En determinados países se dan detenciones por decir, cantar o enarbolar una bandera que no es acorde a lo que quiere el régimen político que gobierna. La libertad de expresión en muchos lugares se paga con la cárcel. Y las detenciones se producen de manera extraña, opaca e injusta. ¿ Por qué? Pues por decir más o menos a través de canales como las redes sociales. Parece que hablar de destierro remonta a la época del Cid Campeador. Una época en la que el rey decidía el destierro de caballeros y malhechores.
Pero en pleno siglo XX, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 9, contempla que nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado. Y esto significa que ante cualquier detención, el proceso debe llevarse a cabo según las leyes nacionales e internacionales. Se deberá hacer de una manera transparente, que no dé pie a la arbitrariedad. De ahí, que no se entienda la detención de aquellas personas que solicitan asilo en un país que no es el suyo o que, por lo menos, no es en el que nacieron. Tampoco, que existan centros de internamiento en los que los procesos se alargan durante meses sin tener un origen aparentemente lógico o transparente.
¿El exilio conlleva al destierro?
Existen firmes diferencias entre un exilio y un destierro. Y aunque en algunas páginas se habla de que el artículo 9 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se aboga para que nadie pueda ser exiliado de manera arbitraria, lo cierto es que la DDHH no habla de exilio, sino de destierro. Exilio es separar a una persona de la tierra en la que vive. Refugiados y desplazados viven en el exilio hasta el momento en el que vuelven a sus hogares de origen. También se denomina exilio al conjunto de personas que se encuentran exiliadas. Y se afirma entonces que “viven en el exilio”.
El destierro sin embargo, se refiere a la pena por la que se expulsa a alguien de un lugar o territorio. Puede producirse de manera temporal o para siempre. Y suele ser el propio Estado el que, para el cumplimiento de una determinada pena, obliga a una persona a abandonar el país. Así pues, surge la duda de si alguien es condenado al exilio, está en realidad siendo desterrado.
Detenciones injustas que incumplen la Declaración de derechos humanos
¿Se cumple el artículo 9? Podríamos pensar que sí. Es lógico que alguien sea detenido con causas justificadas. Lógico también que nadie pueda ser desterrado arbitrariamente por capricho del Estado en el que vive. Que no haya presos que no sean juzgados previamente y efectivamente estén cumpliendo pena por fechorías o desobediencia a la ley. Pero no, tampoco se cumple el artículo 9. No se cumplió cuando en 1965 la antigua Unión Soviética metió entre rejas al poeta Joseph Brodsky acusándolo de “ser un pseudo-poeta con pantalones de terciopelo”. No se cumple hoy cuando se encierra en prisión a alguien por cantar, por hablar de más, por contar lo que a oídos de la opinión pública no suena tan bien como quienes gobiernan desearían.
Tampoco se cumple cuando inmigrantes ilegales son encerrados en centros de internamiento y continúan allí durante meses sin un proceso limpio y transparente que ponga en jaque la situación en la que se encuentran. Parece que da miedo plantear que solo hay dos opciones: integrarles o facilitarles la vuelta a su lugar de origen. El tema de la inmigración, en países como España, Italia o Grecia, es espinoso. Tanto como quieren hacernos creer quienes tienen potestad para trabajar en ella y no lo hacen. Ni lo harán. No se cumple el artículo 9 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como tampoco se cumplen muchos otros puntos de su articulado. Y no sabemos bien si lo que necesita el texto es una revisión a fondo o podrá seguir sobreviviendo a base de parches otros 50 años más.
