Termina la Navidad, termina el año, en nada desaparecerán las luces que adornan la ciudad (me encantan, por cierto), y los paisajes madrileños, como nuestras vidas, seguirán siendo los mismos. Se acumulan deseos para el año nuevo. Ojalá que dependa de ti que se cumplan o no porque de lo contrario probablemente no se cumplirán. Repasa los deseos que tuviste para este año y verás que probablemente tenga razón. Lo que te aseguro que queda indeleble para siempre es lo que tú has sentido y lo que tú has hecho sentir. Y lo que tienes es la capacidad para hacer que cambie el rumbo de los acontecimientos de tu vida que te disgustan.
Paisajes madrileños que siguen siendo los mismos
Todos deseamos la paz en el mundo y esas cosas bonitas que nunca llegan. A mí los paisajes madrileños me gustan y tengo un deseo que sé que no se va a cumplir. Que aquellos a los que cada día veo a la intemperie, refugiados en el cartonaje, como dice mi Angel Antonio Herrera “aguantando con la biografía hundida, con la sastrería del desesperado”, pasen a ser uno más de los que veo caminando con una sonrisa. O serios, pero caminando hacia una cita o hacia su casa, más o menos caliente, pero casa. Hogar, donde alguien les espera.
A los que habitan en mi barrio les conozco, y les saludo cada día, mirándoles a los ojos. Todos me devuelven el saludo amables, educados, quizá felices de que un cualquiera les dedique unos segundos de su tiempo. A algunos, a veces, puedo ayudarles de algún modo. Les ayude o no ellos me corresponden el saludo educados y amables.
Forman parte del paisaje madrileño, donde cada día hay más desahuciados de la vida. Pongo mucho interés en observar a unos rumanos que duermen a ras de suelo, literalmente debajo de un puente que no abriga, que son explotados por una mafia. Los recogen a primera hora de la mañana, una furgoneta blanca, la misma que los devuelve al puente a última hora de la tarde.
Una de ellas me contó que los depositan repartidos en semáforos por toda la ciudad. Los ponen una cantidad mínima a recaudar, y si no cumplen, los golpean. Informé a la Policía Municipal y Nacional, pero ahí siguen. No me he encontrado jamás a ningún policía cuando llega la furgoneta, la kunda en el argot, a llevárselos o a abandonarlos al caer la tarde.
Me alegró hace días comprobar que una mujer negra asidua de un portal cercano frente a un supermercado llevaba semanas sin aparecer. Cuando la veo la abrazo, y cariñosa, afectuosa, me llama papi. Pero con la Navidad ha reaparecido, igual de necesitada, con el mismo dolor en la mirada limpia, y con la misma simpatía de siempre. A ella no la echaba de menos y suponía que su ausencia era una buena noticia. Su reaparición me entristeció. Pero sentí calor en nuestro abrazo.
Madrid, un cruce de gentes y de culturas
Madrid es una ciudad muy pueblo también. Cada barrio tiene su vida propia, su paisaje. Me gusta de Madrid que es un cruce de gentes, de culturas, que es una ciudad abierta, que abraza rápido. Pero me disgusta de mi ciudad y de mi barrio este ejército desarmado de gentes de biografía hundida a la búsqueda cada día del cartonaje para pasar la noche a pie de puente.
Tengo la costumbre de siempre que puedo hablar con ellos. Incluso sentarme en el suelo junto a ellos para charlar. Me asombra que haya tantos que les tienen miedo. Los frecuento desde el día que uno de ellos, residente en un cajero del BBVA, tras sentarme con él y charlar sobre la vida media hora, me dijo cuando me iba que no le diera dinero, que esa media hora le había dado mucha vida, que lo peor para ellos es cuando el personal pasa y les dice que no sin mirarlos, cuando el personal acelera como percibiendo algún peligro.
Los paisajes madrileños son diversos, bellos, muchos estupefacientes incluso. Pero conviene no olvidarse de los que habitan la calle. Necesitan dinero, claro, como todos, pero más, claro. Y sobre todo necesitan calor humano, porque son seres humanos, porque están ahí, aunque tantos no quieran verlos. Y no olviden, amigos, que cualquiera de nosotros, un día, si nos vienen mal dadas, podemos estar ahí, donde están ellos. Se asombrarían de la cantidad que me he encontrado que tenían una vida, una familia, una casa, ropa, comida, y un día se torció la vida, se fue el trabajo, se estropeó la familia, y hatos de no tener nada y nadie a quien acudir, excepto Cáritas, se buscaron un cartón donde dormir y un lugar donde pedir.
Deseo que no quede ni uno en la calle por necesidad. No depende de mí, y cuando termine 2025 tendré el mismo deseo que se repite. Ahí seguirán. Entre tanto, hago lo que si depende de mí. No ignorarles, saber que existen, que están ahí, mirarlos a los ojos y hablarles. Y de vez en cuando, si puedo, ayudarles con algún euro. No les arreglo la vida, no les resuelvo sus problemas, pero nos damos ellos y yo un poco de calor humano, que nunca sobra, ni cuando hace calor en la calle.