A Pedro Sánchez, presidente de nuestro Gobierno, no ha habido un asunto durante toda la pandemia que le haya afectado o competido. Tuvo el valor de calcular las vidas que había salvado con un informe especulativo. A los muertos les aplicó un maquillaje estadístico. Nos anunció la derrota del virus animándonos a disfrutar del verano, y a la vista del resultado, reclamó un mandato excepcional casi indefinido.
Pero no lo ha utilizado hasta ahora, excepto para competir infantil y espuriamente con Isabel Díaz Ayuso, para suspender la Ley de Transparencia, para mantener ciertas decisiones a salvo de escrutinio democrático, para garantizarse el control personal de los fondos europeos y para firmar decretos y decretos sin relación alguna con la pandemia. Y para endilgarle la responsabilidad a cada Comunidad Autónoma con sus propias competencias. O sea, los marrones para las Comunidades, las decisiones que puedan cabrear al personal, a los presidentes autonómicos.
Si Europa adopta medidas más severas, eso no va con él, sigue a los suyo y que los presidentes regionales decidan. Sánchez lidera por el final el mundo respecto a la gestión sanitaria de la pandemia en todos los rankings. Siempre es el último o el penúltimo de la fila. Se le colaron la primera y la segunda ola y está en camino la tercera, si no es que ya ha llegado.
Sánchez y «su»campaña de propaganda con las vacunas
Gracias a Dios, a los científicos y a los trabajos de compañías privadas con algunas ayudas públicas, han llegado las vacunas. Sánchez, con su rostro de cemento armado, se monta una campaña de propaganda para dejar claro que es EL quien las trae. En los palés solo faltaba una foto de su careto. Se ha apropiado de la vacuna con una desmesura insólita.
Las vacunas, creadas por unos consorcios extranjeros y financiadas, adquiridas y distribuidas por la Unión Europea, llegan a España y se apropia de ellas Pedro Sánchez, al que se nos presenta como el repartidor de la solución, como Glovo reparte comida o lo que le pidas. Envuelve los palés precintados con un logo del Gobierno de España y comienza el reparto controlado por Sánchez y su gabinete de propaganda.
Y claro, no tengan duda alguna de que cuando surjan problemas en la organización y distribución de la vacuna, que surgirán, que pueden surgir, naturalmente, Sánchez le endilgará el tema a las Comunidades Autónomas, que están desbordadas. La guía de Sánchez y su Gobierno de izquierdas, progresista, es que los éxitos son monopolio del Gobierno y del propio Sánchez sobre todo, pero los fracasos se socializan entre las Comunidades, en especial las que no gobierna el PSOE.
Contrasta este despliegue indecente de propaganda con la discreción y el rigor en el reparto de las vacunas en Gran Bretaña, Alemania, Francia, etcétera. La presidencia del Gobierno es una inmensa fábrica de spots, pegatinas, eslóganes y demás. Pero Sánchez y su gabinete hubieran acertado y actuado más dignamente, envolviendo con esos carteles del Gobierno de Sánchez los palés de féretros. Eso no sería un abuso de propaganda.
España necesita una auditoría que muchos expertos han solicitado sobre la gestión de la crisis sanitaria y una rendición seria de cuentas sobre los engaños a los ciudadanos durante esta pandemia. En febrero Don Simón nos dijo que apenas habría uno o dos muertos en España y hoy tenemos más de 70.000. Entre un extremo y otro está el sentido común, la decencia y la responsabilidad política que no ha tenido este Gobierno que pasea ahora su sello convertido en pegatina gigante en los palés de la vacuna.
Y entre tanto, nosotros seguimos besándonos con los ojos, brindando a media intemperie con un silencio duro. Si salimos a la calle, sorteamos colas de gente que llevan poco empleo y excesiva necesidad. Gentes que no tienen más que frío, barba de talego y un reloj que solo espera la hora de que abran en Cáritas el comedor social. Parafraseando a Borges: «la Navidad es algo que sucedió en el pasado».
El Gobierno de Sánchez está presente, muy presente, en su propio beneficio, no en el nuestro, que parece que se la bufa. A él solo le importa la propaganda. Y mantenerse en el Palacio de la Moncloa a salvo del frío, del paro y de las colas del hambre, que no van con él. Pero con lo de las vacunas se ha pasado. Es muy inmoral. Demasiado. Y lo sabes, Pedro. Lo sabes.