Pasada la tormenta de la polémica sobre el cartel de la serie de HBO “Patria”, basada en la novela de Aramburu, he visto la serie. Solo puedo decir que me ha parecido magistral, probablemente será la mejor serie española en mucho tiempo, (aunque me dicen que “Antidisturbios” de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña es también excepcional, pero no he visto más que un tráiler).
Patria: una realidad terrorífica
Me ha parecido una adaptación certera de un relato terrible sobre una realidad terrorífica: la vida durante los años de plomo en los que ETA asesinaba y asesinaba. La realización es soberbia, refleja muy atinadamente ese mundo gris, húmedo y sórdido en el que unos mataban y otros sufrían esa violencia de incomprendidos. Aunque no soy amigo de estas afirmaciones, me ha gustado más que la novela.
No es en mi opinión equidistante. Aitor Gabilondo, el creador de la serie de Patria, toma partido por reflejar lo que refleja Aramburu, que es la realidad de los seres humanos que habitaban el País Vasco en ese tiempo oscuro. Lo hace de modo que quedará como un testamento, como una lección de historia para quienes no lo vivieron, incluso para pensar que existe un halo de esperanza en que sea posible la reconciliación, que es muy difícil.
Patria nos presenta el dolor en carne viva, el dolor de las víctimas claro, en primer plano, cómo se abre un abismo bajo sus pies. Nos muestra además el dolor de quienes están alrededor de ellas, y los otros dolores, como el de quienes rodean a los causantes del dolor, los familiares de los asesinos.
Un Relato de violencia y miedo
Es un relato crudo que evidencia una sociedad enferma y fracturada, en la que todo el mundo se conoce, y en la que se impone el miedo. El miedo a ser asesinado, el miedo a que te toque, el miedo a volver, el miedo a que uno de los tuyos se aliste con los malos, el miedo a los excesos de quienes persiguen a los malos. El miedo que ciega, atrapa y congela, que crea un universo tóxico y sórdido, gris, húmedo, triste, miedoso y resbaladizo, moralmente repulsivo, muy próximo al infierno.
El relato de Patria lo llevan dos mujeres: Miren, la madre de un etarra, y Bittori, la mujer de una víctima de ETA. No percibo pretensión alguna en Gabilondo de equiparar los asesinatos etarras con los malos tratos que sufrían con frecuencia los etarras detenidos. Dejar constancia de estos no resta verosimilitud ni supone equidistancia.
Es una ficción que parece un documental, que entra en el drama vivido sin estridencias, con acierto narrativo y visual, volando entre diferentes épocas de entre 30 años con los mismos actores. Un mérito sobresaliente, y muestra hasta qué punto la violencia destroza las vidas de muchos, existiendo matices evidentes entre unos y otros.
El arranque me parece magistral y fija desde el inicio de la serie el drama que va a contar. Una despedida matrimonial rutinaria después de la comida y la siesta, -“ hasta la noche”-, un silencio con los ojos cerrados de ella que aún duerme y los dos disparos. La visión de la muerte tras el cristal mojado, y la carrera para abrazar al muerto en soledad, empapada de agua y de dolor, una lluvia de drama hondo que cala hasta los huesos.
Patria: la serie que muestra un espejo
A partir de ahí el descenso a los infiernos de toda la familia del asesinado y también del grupo que conforma la familia del asesino, miembro de una organización terrorista que asesinaba un día sí y otro también. Nadie estaba a salvo.
Bittori, la mujer del asesinado, decide volver al pueblo para cerrar sus heridas que no la deja vivir. Ya queda claro que se iban las víctimas, no los verdugos y sus cercanos, que seguían su vida. Vemos la presencia de Bittori, que no busca otra cosa que cerrar un duelo eterno, pero incomoda al personal, especialmente a Miren que fue su amiga, pero es la madre de quien liquidó a su marido.
No he encontrado ningún intento de equiparación entre las víctimas y los victimarios. Me he topado con un creador que ha colocado un espejo en la cuneta del camino, y por ahí pasan todos. Ha logrado que la serie te enganche, aunque sepas lo que ocurrió, a pesar de que las dos protagonistas sean dos mujeres ásperas, malhumoradas, toscas, amargadas y nada simpáticas.
Serie con un toque poético y realista
Aitor Gabilondo deja mal a tantos directores y actores que colocan a la televisión en un segundo plano en tono despectivo. No es la primera vez que acredita su solvencia narrativa cinematográfica para la pantalla menos grande. Ya sabe que no hacía una película, sino una serie, y por ello cada capítulo es uno, aunque dentro de un conjunto. Juega con el tiempo con maestría con un montaje de primerísima y con una fotografía impresionante y realista.
Tiene un punto poético, de poesía de navaja al corazón, como cuando Bittori coloca la planta en la ventana, o cuando la hermana del asesino, en silla de ruedas tras padecer un ictus, trata de girar la cabeza para mirar a Bittori en la iglesia, y su madre frena la silla para que no pueda hacerlo. También un punto realista, cuando Miren coloca la mano en el cristal del locutorio de la cárcel para preguntarle a su hijo si ha sido él.
No es complaciente con los malos de la película. Cuando el hijo es visitado en prisión por la madre que viene de lejos, ella le cuenta que Bittori ha vuelto al pueblo, y él dispara palabras terribles: “¿Y no hay nadie que se pueda ocupar de ella«? No nos presenta a un pobre chaval encarcelado después de ser torturado, nos acerca al sentimiento de quien forma parte de un grupo terrorista y quizá ello es lo único que de sentido a su vida, ese sentido de pertenencia aunque sea a una banda de asesinos.
Vida, muerte y sufrimiento
Terrorífica culpabilización de las víctimas. Cómo cada una sobrevive al horror como puede, no hay dos iguales. La posibilidad del perdón, que está ahí, y las víctimas dispuestas a ello, sí, pero antes quieren saber quién fue y por qué a ellos.
Y el cura tan vinculado a los malos, que tiene los huevos de decirle a Bittori que mejor se vaya y no vuelva y que perdone porque Miren ha acudido a él a explicarle lo que supone su regreso para esa familia de etarras. Los silencios cuando Bittori entra en los locales públicos, ese rechazo social a las víctimas que hace estragos en todas ellas. Magistral serie. Enhorabuena a Aitor Gabilondo, que no se ha dejado nada, lo ha dado todo, y ha armado un equipo fastuoso, de todo, vestuario, maquillaje, peluquería, producción, fotografía, montaje, para crear una serie imprescindible, en la que no hay equidistancia que valga.
Insisto, Patria parece más un documental, muy periodístico, porque no hay nada mejor para contar algo que colocar un espejo en la cuneta del camino y dejar que pasen todos: pasen y vean, esto es lo que hay. Hay malos, muy malos, y buenos. Hay vida, muerte y sufrimiento, también en los malos. Y buenos que hacen el mal, la vida misma. Un buen reflejo que no deja bien a la sociedad vasca de los años de plomo, no. Patria: no dejen de verla. Para que jamás vuelva a suceder.