UNA REFLEXIÓN SOBRE LA TAREA DE EDUCAR

Los datos son desalentadores y no sólo en unos países o en determinadas áreas. Por lo visto la educación no se encuentra en su mejor momento. O al menos es lo que dicen las estadísticas. Aunque para entender bien el problema deberíamos aplicarnos una buena metodología educativa y preguntarnos qué es la educación.


La Educación no avanza y sus engranajes están obsoletos

Según la RAE, la educación es la acción y el efecto de educar. Y educar, centrándonos en su segunda acepción, que es la que mejor se adecúa a lo que hablamos, y sobre todo porque la primera me da un poco de grima, se entiende por: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”. Ahora bien, ¿esto es lo que hacemos los educadores…?

Hace ya bastantes años me dediqué a la docencia y estudié desarrollo curricular para crear el pensum de la escuela que fundé. Durante un par de décadas me dedique a otras variadas labores pero nunca olvidé la satisfacción de la mentoría educativa y el orgullo de descubrir cómo despertaba la pasión por una determinada materia. Eso si, gracias a la empatía, el tesón y un puñado de conocimientos. Unas décadas después y hasta el convulso 2020, fui durante varios años consultor educativo para una famosa empresa de tecnología. La conocida por su logotipo de una fruta mordida.

Durante todos esos años me dediqué a remar contracorriente, a impulsar conceptos que sabía efectivos, en un entorno anquilosado y reticente a avanzar. Los modelos educativos convencionales no se corresponden con la realidad y las necesidades del mundo actual. Y por mucho que quieran convencernos, quienes hemos vivido en este sector sabemos que los engranajes de la máquina educativa siguen oxidados y corroídos por modelos completamente desfasados.


¿Donde quedan los sueños?

Pero ojalá fuese sólo un asunto de metodologías. Estamos casi cerrando el primer cuarto del siglo XXI y la tecnología avanza a un ritmo que la educación no sigue. Las estructuras siguen siendo las mismas desde hace décadas, pero la tecnología avanza tan rápido que el periodo de tiempo que se dedica a completar una carrera es suficiente como para que lo aprendido en la misma resulte obsoleto al concluir su licenciatura.

Y lo peor es que como suele pasar, veíamos hacia donde se dirigía todo y nos quedamos como un conejo en la carretera, paralizado por las luces del coche que se acerca y está destinado a atropellarle. Hace veinte años, el brillante Ken Robinson nos explicaba todo esto en sus ponencias. Recomiendo a todo el mundo que disfrute del video de su charla TED del año 2006 “Las escuelas matan la creatividad”. Ya entonces explicaba la situación que aún sufrimos, y nos mostraba una solución en su estupendo libro “El elemento”.

Vivimos en una época en la que tiene más garantías laborales un fontanero que un abogado. Algo que jamás habíamos experimentado. O al menos, este es el destino inevitable que sufrirá el abogado promedio que trabaja en un bufete, en labores que ya desempeña mejor y más rápido una IA. Dejadme que os cuente una historia. Un niño ve la televisión y se apasiona por cómo un abogado salva a un inocente en un juicio, en el último momento, aprovechando una prueba insignificante y aportando todo su conocimiento para que las leyes se impongan con justicia.

Esa escena le marca hasta el punto en que decide ser abogado. Estudia la carrera, se esfuerza por conseguir un buen resultado. Gracias a ello es contratado en uno de los despachos más prestigiosos de su ciudad. Años después, hastiado de completar formularios, presentar enmiendas y rellenar plantillas cargadas de burocracia, se da cuenta de que ese nunca fue el tipo de abogado que soñó ser. El salvador de los inocentes, el adalid de las causas perdidas, el velador de los justos ante la injusticia, se quedó opacando sus sueños bajo el manto de un atractivo sueldo. ¿Dónde quedó su pasión…?


Educar transmitiendo entusiasmo y pasión

El rol de los profesores ha cambiado y no asumirlo es perder de facto. Todas las materias y asignaturas se encuentran en plataformas de acceso público, muchas de ellas gratuitas, con explicaciones efectivas y prácticas. La información, la cultura, las materias educativas…, todo está en internet. En cambio, hay muchos profesores que siguen torturando a sus alumnos con clases tediosas y estresantes. Clases cargadas de datos que los alumnos deben memorizar con el único objetivo de demostrar a la estructura académica que han cumplido con ese estúpido ejercicio mental.

La única labor del docente debería ser transmitir entusiasmo por su materia o asignatura, para que entiendan porqué alguien se puede enamorar de las matemáticas, de la geografía o de la química orgánica. Y sobre todo, porque ese talento cargado de empatía y experiencia es algo que jamás podrá suplir ninguna plataforma educativa por muy “inteligente” que sea.

El profesor ya no es garante del conocimiento, ya no es el pozo de sabiduría en el que todos los alumnos se miran. Ese lugar fue tomado por servidores y redes informáticas. El profesor ya no puede ser la momia culta y distante que busca reverencia en Oxford o Harvard. El docente del siglo XXI debe ser un comunicador. Y, debe aprender sobre cómo los YouTubers conectan con su audiencia, entender cómo las estrellas del espectáculo embelesan a su público.

La pasión no se encuentra en los argumentos, se transmite desde la conexión y debe brotar desde las vivencias que alentaron a quien las promulga. Un docente para la juventud actual debe dejar en un segundo plano sus libros, sus alcanforadas presentaciones de PowerPoint y sus herramientas nemotécnicas. Debe poner a la persona en primer plano. Porque todas las personas tienen algún determinado talento y la tarea de un educador es transmitirles su pasión por la educación para que cada uno la enfoque hacia su sueño particular.


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