR calcula que hasta la fecha más de 800.000 personas han huido de Ucrania. Y estiman como también ha comunicado la Unión Europea, que esta cifra podría llegar hasta los 4 millones. 

La guerra sigue y el asedio también. Las tropas rusas que han ido avanzando en cada jornada, se han situado ya en las dos principales ciudades ucranianas: Jarkov y en las inmediaciones de Kiev. Podemos ver a través de las redes sociales y de los medios de comunicación, que en su parte más subterránea e incluso en las estaciones de metro, se agazapan cientos de ciudadanos para resguardarse de los bombardeos. 

Las imágenes aéreas y por satélite van dando cuenta de los avances de los tanques. En hilera como hormiguitas hacia su hormiguero, avanzan sin prisa pero sin pausa. Quieren llegar hasta las zonas más sensibles estratégicamente para el gobierno ucraniano. Las órdenes rusas son claras: llegar tanto por tierra como por aire. Y lo están logrando. 

En estos días las tropas rusas han dejado imágenes devastadoras de ciudades como Kiev, Jérson y Járkov. Ciudad esta última en la que saltó por los aires el principal edificio de la Administración del Estado, dejando como saldo al menos siete civiles muertos. Además de un sinfín de cascotes que ya son símbolo de lo degradantes que son los conflictos armados. En Mariupol o Zhytomyr también han sido bombardeados barrios residenciales. 

En la ciudad de Trotsyanets las tropas rusas dañaron las líneas eléctricas y las carreteras. Y entraron con sus tanques a ritmo de elefantes, en los principales puntos históricos. La torre de la TV de Ucrania en Kiev, también ha sido estos días víctima de los bombardeos, quedándose sin señal. Quizá se olvidaba la estrategia rusa del poder que tiene Internet. Aunque la señal de TV quede en negro, muchas emisiones pueden continuar su curso a través de la red. Lo que demuestra que las guerras siguen siendo tan miserables como siempre. Pero la tecnología ayuda a que por lo menos la información (y en muchos casos la desinformación también o la infoxicación) continúe con sus señales a la población. 


Una guerra que parece que “nos queda más cerca”

A la parte occidental del planeta la guerra de Rusia contra Ucrania nos ha golpeado en la cara. La sentimos cerca no solo por la amenaza nuclear que recuerda que Chernóbil fue prácticamente anteayer, sino porque los ucranianos se parecen un poco a nosotros: caucásicos, rubios, castaños o morenos, pero casi europeos o europeizados. Quizá el subconsciente nos engaña cuando tiende a que nos sintamos semejantes a los refugiados ucranianos pero no a los sirios o a los somalíes. El conflicto en Ucrania nos muestra que la guerra no surge en los países de más allá sino que puede estar en cualquier esquina cercana a nosotros. Puede darse en cualquier lado. 

Por su parte el presidente ucraniano, escondido en una parte secreta en Kiev, lanza declaraciones prácticamente a diario. Alienta a la población y la anima a que siga resistiendo contra los ataques rusos. Se cuentan también por cientos los ucranianos que salen de sus países de residencia para unirse a la contienda y luchar por su pueblo pero también para pedir ayuda a la comunidad internacional. Se han dado cuenta de que a veces la diplomacia tiene estas cosas: hacen que uno se sienta solo o note que las palabras no llegan a hacer suficiente fuerza para que las bombas cesen su caída sobre el pueblo que las sufre.

Y sus palabras… llegan. No solo al pueblo ucraniano sino al resto del mundo. Porque sentimos que Ucrania ahora somos todos. Pero hasta hace unos días, algunos no sabían ni situarla siquiera en un mapa. ¿Forman parte de Europa? Ahora sabemos que no tras las continuadas peticiones de su presidente Volodomir Zelensky de que su país sea admitido en la Unión por la vía de urgencia. “¡Ah! ¿Entonces no eran europeos? pero se nos parecen: ¿no?”. 

Los refugiados ucranianos, también los rusos que se posicionan huyendo de la guerra, los sirios, los somalíes y tantos otros, son personas. Como podríamos serlo nosotros que tratamos la política internacional bien ubicados en el sofá de nuestra casa. La guerra, como decía Zelensky hace unos días, ha llamado a la puerta de Ucrania, pero mañana podría llamar a la nuestra. Y casi por este motivo vemos este conflicto como cercano. Porque se nos había olvidado ya la sensación de que nuestros mandatarios se estén planteando enviar armas a la contienda o que se cuestionen si la OTAN debería actuar más a fondo. O únicamente seguir actuando como extraño árbitro entre líneas fronterizas. Se nos olvida la guerra y la maldad humana máxima porque vivimos cómodos siendo observadores del dolor ajeno. 

Ha pasado ya una semana y el shock inicial al ver que la guerra está viva como siempre, se empieza a diluir entre noticia y noticia de bombardeos. Han sido siete días en los que ha muerto gente y en los que han seguido creciendo las especulaciones sobre los futuros planes que pueda tener Vladimir Putin en su cabeza. Que han dado pie a conversaciones de sobremesa sobre si la Unión Europea debería intervenir más allá de la diplomacia que se le presupone o un paso más daría lugar a lo que muchos temen: una tercera guerra mundial. 

El tiempo dirá; de momento sabemos que los mandatarios tanto de Ucrania como de Rusia han comenzado a sentarse con el objetivo de alcanzar una negociación. Hablan mientras las bombas caen. Mientras la gente tiembla de miedo en los andenes del metro. Y mientras ucranianos que un día emigraron a otros países como España, Francia o Dinamarca, se echan el petate al hombro porque entienden que deben volver al país que les vio nacer para empuñar un arma y luchar. 

Desde el sofá de nuestras casas podemos colaborar enviando mantas, víveres no perecederos, leches infantiles o pañales y todo cuanto recojan las decenas de organizaciones de ayuda a Ucrania que se extienden por barrios y ciudades de nuestro país. Nuestro presidente del gobierno -como buen político y ser humano que es-, ha decidido enviar armas a Ucrania. Está visto que los ciudadanos de a pie pensamos de manera diferente. Si el mundo está por destruirse, que no lo haga sin la buena fe de la gente. Porque aunque siga habiendo maldad y guerras, la solidaridad existe. 


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